De gladiadores y mercenarios

Si hay un deporte en nuestro país que tiene su origen en la escuela es el handball. Solo hacen falta dos arcos, un patio , una pelota y el concurso de catorce voluntades. Así de simple.


Los escuelas nutren a los clubes y éstos a las selecciones provinciales o nacionales.
Cuando hablo de clubes, me refiero al playón del barrio, al Centro de Educación Física o al Gimnasio municipal de la ciudad o pueblo. Hasta allí se acercan los pibes de las cercanías a jugar al balonmano.


El concepto de familia aparece así espontáneamente en escena, a tal punto que hoy la Selección Argentina cuenta entre sus filas con Sebastián, Diego y Pablo Simonet (hijos de los ex jugadores Luis y Alicia); Federico e Ignacio Pizarro; Federico y Juan Pablo Fernández (hijos del ex pivote y técnico Elio) y Victoria y Manuel Crivelli.

Desde 1981 en que se disputó el Torneo Panamericano masculino en el Luna Park, Argentina inició un trabajoso camino para competir a nivel internacional. Primero por las grandes distancias y en segundo lugar por ser un deporte amateur contra la profesionalidad histórica de los jugadores europeos y asiáticos.


En el año 2012, los gladiadores lograron la épica clasificación olímpica para Londres, que luego repitió en Río 2016 y Tokyo 2021.
En el Mundial de Egipto 2021 que acaba de terminar, Argentina obtuvo su mejor posición histórica al conseguir el onceavo puesto, entre 32 países.
Sin caer en un falso chauvinismo, costaba ser indiferente tras observar a nuestros jugadores cantar abrazados el himno. Incluso en deportistas que compiten en Europa (como Diego Simonet MVP con el Montpellier, en la final de la Europa League 2017/2018) y que participan de cada citación por el disfrute de volver a jugar juntos.


Orgullo que se agigantó tras derrotar, en un partido de colección, a la poderosa Croacia por 23-19.
Mas no todo fue color de rosa, ya que por un sólo gol Argentina no logró alcanzar el séptimo puesto (el que hubiera correspondido por mejor diferencia de gol con Egipto) e incluso la chance de ir por más.
Si bien se cayó 25-26 con Qatar, por no sostener la regularidad necesaria durante todo el encuentro y fallar en algunas decisiones puntuales, resulta difícil de digerir cómo un equipo nacional como el asiático puede ser representado por mayoría de jugadores extranjeros.


Así, lanzadores desequilibrantes como Rafael Capote o Frankis Marzo son cubanos. El arquero Danijel Saric es bosnio y la mayor parte de la plantilla restante tunecinos. Bajo este sistema, en 2015 con el concurso de Markovic, Capote, Sáric, Fernández, Stojanovic y Roiné, los qataríes alcanzaron un subcampeonato a nivel mundial.

Según la reglamentación de la IHF, un jugador o una jugadora podrá disputar partidos con la selección nacional de un país si se tiene la nacionalidad de éste.
En balonmano, la libertad a la hora de nacionalizar jugadores es absoluta. Eso sí, solo hay una regla, que tiene que cumplirse a rajatabla:“todo jugador que decida participar en competiciones internacionales con una selección diferente debe llevar más de 3 años sin participar con su última selección”.


La medida es particularmente controvertida, ya que trata a la selección como si fuera un club. De dicho modo facilita que el país del Golfo Pérsico, con tentadores contratos en petrodólares, arme un fuerte “resto del mundo” para competir frente a federaciones económicamente débiles como la nuestra.


Se desdibuja así el sentido de representar a la tierra de pertenencia, habilitando de manera obscena la mercantilización del deporte.
Si bien es cierto que hay jugadores que jamás traicionarían la posibilidad de ponerse la camiseta de su país, la laxitud sin cupos que permite la IHF conspira contra la esencia misma de un deporte… nacido en las escuelas.

*Abogado. Prof. Nac. de Educación Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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