Cuando Indupa supo de enfermedades laborales

El médico de la planta detectó deformaciones. Casi sin tecnología se vinculó con especialistas.

En su libro «La ciudadela», A. J. Cronin describe el esfuerzo de un médico de pueblo minero de Gales del Sur en 1930 por convencer a los intereses económicos de mejorar las condiciones laborales para evitar graves daños en la salud de sus pacientes.

Algunas décadas después, en Cinco Saltos, otro médico de pueblo se enfrentó a un tema tan complejo como conflictivo: estudió los efectos que el trabajo en la planta de PVC de la ex-Indupa provocaba en varios trabajadores. Siguió durante largo tiempo la evolución de deformaciones en las extremidades y otras patologías, planteó la situación a los directivos de la casa central de la empresa, en Francia y viajó para realizar consultas con sus pares sobre experiencias similares.

Más de 30 años pasaron desde entonces, y los residuos tóxicos de la ex-Indupa siguen siendo un peligro cierto de contaminación con mercurio para los pobladores cercanos y para las aguas del canal principal de riego del Alto Valle, que pasa junto al predio.

El médico Diego Benito murió el pasado 27 de mayo en Cinco Saltos. Entre sus papeles, guardó decenas de carpetas que reflejan el seguimiento clínico de varios pacientes por más de diez años, y estudio académico personal que en las décadas de 1970 y 1980 realizó sobre los efectos del cloro y el mercurio en la salud de las personas.

Lo llamativo es que eso sucedía en Cinco Saltos, al mismo tiempo que -en otras partes del mundo- otros profesionales comprobaban iguales patologías.

El conocimiento científico se va construyendo, así, sobre la base de experiencias clínicas compartidas. Sin Internet ni tomografías computadas. Sólo con radiografías y análisis bioquímicos. «Termografía caro y complejo. No se sabe aún el mecanismo de la enfermedad», anota en el margen de una hoja.

Benito debate con profesionales a través de cartas que incluso traduce para ello al francés. Y debate consigo mismo tratando de vincular la teoría que lee en las revistas científicas avanzadas con la sintomatología clínica que advierte en sus convecinos de Cinco Saltos.

Confirma así que, sin necesidad de accidentes severos, la exposición continuada a pequeñas cantidades de cloro en el ambiente puede producir bronquitis crónica, asma, enfisema pulmonar y, en ocasiones, gastritis y anginas rojas rebeldes, conjuntivitis y dermatitis. También que las sales de mercurio se vinculan a cuadros clínicos de gingivitis, diarreas, renopatías, temblores espontáneos, dificultad de los pequeños movimientos, alteraciones caligráficas y ataxia cerebelosa.

De la detección y tratamiento de casos clínicos pasa a la prevención, anticipando lo que hoy es materia de la medicina del trabajo, la legislación ambiental y las normas de seguridad industrial.

Con apurada letra manuscrita, toma nota de la física y de la química de los procesos usados en la planta industrial. De sus recorridas por el establecimiento y de sus gestiones para mejorar las condiciones de salubridad laboral: «Evitar polvos, no entran en la sala de controles. (…) Además, habrá un Drager más moderno para detectar menores porciones en suspensión (…) Hacer controles desde ingenieros hacia abajo (caso del técnico que tuvo la afección porque el escritorio «aspiraba» aire de la sala)».

El 1 de octubre de 1962, Benito elabora un informe denominado «Cloro. Problemas vinculados con la medicina. Indupa. Fábrica de Cinco Saltos». En él relata los avances en la prevención de intoxicaciones con cloro. Pero habla de aquellos males conocidos en ese momento: las iritaciones y lesiones que ese elemento produce en la mucosa bronquial, el epitelio alveolar, las vías digestivas superiores, la mucosa ocular y la piel en caso de accidentes en la manipulación.

Recién en 1966, en una planta de Solvay en Bélgica, se describen las patologías óseas que generaba ese circuito industrial.

En Cinco Saltos, el profesional traduce del francés revistas de la ciencia médica con los últimos avances; transcribe en máquina de escribir informes extranjeros; se interioriza de las resoluciones que la Organización Internacional del Trabajo toma sobre enfermedades profesionales «nuevas».

Hoy, unas 150 páginas de internet refieren con detalle al angiosarcoma de hígado, enfermedad producida por monómeros del cloruro de polivinilo (PVC) en trabajadores de la producción de cloruro de vinilo. El monómero de cloruro de vinilo (MCV) es un gas que se produce a través de la cloración del etileno, un producto de la industria del petróleo. Cuando es polimerizado, forma cloruro de polivinilo (PVC, siglas en inglés), uno de los principales polímeros plásticos de amplia utilización actual. El MCV fue antes considerado como un gas relativamente inerte, y ampliamente empleado como propulsor en latas presurizadas.

«En 1967 el Instituto Nacional para la Seguridad y Salud Ocupacional notificó que 4 casos de un raro tipo de cáncer de hígado, angiosarcoma hepático, habían ocurrido en un grupo laboral de sólo 500 trabajadores. Poco tiempo después fueron reportadas más observaciones que sustentaban la asociación entre el MCV y el desarrollo de ASH», afirma un estudio reciente de la OMS (Salud Ambiental Básica, de Yassi, Kjellström, Kok y Guidotti). El trabajo incluye un estudio de enfermedades y causas de muerte en trabajadores de más de diez años en plantas de PVC, señalando que «sólo el exceso de tumores del hígado es significativo».

Otra consecuencia de este monóvero del cloruro de polivinilo es estudiada particularmente por Benito en uno de sus pacientes: la deformación y acortamiento de las falanges de dedos y pies, que ya se asociaban en el mundo con deformación de los huesos sacro e ilíacos. Es lo que se denomina acroosteolisis, un acortamiento de huesos originado en la obturación de la circulación sanguínea.

Sus apuntes reflejan más interrogantes que certezas. «Hay una estrecha relación entre vascularización y agresión por el monómero (¿qué fórmula?). Se explica así que las extremidades distales de las huesos (falanges) … (ilegible) óseos poco irrigados (sacro, arcos costales, pelvis) sean agredidos pero no así los parénquimas donde la circulación es generosa». «Caso del hígado ¿por qué el hígado? No es aceptable que haya relación selectiva entre monómero e hígado. El angioendotelio sarcoma decripto como tal no es aceptable como no lo es la selectiva relación entre hígado y sarcoma. No sabemos que esté descripto de bazo, pulmón, páncreas. Sería más aceptable que procesos de este tipo estuvieran localizados en pulmón (vía casi directa) y no está descripto en ningún lado. No cabe duda que en el contexto actual de nuestros conocimientos la agresión del monómero no pasa de las estructuras óseas, mientras no se demuestre lo contrario e incluso no es irreversible».

Comparte así la determinación de que los operarios más afectados son los descostradores de autoclaves, y la recomendación de que no permanezcan dentro del equipo más de dos minutos, y que en ese tiempo se inyecte aire y se aspire simultáneamente para reducir el riesgo de aspiración.

En un informe a sus superiores, señala Benito: «no se conocía otra morbilidad que pudiera atribuirse a la planta, excepción del caso de «acroosteolisis» recientemente descubierto, en la actualidad en tratamiento y en vías hasta el momento de recuperación, lenta pero positiva. De catorce años a esta parte no se conoce otro caso». Sobre cáncer de hígado, añade que «no tenemos conocimiento de ninguno. Incluso tratándose Cinco Saltos de una población de pocos habitantes, la muerte de un ex-obrero de la empresa se conoce siempre, y no se tiene conocimiento que haya padecido ese tipo de cáncer».

Un apunte manuscrito revela una preocupación más directa: «Hablarle de los riesgos a los que no se cuidan, y que no podrán trabajar más en esas condiciones».

En mayo de 1975, Benito viajó a Francia autorizado por la empresa, a fin de «ponerse en contacto con jefes de servicio médicos análogos, para perfeccionarse en la profilaxis y tratamiento del personal afectado a algunas plantas de esta empresa». Así lo apuntó el gerente, Juan Chidiak, en una nota membretada. El médico llevó muestras de orina de seis trabajadores que consideraba de riesgo. El 15 de ese mes, tenía el informe bioquímico del servicio médico de la fábrica de Saint-Auban, en Francia. En letra manuscrita, el médico R. Deleuze le recomendaba hacer un seguimiento para comparar los resultados a lo largo del tiempo.


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