Lo bueno, lo malo, lo feo, la reflexión de una médica de Roca

Mariana Costanzo, endocrinóloga infantil, que trabaja en el Hospital Garrahan, escribe sobre la cuarentena y la pandemia que afecta al mundo.

Cuando alcé mi copa recibiendo al año 2020 nunca imaginé lo que traería a nuestras vidas.
Las primeras noticias desde Wuhan, China , parecían una distopia más, producida por Netflix. Luego empezaron a llegar desde Europa y ya no pudimos negar su potente y atemorizante veracidad.


Al final asomó en nuestras casas y las rápidas medidas definidas por un gobierno que mostraba unidad en la toma de las primeras y tan difíciles decisiones nos convocaron al aislamiento social, preventivo y obligatorio.
Aunque pudiera parecer increíble, esos primeros tiempos del aislamiento me sorprendieron. Lo bueno de reencontrarme con la oportunidad de un cambio en la velocidad de esa vida enloquecida daba espacio para mirar la cotidianeidad y disfrutar de otra manera.


El olor a pan casero y café recién preparado inundando la cocina en las mañanas. Zumba online con las “chicas”; yoga en el balcón guiada por YouTube sintiendo la brisa y el sol, conectada con la intención de mantenerme saludable.
Descubrí que había un tiempo para conectarme con mis seres queridos que viven lejos y a los que extraño horrores, y con los que viven cerca, pero alejados en el ritmo loco de la ciudad.


Mis hijas adolescentes tuvieron tiempo para estar en casa, para hablar y discutir en profundidad ideas, para hablar de lo que las preocupa (la violencia de género, la gordofobia, el maltrato animal, el calentamiento global).
Soy médica, y sentí por primera vez que el valor del trabajo que hacemos los profesionales de la salud estaba claro a la vista de todos.

***


Pero a medida fue pasando el tiempo, mi mirada, en un principio romántica y optimista, se opacó.
El olor a lavandina y productos de limpieza empezó a sentirse irritante en la nariz.


La necesidad de dispositivos electrónicos conectados full time para poder continuar con nuestras actividades sobrecarga la red y el silencio se llena de: “No te escucho, para qué me vuelvo a conectar, salgo y vuelvo a entrar, se me colgó”, etc.
El aislamiento prolongado dejaba a la luz lo malo de las contradicciones, la injusticia y la hipocresía de la sociedad moderna.
El reconocimiento al valor del trabajo del equipo de salud no se acompaña de la provisión de las medidas necesarias de protección en todos los sitios por igual, mucho menos de remuneraciones acordes.


El miedo al contagio vuelve a unos contra otros.
Aparecen notas bajo las puertas de colegas, carteles amenazantes en los ascensores, pero llegan las 21 :00 y el silencio se inunda de aplausos.

Las condiciones de insalubridad en la marginalidad muestran la injusticia ante nuestros ojos y nos enfrentan con dilemas morales que preferíamos continuar negando.


El número de femicidios no cae y una vez más repetimos: no somos nosotras el problema. Qué difícil resulta mantenernos a salvo.
Pero Argentina está logrando mantener aplanada la curva de contagio gracias al enorme esfuerzo de todos (o al menos la gran mayoría) para cumplir con la medida de aislamiento.


Nos toca acomodarnos a lo feo de vivir en un estado de incertidumbre.


La cabeza se llena de preguntas sin respuesta que no dejan conciliar el sueño. ¿Cuándo y cómo termina esto? ¿Termina esto?
El humor va mutando, necesitamos el contacto social, ver a nuestros afectos, saludarlos, abrazarlos. ¿Podremos volver a hacerlo?
Nuestros ingresos bajan, nuestros trabajos peligran. No solo no sabemos cuánto tiempo debemos continuar así, tampoco cuántas cosas cambiarán para siempre y cuántas no volveremos a recuperar.

Pero necesitamos ser resilientes y acompañar los cambios con la flexibilidad del tallo verde. No todo tiempo pasado fue mejor, mañana es mejor decía el flaco Spinetta.

¡Que así sea!

(*) Endocrinologa infantil,
Servicio de Endocrinologia del Garrahan
Prosecretaria del comité de Endocrinologia de la SAP .


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