Culpemos a los otros

La explicación del presidente es culparnos a los que no lo votamos por la realidad que atravesamos.

Cuando el 17//11/15 en estas páginas (¡ahí vienen los dólares!) dijimos que nos parecería claro hacia dónde se iba a dirigir la eventual gestión de la coalición política opositora -en ese entonces- no pretendimos hacer futurología económica, sino advertir sobre los riesgos que importaba lo que representaba aquella para los intereses de nuestro país.

Esa fuerza política fue ensayada cuidadosamente sobre un laboratorio mediático que, exacerbando limitaciones y yerros del anterior gobierno, machacó sistemáticamente con la idea de un “cambio para volver al mundo”.

Una parte de la Justicia Federal con asiento en la ciudad de Buenos Aires y el taladrar de los medios de comunicación más importantes construyeron la imagen de la corrupción endémica de un modelo con pretensiones distributivas que había que dejar atrás.

Se trataba de no convertirnos en Venezuela o Cuba, poder ser libres para poder comprar todos los dólares que queramos e insertarnos en un mundo que nos esperaba ansiosamente (lo expresó claramente el presidente luego de su regreso del Foro de Davos en enero de 2016).

Alegría por la “lluvia de inversiones” y “pobreza 0” que llegarían a estas playas, y la coparticipación de un sector del hoy peronismo triunfante -y también del minúsculo e intrascendente derrotado- motorizaron el primer empuje de la gran farsa electoral. Mientras tanto, el “ratoncito de laboratorio” -un amplio sector de la sociedad- daba vueltas por el cilindro interminable esperando la llegada del paraíso.

El país avanzaba sin pausa en un festival de deuda externa en dólares, pérdida de empleos, inflación, cierre de empresas, tarifazos ajustados en dólares, déficit fiscal y pobreza en aumento. Todo ello sazonado con un desmantelamiento programado de importantes estructuras estatales vitales para el desarrollo independiente: Conicet, Senasa, el IMPI, INTA. El solo hecho de que leamos ese texto monumental de la historia americana (“Las venas abiertas de América Latina”) nos acercará, casi 200 años después, al laboratorio socio-político-económico que se llevó adelante en el país: la primarización de la economía siendo nuestro destino la exportación de granos, petróleo y gas; el desmantelamiento de la industria, la disminución del ingreso real de los asalariados, distribuyendo la diferencia en los sectores más reducidos de la población.

Por supuesto ingresamos al mundo (“Volver al mundo, de la deuda”, 2/2/17, en esta columna) colocando deuda en dólares para pagar déficit fiscal en pesos (hoy casi el triple que en el gobierno anterior) vendiendo esos dólares a los grandes especuladores nacionales y extranjeros que compraban deuda en pesos del Estado nacional con descomunales tasas de interés (Lebac primero, Leliq hoy) para luego comprar esos dólares del Banco Central y sacarlos del país (total, el mercado cambiario para entrar y sacar dólares del país es libre, como en Burundi).

Cuando en el 2018 los dólares se acabaron y entrábamos en “default” porque nuestros aliados del nuevo mundo “vendieron las Lebacs y compraron dólares para llevárselos del país, llegó el FMI -previa devaluación del 100% en pocos meses- a prestarnos más de cuatro veces la cantidad del cupo que nos correspondía, saltando toda la reglamentación del organismo dado la orden el Departamento de Estado de los EE. UU. al FMI a través del Tesoro: había que ponerle todos los dólares necesarios a la Argentina para que los inversores cambien sus títulos en pesos y puedan retirar sus intereses acumulados en dólares fuera del país.

Y de paso, sostener al actual presidente para que no se caiga, no sea caso que Argentina vuelva a estar aliada con ese mundo repugnante: China, la India, Rusia o el resto de Americana latina, nuestro verdadero territorio común al cual pertenecemos aunque nos creamos blancos (¡negros jamás!). Ah, y por cierto, mantener el aumento de tarifas unido a la evolución del dólar se transformó en una política de Estado a rajatabla, dado que intereses cercanísimos al poder de turno debían asegurarse los más de u$s 5.000 millones de dólares de utilidades de estos últimos cuatro años. Es el precio por las tarifas retrasadas del gobierno anterior -nos dijeron-, hay que esforzarse porque después de cruzar el río viene “el primer mundo” y la “lluvia de inversiones” para crecer (¿vieron alguna más allá Vaca Muerta, de rentabilidad asegurada?).

Lamentablemente a pesar del paraíso y las buenas intenciones, a pesar de los encuestadores preadquiridos, a pesar de haber gastado el viernes previo a las elecciones fondos de desconocido origen en la bolsa de Bs. As. (les adelanto que se trató de dineros públicos del Anses y Banco Nación) para elevar el valor de las acciones dando la sensación que “el mercado” festejaba la paridad de votos existentes, la realidad fue arrolladora. La fenomenal respuesta de la amplia mayoría de la población (en sus vertientes políticas diversas) no pudo ser detenida incluso en reuniones de último momento con funcionarios de la embajada de los EE. UU. ante la avalancha que días antes del comicio “olfateaba” el gobierno nacional.

Un ministro, una diputada adscripta a vaticinios bíblicos operaron hasta el final tratando de encontrar soluciones “mediáticas” a una derrota que nos haría retroceder del mundo, volviendo a “la prehistoria venezolana”.

Ya no había tiempo, el proceso político había sucedido, el deterioro económico y social de la Argentina es de tal magnitud que no hay forma de anestesiar ni a la gente, ni a la economía real (ver nuestra nota “Morfina” 19/6/19).

La explicación del presidente, en el marco de su errática estrategia electoral e irresponsabilidad recurrente, es culparnos a los que no lo votamos por la realidad que atravesamos.

Es más, nos castigaron con otra gran devaluación (dólar de $ 45 a $ 53 al lunes 13/8) en tanto el Banco Central utilizó un sistema de subasta de divisas mínimo sin ejecutar otras herramientas disponibles dejando aumentar el dólar para “mostrarnos” qué nos puede pasar si regresa el populismo. Una estrategia perversa que tendrá un castigo político y social más profundo aún.

El modelo del cambio en realidad es bien viejo. Se trata de recetas que aplicaron en el país minoritarios sectores de poder casi desde los orígenes de nuestra nación. Para ellos, el concepto de soberanía como atributo esencial de un país no existe.


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