De Cipolletti a Key West: dejó el petróleo y la rompe con su resto-bar en el Caribe

La historia de Alfredo Giménez: en el 2016 dejó su empleo para viajar por el mundo y ahora es dueño del restaurante donde fue mozo en la ciudad más cercana a Cuba de los EE.UU.

Como bartender le toca estar al frente, de cara a Duval Street: prepara tragos, conversa con los clientes que luego beben en el salón o en el patio mientras suena una banda en vivo de blues, jazz, pop o rock según el día en este paraíso cool llamado Key West, el punto más austral de los Estados Unidos y el más cercano a Cuba, en el Caribe de eternas aguas turquesas y huracanes que hay que capear de julio a septiembre.

Alfredo recibe a los clientes como bartender.

Un encantador pueblo de La Florida con casas de madera en tonos pastel que vive en su propia burbuja de sol, delfines y buena onda, que muchos buscan a la hora de retirarse con sus 20 C° de mínima en el invierno para olvidarse de la corbata y pescar o bucear en sus arrecifes o disfrutar de las famosas fiestas de disfraces donde todo puede suceder.

Alfredo vive a dos cuadras de la playa.

Como frontman, el cipoleño Alfredo Giménez -de 37 años, de novio hasta poco, hoy soltero- sabe que los clientes no tardarán en advertir que su inglés es de otro lado. Y que es seguro que le preguntarán de dónde. “De la Argentina, de la Patagonia”, responde.

Y si la primera imagen evoca a Messi o Maradona según la edad para los futboleros, la segunda conecta con una de las maravillas del mundo, ideal para abrir una charla en ese ambiente relajado al que se llega desde Miami por una ruta escénica que atraviesa puentes tan de película que hasta el mismísimo Arnold Schwarzenegger filmó en el de las Siete Millas, el más extenso y famoso, una épica escena en True Lies (Mentiras verdaderas) entre aviones de guerra, helicópteros y camiones de los malos que caen al agua.

A la izquierda, el Puente de las Siete Millas, construido en 1982 a un costo de 45 millones de dólares. En primer plano, el original, que quedó para ciclistas y peatones. Fuente: Wikipedia.

Antes de irse con el cóctel, muchos también le preguntan qué hace ahí. Solo entonces les dice que es uno de los dueños, que el otro es Gastón Beck, el porteño de 35 años que está al lado y también prepara tragos. No usa esa carta, aunque sabe que no hay mejor presentación que estar ahí adelante charlando descontracturados.

Entre la carta, brillan el ojo de bife y el lomo. Compran la carne argentina en Miami. «De vacas de pastoreo, mucho más magras que las de los feedlot. Eso lo valoran los clientes: no es que no conozcan los cortes, es que los nuestros tienen menos grasa y son más sabrosos», describe Alfredo. También ofrecen vinos argentinos y choripanes.

Que ellos dos estén al frente, codo a codo con los 25 empleados y los clientes, es una de la razones del suceso de Viva Argentinian Steakhouse, el restaurante que ofrece carnes de las lejanas pampas y cortes como ojo de bife y lomo, vinos de Mendoza y choripanes. Cenar puede costar unos u$s 35, contra un promedio de u$s 50 en la ciudad en ese rango de servicios.

Socios y amigos. Alfredo Giménez y Gastón Beck. Se conocieron trabajando en la petrolera Halliburton, donde compartieron casi 10 años.

“Calidad con precios competitivos”, explica Alfredo, otra clave de dos amigos que un día dejaron sus trabajos en una petrolera para tirarse de cabeza a un sueño que encontraron en esta antigua construcción de 1920 que supo ser un burdel, fabrica de muebles, galería de arte y que algunos en el pueblo dicen que está embrujada, aunque ellos el único efecto extraño que notan es la atracción que genera ese gran patio rodeado de árboles y plantas, el más grande del centro de Key West, a la hora de elegir un lugar donde tomar o comer algo.

A la derecha Gastón con su mujer Cynthia (de violeta) junto a dos amigos en una de las famosas fiestas de disfraces.

Está a la vuelta de la casa museo del célebre escritor Ernest Hemingway, justo en el medio de la calle principal. “Location, location, location”, dicen los norteamericanos. Tercera clave de esta ciudad a la que arriban oleadas de europeos del este y centroamericanos en busca de una oportunidad y en la que Migraciones mira para otro lado: no alcanza la mano de obra local para abastecer la demanda.


Alfredo trabajaba en planificación y compras en Halliburton. Nacido en Córdoba, se crió en Cipolletti y se considera uno más de la ciudad del Alto Valle de Río Negro, al norte de la Patagonia.

Después de arrancar el secundario en el colegio Estación Limay y terminarlo en el CEM 17, siguió en la Universidad del Comahue y el Isi College en Neuquén con el objetivo de formarse para entrar en el mundo del petróleo.

En las islas Azores.

Lo consiguió y pasó por destinos como Buenos Aires, Comodoro Rivadavia, Panamá y Neuquén en planificación y compras, hasta que en el 2016 decidió cambiar de vida, salir de viaje con la idea de quedarse en algún lugar si encontraba donde desarrollar un proyecto que lo entusiasmara, una ciudad linda y con onda, todo lo que lo esperaba al sur de los Estados Unidos.

Pero antes de detener la marcha fueron dos años de aventuras, con experiencias tan intensas como conocer la isla Komodo en Indonesia, sus dragones y murciélagos enormes, hacer snorkel con mantarrayas gigantes en Bali y con tiburones ballena en Tailandia, recorrer allí los templos budistas, aprender sobre masajes y meditación, hacer un curso de buceo. En Vietnam, viajó durante un mes en moto por la costa del sur al centro junto a motoqueros ingleses y australianos que conoció en el camino. “Linda banda esa”, recuerda.

Con la banda de motoqueros ingleses y australianos en Vietnam.

En Grecia, conoció los vestigios de los primeros registros de la civilización occidental en Chania y en Copenhague, se asombró con Christania, ese barrio que comenzó con una toma de viejas barracas militares en el centro de la capital danesa en 1971 y hoy es una comunidad autónoma que comercia sus productos en una gran feria.

Se maravilló también con las islas Azores, que pertenecen a Portugal en el medio del Atlántico, a 1400 km de Lisboa. “Son espectaculares y muy baratas porque va poco turismo. Consumen lo que producen e incluso exportan té a países de Europa. Es loco ver cómo cocinan con la actividad volcánica, a tres metros de profundidad”, cuenta.


En el medio de esa larga aventura, pasó dos veces por Key West y en ambas fue mozo en el restaurante del que ahora es dueño, que por entonces estaba dedicado a la comida mexicana y era de un matrimonio mayor del que se hizo amigo y que estaba poco en el negocio, algo que no se aconseja en la industria gastronómica.

Todas la noches hay bandas en vivo. Pop, rock, jazz, blues: todo depende del día y la onda.

Durante esas dos experiencias, perfeccionó su inglés, comprobó que un camarero puede llevarse de 4.000 a 5.000 dólares al mes entre el sueldo de u$s 5 la hora y las propinas (llegaron a dejarle una de u$s 100) y ganó lo suficiente como mozo principal como para financiar los viajes que siguieron sin tocar los ahorros.

«Vi el potencial de ese lugar», recuerda. Y antes de irse al sudeste asiático les dijo a los dueños que si alguna vez vendían, él quería que le dieran la prioridad. Una semana después le respondieron que estaban dispuestos.

Manos a la obra. Alfredo pintando su negocio.

Fue entonces que llamó a su amigo Gastón, que estaba en Caracas trabajando en la petrolera, también buscaba un cambio de estilo de vida y le había dicho que si veía algo le avisara. “Vi algo en Key West, venite”, le dijo Alfredo.

El patio a pleno, en una foto antes de la pandemia.

Seis meses después de negociaciones, consultas con abogados y papeles, compraron. Abrieron en abril del 2018 y encontraron lo que buscaban: el negocio marcha viento en popa, el lugar donde viven no podría ser mejor.

Con amigos en Key West.

¿Qué pasó durante la pandemia? Un control policial en la ruta protegió a Key West de los miles de casos de Miami. Desde hace un mes, está todo abierto y los comensales se sacan el barbijo al entrar y deben cumplir con los protocolos sanitarios.


“¿Qué extraño? Los amigos, la familia, hacer snowboard en el Catedral”, dice Alfredo. Cada vez que manda un video o unas fotos a sus amigos de Cipolletti, le dicen que parece que viviera en otro mundo, uno paralelo, uno con sol, delfines, vecinos que no cierran sus casas, ambiente relajado y turistas que eligen el destino y gastan. «Por todo eso vienen, por la onda», cuenta Alfredo. ¿Y qué responde a lo del mundo paralelo? «Que sí, que lo es. Acá la vida es diferente, muy diferente. Gente sana que no juzga y vive libre, hay un concepto de comunidad unida, de igualdad y equidad. No conozco otro lugar así en el mundo», agrega y se despide para preparar un trago. Suena un blues de fondo, el murmullo crece, la noche está por comenzar.


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