Comercio digital y voluntarismo político

Por Héctor Ciapuscio

En medio de la «Internetomanía» que reflejan los medios, un sector del gobierno está dando señales acordes: propone, como estrategia para la «modernización», incrementar revolucionariamente el comercio electrónico en el país. Un reportaje en «La Nación» consignó que una idea-fuerza del doctor Caputo consiste en convencer a los argentinos de que la mejor forma de comprar es a través de Internet. El secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva había estrenado la nueva y sugestiva denominación del área (antes se llamaba «Secretaría de Ciencia y Tecnología»), firmando un convenio de colaboración «binacional» con el secretario de Comercio estadounidense: ellos se comprometen a mantener un sitio en Internet con el que se informará a las pymes locales sobre las posibilidades de importar de Estados Unidos y exportar a ese país. Se elaborará, además, un «Plan Nacional para la Sociedad de la Información» (¡sic!) con el objetivo, entre otros, de demostrar que el comercio en la Red es confiable y más barato; antes, se facilitará el marco legal para ese comercio. Toda esto indica una opción y, por lo tanto, una definición de política que discrimina contra otras. Pero es tema para un tratamiento aparte.

Frente a estos propósitos, uno tiene derecho a especular sobre cuáles serían en realidad, privilegiando Internet, las posibilidades de integrarnos con provecho a la emergente «new economy» que tiene como locos a comerciantes y publicitarios. Es una adivinanza difícil, pero quizá se puede conseguir un poco más de claridad mostrando, como referencia, lo que de esa «nueva economía» se comenta en un país relativamente comparable (en algunos aspectos) como Italia. Disponemos ahora, cada día y en tiempo real, de la información de diarios representativos que se distribuyen junto con matutinos porteños. En uno de ellos sobre todo, doctrinario del liberalismo conservador, abunda la información sobre el debate actual en la península respecto de esta irrupción de la informática en la economía de los países. Políticos, hombres de negocios, empresarios y banqueros opinan casi a diario sobre cómo podría el país aprovechar lo que perciben como una nueva revolución sobrevenida con el «boom» de Internet. Es útil comparar sus factores con los nuestros.

Dejando afuera a los escépticos, los italianos entusiastas juran que se trata de una revolución destinada a cambiar no sólo el modo de producir (algo comparable, de lejos, a lo que parecía hace unas décadas el modelo flexible japonés, el del «just-in-time», etc.), sino también el modo de consumir y de vivir. La empresa transforma su organización, la manera de fabricar, de aprovisionarse, de vender, pero sobre todo de pensar y de intercambiar ideas intra y extra firma. Hay quienes auguran que en un plazo tan cercano como el año 2005 entre el 10 y el 15% de la riqueza producida en el mundo vendrá de la economía digital. Advierten que existe, por lo tanto, un peligro real de exclusión, y en esto no carecen de importancia las limitaciones idiomáticas frente a países anglófonos. Por ende, una política fortísima de innovación, que actualmente no aparece como una emergencia nacional, debería serlo. La economía digital requiere un Estado fuerte y un mercado fuerte. El CEO de la Pirelli recalca que el sistema de las empresas, viviendo en el mercado, es el primero en percibir la necesidad del cambio. A este cambio le da un nombre: «desintermediación». Internet anula el papel de los intermediarios, dice. Y, agrega sentenciosamente, «también el de la política».

Admiten que los beneficios de la nueva tecnología no son seguros: dependen de la capacidad social de demandar y ofrecer nuevos productos. Pero, cuando esa capacidad existe, como es el caso italiano (piénsese en autos, maquinaria, zapatos, telas, modas, instrumentos, muebles, cerámicos, químicos, etc.), entonces la difusión de los beneficios es tendencialmente mayor que en el pasado.

Hay un rasgo común en las declaraciones optimistas. Internet y las nuevas tecnologías son la nueva frontera para el relanzamiento de Italia, el «bis» del «milagro económico» de los «50. La nueva economía puede iniciar un nuevo, importante proceso de crecimiento. Hay condiciones favorables; no sólo la buena situación económica actual sino también el hecho de que es típico de la mentalidad empresarial italiana lanzarse en procesos que tengan un fuerte componente de inventiva.

En cuanto a la aludida «desintermediación» de la política (y los políticos), nada más elocuente que un proyecto de ley presentado por diputados del grupo de Silvio Berlusconi, líder en la oposición. Su vocero lo presenta, estentóreamente, como «el manifiesto de la derecha tecnológica e internetiana».

Caracteriza a la «vieja sociedad» como vertical, rígida, piramidal, frente a la de la Red que es horizontal, flexible, anárquica, federal. Su justificación ideológica: «El ciberespacio es el terreno del triunfo del individuo y, consecuentemente, el óptimo para la derecha libertaria». Son ocho artículos, el primero de los cuales trata de la creación de tres portales a escala nacional para el desarrollo de servicios Internet para la promoción del trabajo, el turismo, la pequeña y mediana empresa, con sólo un 10% de participación estatal. Esta se justifica en razón del «atraso italiano», pero es solamente un empujón, un «start-up». De lo demás (desregulación de inversiones, capital de riesgo, etc.) se encarga la iniciativa privada. A la observación del periodista que lo entrevistaba de que el gobierno socialdemócrata actual ya se ha declarado positivamente sobre la creación de un portal, el vocero de Berlusconi respondió con sorna: «La relación entre D»Alema e Internet es como la de un salvaje que tiene un despertador pero no sabe qué cosa sea el tiempo».

Antonio Fazio, un personaje importante -«Governatore della Banca d»Italia»- envió hace unos días un mensaje (a las empresas antes que al gobierno, señaló) en el sentido de que deben atreverse más porque el factor tiempo es decisivo cuando la innovación debe ser la absoluta prioridad. Manifestó cierto optimismo con respecto a las posibilidades de su país. Las nuevas tecnologías, aplicadas también a las industrias tradicionales, se adaptan bien a las pequeñas y medianas empresas italianas. Su repercusión en los salarios se traducirá en demandas de flexibilización y enganche de los salarios a la productividad.

Fundamentalmente, el deber del Estado consistirá en reducir el fiscalismo para las inversiones en innovación, pero sobre todo hacer la reforma de la estructura, liberalizar, reducir el peso de sectores protegidos y monopolios rigidizantes. No obstante todas las posibles ventajas que eventualmente corresponderán a la «nueva economía», advirtió: «Hay un riesgo cierto de convertirnos en una colonia y con nuestro ahorro financiar el crecimiento de otros países».

Las condiciones de Italia para tener éxito en una «economía digital» como la que publicitan en Estados Unidos son -queda manifiesto en esos comentarios- incomparables con las nuestras. Dispone de «capital social» y factores dinámicos (tradiciones, cultura, desarrollo industrial y tecnológico, empresariado, inserción geopolítica y económica) que están lejos de lo que disponemos nosotros.

Si a pesar de eso, como vemos, ese éxito es asumido por ellos mismos como complejo y difícil, debería el gobierno ser muy cauteloso en cuanto a arrojarse, como se arrojaban al mar los carneros de Panurgo, -y sin un debate público riguroso- a una política de uso masivo de Internet como pócima mágica para el desarrollo económico.


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