¿Cómo ha sido posible?

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

Es un fenómeno digno de reflexión el hecho de que, a medio siglo del fin de la II Guerra Mundial, no se apaga el interés por todo lo relacionado con ella. El historiador Laurent Bidet ofreció una explicación sobre esta atracción que no se agota. Dijo que la Segunda Guerra es una cosa muy grande, es el mayor acontecimiento de toda la historia, millones de épicas y tragedias, lo que significa millones de historias. La caracteriza con una comparación clásica: “Es nuestra Guerra de Troya moderna”. Particularizando sobre el tema del nazismo, y sin referirnos más que indirectamente al inabarcable capítulo del Holocausto, cuyos dolorosos episodios son los más persistentes, todas las cosas relacionadas con los personajes centrales del régimen y en especial con los símbolos que utilizaron hasta la derrota son más que frecuentes en la televisión. Esas botas impecables y esos soberbios uniformes grises y negros, la esvástica y las banderas desplegadas en impresionantes desfiles militares son casi inevitables en el zapping nuestro de cada día. Y en el cine. Cuando se exhibió en el 2004 “La caída”, cuyo actor protagonista Bruno Ganz fue comparado en ventaja con los comediantes mayores de la escena mundial, se refirmó la persistencia del interés general por el tema. Y, especialmente, en libros. Cuando salieron en 1998 los tomos de Ian Kershaw sobre Hitler se comentó que ya se habían publicado 37.000 sobre el régimen nazi. Se habló entonces en Alemania de una “Hitler Welle” (ola Hitler). Un apartado especial dentro de la historia del nazismo es la investigación biográfica sobre sus jerarcas. Cuando, derrotada Alemania, fueron sometidos a juicio los mayores, un historiador inglés manifestó su extrañeza por el absurdo de que personajes que expresaban semejante vulgaridad y tan pobre talento hubiesen podido ejercer el poder absoluto que ejercieron. El profesor alemán Peter Longerich se preguntó en un libro titulado “Heinrich Himmler”, haciendo la biografía del más representativo entre los jerarcas de Hitler, “¿Cómo pudo un individuo como éste alcanzar una posición de poder tan históricamente única? ¿Cómo pudo este mediocre convertirse en el organizador de un sistema de asesinatos masivos que cubrieron gran parte del continente europeo? En efecto, el poder y la influencia que adquirió este ardiente ideólogo de la raza superior a través de una loca campaña de “purificación étnica” fueron enormes. A partir de 1938 ganó progresivamente el control de la policía y el aparato de seguridad de Alemania. Estuvo desde 1934 a cargo de la Gestapo (que llegó a casi 250.000 hombres) y a partir de entonces de la Waffen SS, una fuerza militar de elite, basadas en “la comunidad de sangre” dentro de una organización específica con sus propios uniformes, rangos, rituales y vocabulario. Muchos de los subordinados de Himmler eran individuos grises o de baja estofa, psicópatas o meros delincuentes no pocos de ellos. Mostraron en todo momento una devoción perruna hacia él, debido al hecho de que nadie como él podía garantizarles impunidad, posiciones de poder y acceso privilegiado a lujos personales. En una de las recensiones sobre el voluminoso libro de Longerich (casi 1.000 páginas) se procura una explicación de los comportamientos de estas bandas criminales organizadas por el Estado y lideradas por Himmler. Ciertamente, dice Max Hastings en una nota titulada “The Most Terrible of Hitler’s Creatures”, sus hazañas no fueron excepción en el mundo del siglo XX. Nada de lo que hicieron él y sus acólitos fue exclusivamente germano. Porque no es difícil persuadir a una minoría considerable de seres humanos, y aun a gente educada, de que participen en crímenes masivos en tanto ello es legitimado y puesto exitosamente en práctica bajo la autoridad de alguien colocado en la cima. Uno de los analistas hace una reflexión que vale. Recuerda que muchos de los serbios y croatas que mataron a decenas de miles de sus compatriotas en la Yugoslavia de los 90 habían sido ilustrados en la escuela y por los medios sobre la iniquidad del Holocausto pero eso no les impidió seguir el mismo curso, aunque en escala menor, procurando la eliminación de ciudadanos de su propia comunidad, indeseables para ellos. Es una reflexión que nos exige un párrafo aparte. ¿Acaso esta receta no es –mutatis mutandi– semejante a la aplicada en la tragedia de nuestra propia sociedad argentina durante los años del Proceso? Si algo fuera todavía necesario para asegurarlo, las declaraciones últimas, expuestas en el libro “Disposición final” por Jorge Rafael Videla, jefe de la Junta Militar responsable del sistema de “desaparecidos”, confirman con evidencia esa dialéctica de crímenes masivos cometidos por dueños del poder so pretexto de “limpieza” política. La biografía que comentamos deja, según el analista, algunas preguntas sin contestar. En primer lugar, la que se formula al comienzo sobre cómo hombres tan mediocres pudieron conducir un curso de tan grandes horrores. En segundo término, una mucho más significativa; la de cómo el pueblo alemán se inclinó a ser regido y representado por esta clase de personajes. La manera en que una de las más educadas y civilizadas sociedades del mundo aceptó el dominio de delincuentes que tenían el solo talento de planear y hacer ejecutar crímenes en masa será siempre un motivo de incertidumbre y angustia en el futuro de la humanidad. (*) Doctor en Filosofía


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