Los jueces quieren hablar claro: ¿las personas los pueden entender?

Helga María Lell*

El lenguaje jurídico claro es un movimiento que propugna que los mensajes jurídicos se elaboren con una selección de formato y de estilo de redacción que permita que quien sea destinatario pueda encontrar rápida y certeramente la información que busca, comprenderla y utilizarla. Esta idea, que pone el acento en los receptores, quiere remediar un problema que pareciera ser propio del Derecho: la oscuridad, lo críptico y lo inentendible de la forma de hablar de los operadores jurídicos (ya sean jueces, abogados o legisladores).

El Derecho, como disciplina técnica que es, posee un vocabulario técnico que permite operar y comunicarse con precisión. Esto es útil porque facilita la labor tal como para un médico puede ser “pedirital” que le alcancen un bisturí durante una cirugía sin detenerse a explicar de qué instrumento se trata. El problema en el ámbito jurídico es que los ciudadanos estamos inmersos en un mundo de normas que determinan nuestra vida y la mayoría de las veces no podemos entenderlas. En particular, cuando un sujeto se encuentra en un juicio que va a definir su futuro y que le dará la razón o no sobre su expectativa, entender lo que un juez dice es más que importante. En ese marco es que el lenguaje claro propone que los jueces hablen claro. Pero aquí la cuestión se complica y mucho.

La oscuridad del lenguaje no depende solo de su carácter técnico, sino principalmente de la forma ampulosa, compleja, anacrónica y alejada de lo cotidiano de los abogados y jueces. Frases en latín (una lengua que ya no se habla en ningún lugar del mundo, pero algunas frases y palabras sueltas se suelen deslizar en estudios jurídicos y tribunales), oraciones interminables llenas de gerundios (recordemos que el gerundio tiene sus usos específicos y ninguno de ellos es convertir legítimamente una oración en un párrafo), cambios de orden sintáctico sin razón alguna (algo que puede ser válido, pero hay que saber para qué cambiamos el orden y sobre todo que el pobre receptor lo entienda) y palabras inventadas (la creatividad puede ser bastante interesante a la hora de generar términos que suenen bien pero que no figuren en ningún diccionario. Imaginemos qué tanto puede entender una pobre persona que no sabe dónde encontrar el significado de una palabra rara).

Ante este panorama, los manuales y recomendaciones de lenguaje jurídico claro se han enfocado en estrategias que tienden a explicar los términos específicos del Derecho, a eliminar los anacronismos y también a enseñar a los jueces a comunicarse con un español/castellano más o menos correcto y entendible. Hasta aquí íbamos bien, pero el resultado no ha sido siempre el esperado. En un pequeño estudio centrado en veintiséis sentencias escritas en lo que los jueces llamaron lenguaje claro para personas en condiciones de vulnerabilidad se puede ver el escaso cumplimiento de las recomendaciones. Las oraciones siguen siendo largas, los gerundios siguen allí (por suerte, no el latín), algunos acentos también han desaparecido, etc.

Cuando uno lee estas cartas escritas a las partes de los juicios en lenguaje claro uno se puede encontrar que no hay una explicación del contenido de la sentencia ni de lo que ocurrió en el juicio. En muchos casos nos encontramos con frases como estas: “estoy convencida que sabrás llevar una vida con valores y principios que te llevarán a planificar para bien y ser al fin, ésa persona que soñaste ser, libre y por el buen camino, con conciencia del otro como un ser digno de respeto y consideración, siendo artífice de tu destino, que siguiendo así como lo venís construyendo, serás feliz”, “quiero que sepas que no hemos perdido las esperanzas en vos y tampoco queremos que las pierdas vos mismo”; “deseo explicarte lo que deberás hacer de ahora en adelante para que las cosas marchen mucho mejor en tu vida”; “Confío en que vas a poder seguir de la buena manera en que lo hiciste hasta ahora”.

Estas expresiones pueden darle una cara amigable a la justicia, algo que no es un error en sí mismo, pero, más allá de la buena intención, no parecen lograr lo que verdaderamente se propone el lenguaje jurídico claro: garantizar el acceso a la justicia.

Si uno de los sujetos a los que se les comunicó una de las oraciones mencionadas tuviera que explicarle a un vecino qué sucedió en su juicio, qué pruebas se valoraron y qué resultado obtuvo, difícilmente podría hacerlo. Solo podría decir que un juez o jueza cree que será feliz o que cree en las segundas oportunidades.

Si de lenguaje jurídico claro se trata, aún parece haber un largo camino por recorrer. No obstante, si algo muestran estas frases es que el acartonado estilo que ha caracterizado a las instituciones jurídicas puede estar buscando nuevas formas de acercarse a la ciudadanía.

*Abogada, doctora en derecho. Conicet; Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas, Centro de Investigación en Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa.


Helga María Lell*

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