Crisis, desempleo y angustia: la precariedad se vuelve global

Deborah Claude y Marie-Pierre Ferey*


De París a México, y de Kiev a Madrid, trabajadores y desempleados de los sectores más afectados por la pandemia viven en constante incertidumbre y miedo al futuro.


Con la epidemia, su vida sufrió un vuelco. Empleados fijos o precarios, acomodados o pobres, en el turismo, el sector aéreo o la restauración, todos perdieron sus empleos y viven en la angustia, la vergüenza o, incluso, en la humillación.

Con la crisis causada por la epidemia de covid-19, el FMI prevé una recesión del 4,9% este año. Según su jefe economista Gita Gopinath, “son las familias de escasos ingresos y con trabajadores poco calificados las que más van a sufrir”. Millones de personas en el mundo están o estarán desempleadas en el 2020.

De París a México, y de Kiev a Madrid, empleados y trabajadores de los sectores más afectados -turismo, transporte aéreo, restauración, digital-, quienes compartieron su día a día de sacrificios, proyectos abortados y miedo al futuro.

Estos son sus testimonios:

• Neuilly-sur-Marne (Francia): “He caído en la precariedad”. Desde hace diez años, Xavier Chergui, un francés de 44 años, cumplía contratos puntuales en la restauración como camarero principal en la región de París. Ganaba entre 1.800 y 2.600 euros por mes (entre 2.000 y 2.900 dólares) con máximos a veces de hasta 4.000 euros (4.500 dólares). “Y ahí llegó la covid-19, y todo se descalabró. El 13 de marzo me anunciaron: ‘Xavier ya no vienes más, esto se acabó’”, cuenta. “No he pagado mi alquiler (950 euros) en marzo, en abril, en mayo (…). Sigo pagando 250 euros del crédito de mi coche, pero no la electricidad desde hace tres meses. Hay que llenar la heladera”. “Hemos perdido todo. Psicológicamente, hay que asumirlo”, dice.

Con su esposa, que no trabaja, y sus dos hijos, viven con los 875 euros (casi USD 990) del Ingreso de Solidaridad Activa que garantiza en Francia un mínimo de dinero a las personas sin recursos.

“Mi mujer está deprimida, llora todos los días”, dice Xavier. “Yo agacho la espalda, dejo que pase la tormenta. En septiembre la actividad se reanudará y a principios de octubre llegarán los primeros ingresos”. “Siempre y cuando no vuelva el virus”, agrega.

• Roger Ordóñez nació en Medellín hace 26 años. Es egresado de una escuela técnica estatal y esperaba ser piloto. Ingresó a la compañía colombiana Avianca como asistente de vuelo en el 2017. Antes solo había tenido trabajos informales “con sueldos muy bajos”. “Tú entras a Avianca y te acomodas a cierta vida porque tienes un buen sueldo y puedes viajar”, dice Ordóñez, quien como empleado de la aerolínea fue de vacaciones a 6 países y llevó a su familia al exterior por primera vez. “Yo alcancé a conocer México, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile y varias ciudades de Estados Unidos”.

A finales de marzo Ordóñez accedió a tomar una licencia no remunerada de 15 días por petición de Avianca. Pero el periodo se extendió hasta finales de mayo, cuando Ordóñez recibió una carta en la que la empresa le notificó que su contrato, que vencía el 30 de junio, no sería renovado. Entre tanto, la segunda compañía aérea del país cayó en quiebra. Su vida y sus proyectos dieron un vuelco. Ahora considera volver a estudiar algo “que tenga que ver con (…) administración, comercio o ventas”. Aunque Ordóñez no tiene un hogar a su cargo, asegura que su salida de Avianca ha golpeado a su familia, ya que sus ingresos, más elevados que los de su padre o de sus hermanos, le permitían ayudar “a pagar algunas cuentas”.

En Madrid para llenar la heladera y dar de comer a su hijo estudiante, a su hija y a su nieto, a Sonia Herrera no le queda otra opción que depender de la ayuda alimentaria. “Me da un poco de vergüenza pedir ayuda”. Está la mirada de los demás, la culpabilidad de decirse que “quizás otros lo necesiten más”, dice esta hondureña de 52 años. Empleada doméstica no declarada, ganaba 480 euros por mes. Hasta que los dueños de casa, en el centro de Madrid, prescinden de ella al iniciarse el confinamiento, en marzo. Sin papeles, no tiene derecho a protección social. Su hija Alejandra, de 32 años, cocinera en una guardería por unos 1.000 euros por mes, también ha perdido su empleo con el cierre de los centros educativos durante el confinamiento. Alejandra sí está regularizada, y cobra de desempleo unos 600 euros con los que vive toda la familia. Con sus pequeños ahorros, “apenas” pueden pagar las facturas y el alquiler. Pero nada más. “Antes podíamos salir a comer fuera, de vez en cuando, un heladito… Ahora ya no”.

• Desde hace varios días, Jesús Yépez, guía turístico en México, duerme en un albergue para indigentes. Este julio fue desalojado del cuarto que alquilaba en el centro histórico. Antes de la crisis, cobraba 500 pesos (unos 22 dólares) por recorridos de una hora. Pero con la epidemia, los museos y galerías de México cerraron a finales de marzo, justo cuando empezaba la temporada alta, y él se quedó sin empleo, como tantos otros.

Al principio, Jesús tenía algunos ahorros. Pero se han terminado: ya no hay turistas ni tampoco nada que hacer visitar. “Lo que yo estoy buscando es irme de aquí a un asilo de ancianos (…), tener una vejez digna. Ya estoy cansado de la vida, de alguna manera. Me siento solo”, afirma con amargura.

*Periodistas de la agencia AFP


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