Con los ojos en la nuca

El papa Francisco se ha comprometido a ayudar para que la Argentina negocie mejor su deuda con los acreedores, pero ni su intercesión podrá darle aire a la economía en general si el actual gobierno se sigue aferrando a fórmulas anacrónicas. Ocurre que ni el presidente, ni la variopinta coalición que lo acompaña, ni por supuesto el pontífice, creen en otra cosa en materia de organización económica que no sea en las recetas de cuño corporativo que se han reflotado, las mismas que han fracasado una y otra vez.


Pero, además, el noble principio de la solidaridad tiene en la Argentina de estos tiempos componentes particulares ligados pícaramente al ajuste selectivo porque la clase política poco y nada ha querido conceder de todos sus privilegios y ha dejado toda la carga “solidaria” y el cierre a los tumbos de las cuentas fiscales en los bolsillos de los pagadores de impuestos y de los jubilados de mayores ingresos, pese a lo dispuesto por la Corte Suprema.


En el cambio de paradigmas que se vive, al ajuste hay que sumarle los controles de precios y el show de ministros y/o de sindicalistas verificándolos, tarea que siempre ha terminado siendo inocua o generando desabastecimiento. También ha retornado la opción por el lobby de la industria nacional, preferencia que deja de lado al campo y a las economías regionales para darle protección a algunos sectores fabriles a partir del cierre selectivo del comercio exterior, camino repetido que –con la excusa de sumar más empleo– solo perjudica el bolsillo de los consumidores y también las exportaciones, tan necesarias para conseguir los dólares que el país no produce.

Al listado de anacronismos hay que agregarle el atraso tarifario y las tasas negativas para ahorristas, todas ellas recetas de cuño proteccionista-demagógico que terminan provocando más trastornos que beneficios.


Como claros ejemplos del espejo retrovisor que hoy domina la economía, ocurrieron durante la última semana dos hechos que, por contrapuestos, dejaron expuestos el actual desorden de prioridades, a la hora de hablar de crecimiento: la provincia de Santa Cruz quiere volver a impulsar en Río Turbio la minería del carbón, mientras el gobierno nacional ha suspendido –dicen que para modificarla– la ley de Economía del Conocimiento.

Además del tan flagrante contrasentido de épocas, alrededor de los dos hechos existen factores políticos y personajes conflictivos, como la presencia de Aníbal Fernández en el rol de administrador de YCRT, complejo que incluye una planta energética que debería alimentarse con el carbón de la mina. A esta generadora se la quiso dotar de gas, pero está parada y se la sospecha inservible, al costo de haber sido utilizada su construcción solo para desviar cientos de millones de pesos a bolsillos ajenos, tal lo que busca probar la Justicia y se teme que Fernández diluya.


Por el lado de la ley, en el gobierno y sobre todo entre algunos de sus seguidores, existen fuertes prejuicios que cuestionan los importantes beneficios impositivos que tiene el sector. Ese dato, más la necesidad recaudatoria de revisarlos, puede poner en riesgo la generación de empleo futuro (a la fecha, 445.000 personas) y el ingreso de divisas (US$ 6,2 mil millones en los últimos 16 meses) en nichos del conocimiento que generan insumos esenciales para la industria 4.0.


Si se sigue mirando el mundo con los ojos en la nuca, hay varios prototipos más a los que se podría recurrir para probar los absurdos en los que vive la Argentina de hoy. A estas alturas, todo indica que el país no está más para insistir en mezclas de probeta, ya que tiene más un problema de diagnóstico que de terapéutica y que le ocurre lo mismo que a cualquier ser humano en cuya casa sale más dinero del que entra. En esto no hay milagros: si no se termina primero con el exceso de gasto que afronta el Estado y se empieza a mirar para adelante con ojos del siglo XXI, todo lo demás, inclusive una buena renegociación de la deuda, por más que el papa ayude, es voluntarismo puro.


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