Desafío: trabar importaciones de bienes de capital sin afectar el crecimiento
La estadística corresponde al mes de abril. En el cuatrimestre la caída interanual se ubicó en torno al 16%. Su participación en el total de las importaciones cayó siete puntos desde 2002.
fernando galassi fgalassi@rionegro.com.ar
Si el único objetivo de la administración del comercio exterior es alcanzar un superávit comercial superior a los 10.000 millones de dólares, entonces los datos a abril (último dato oficial disponible) indican un buen comienzo de año. El saldo comercial acumulado en los primeros cuatro meses asciende a 4.795 millones de dólares, lo que representa un 57% más que en igual período del año pasado. Pero las cifras publicadas por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) también revelan, al menos, otros dos aspectos a tener en cuenta. Primero, que desde el 2009 no se registraba una caída en las ventas al exterior y, segundo, se profundiza la tendencia de los primeros meses del año: el fuerte ajuste en las importaciones, concentrado principalmente en las compras de equipos, maquinarias, partes y piezas. En abril, los bienes de capital registraron una caída del 46% en cantidades respecto de igual mes del año anterior. Otros rubros, como los bienes intermedios y las piezas y accesorios para bienes de capital, también cayeron respecto del 2011 y en mayor magnitud que los de consumo (ver cuadro). La caída de estas importaciones pondrá un techo al crecimiento económico. Cuando prácticamente todas las economías del mundo comienzan a transitar períodos de crisis y su salida se demora (persistencia en el tiempo), aparecen distintas respuestas en el comercio mundial para enfrentar estos escenarios. Diferentes formas de proteccionismo y de intervención en los flujos comerciales internacionales son las estrategias más comunes. Tampoco se puede negar la existencia de casos de competencia desleal, guerras cambiarias y barreras arancelarias y paraarancelarias. Si a estos cambios en el mundo se les añaden la pérdida de competitividad de los productos nacionales –por diversos factores– y la necesidad del gobierno de armarse de un colchón de dólares para intentar cumplir con los compromisos de pago de deuda, sin duda que el superávit comercial de 1.800 millones de dólares obtenido en abril parece ser un buen resultado. Sin embargo, un aumento de las exportaciones de apenas el 4% en el primer cuatrimestre es preocupante en un contexto global de incertidumbre, miedo y desaceleración. La cruzada del gobierno que enarbola la bandera del derecho a proteger cualquier tipo de producción local contra la amenaza importadora fue confirmada, por si acaso los números dejaban alguna duda, por las declaraciones efectuadas en cadena nacional por Cristina Fernández el pasado miércoles. La mandataria explicó que se resolvió elevar al 14% el arancel para la importación de los bienes de capital que ingresen en la categoría de producidos en el territorio nacional, de mantener la excepción del 2% para los producidos fuera del país “con el objetivo de brindar equilibrio fiscal y proteger la industria nacional”. El hecho de dificultar el acceso a las importaciones no necesariamente carece de sentido siempre y cuando se asuma que puede hacerse de manera transparente y eficiente, generando el mínimo de distorsiones a la economía. Tampoco suena ilógico el pedido de la presidenta de invertir en el país, ya que se traduciría en creación genuina de empleo, pero vale la pena aclarar que en muchos sectores industriales para producir bienes, ya sea con destino al mercado interno o externo, se necesitan importar insumos, así como también bienes de capital que permitan mejorar la tecnología y expandir la capacidad instalada. Entonces, al proteger la industria local debe contemplarse el riesgo de poner en peligro los mercados internacionales en los que las empresas argentinas pudieron ingresar. En su conferencia, la presidenta no dedicó unos minutos a explicar cómo enfrentar los cuellos de botella que se podrían generar a partir de la imposibilidad de sustituir determinados insumos en el corto plazo. Generar capacidades de producción e innovación requiere un aprendizaje que lleva tiempo, y es necesario para al menos igualar la calidad del bien sustituido de manera de no generar problemas en cuanto a calidad y prestaciones del producto final. Tampoco hizo referencia a algún tipo de estrategia orientada a evitar que el incremento del arancel se traslade al precio pagado por el consumidor final. En este punto el gobierno tal vez confíe en que la libre competencia efectúe un arbitraje y deje fuera del mercado a aquellos empresarios que modifiquen sus precios tratando de apropiarse de todo el excedente del consumidor. O tal vez, la desaceleración de la actividad industrial evite un exceso de demanda liberando algo de presión sobre los precios. Por otra parte, la prórroga del bono fiscal para la actividad metalmecánica fue fundamentada por la presidenta como una forma “para sostener la competitividad del sector”. Esta medida, se entiende, está dirigida a incrementar la producción nacional de bienes de capital, pero obliga a preguntarse por cuánto tiempo se extenderán este y cualquier otro tipo de beneficio, habida cuenta de que la vigencia del “Bono fiscal” ya había sido extendida en marzo de este año. A uno le gustaría suponer que los motivos que impulsan la actual política comercial son realmente los de un proceso de industrialización a largo plazo y sustentable, y no una respuesta coyuntural a la necesidad de hacerse de divisas y de recursos adicionales para gasto corriente. Resultaría igualmente deseable que los incentivos fueran destinados a las actividades productivas en las que existan potencialidades, en especial exportadoras, para que el futuro de la balanza comercial no dependa del precio de los commodities. Las industrias orientadas al mercado interno son importantes, más si son demandantes de mano de obra, lo cual permitiría generar empleo formal y digno. Pero no deberían ser el objetivo principal de una estrategia de sustitución de importaciones si lo que se busca es el desarrollo económico a largo plazo. Dinámica de importaciones Como se mencionó al principio de la nota, en los últimos meses el ajuste de las compras al exterior parece ir precisamente por el camino de equipos, maquinarias y piezas. Todos insumos para la actividad industrial. Pero para entender de qué estamos hablando se puede comenzar observando la evolución de las importaciones desde 1990 a la fecha. Lo primero que salta a la vista es que las compras al exterior cobran impulso, en parte, por el auge económico y su asociada apreciación cambiaria. Consecuentemente, en el 2006 las importaciones totales superaban a las registradas en todo el período de la convertibilidad (ver infografía). En el mismo gráfico se puede apreciar también que las compras al exterior alcanzan un mínimo en el 2002, año en el cual la depreciación de la moneda argentina y la recesión económica alcanzaron su máximo. Si se lo mide en relación con el Producto Bruto Interno (PBI), los resultados muestran una trayectoria similar, con un pico en 1998 y un mínimo en la crisis del 2001/02. Según datos del Ieral de Fundación Mediterránea, este ratio alcanzó un máximo en el 2007 al representar el 4% del PBI. En el 2010 y 2011 lo ubican en 3,3% y para este año estiman que finalizaría en torno al 2,7% (ver infografía). Pero teniendo en cuenta la medida de elevar el arancel externo común de 0% a 14% para los bienes de capital que ya cuentan con oferta local, se podría estar sobreestimando el resultado final para el 2012. En principio, el panorama para las importaciones de la Argentina no es tan desalentador. Descomponiendo las mismas según usos económicos y comparando la composición entre los años 2002 al 2012, se destaca que nuestro país importa más insumos que bienes de consumo. Y si se consideran los combustibles como otro factor de producción, entonces la diferencia es todavía mayor. Los bienes de consumo no sólo han crecido a una tasa menor, sino que también han disminuido su participación en el total de las compras externas. Mientras que en el primer cuatrimestre del 2002 representaban el 17,5% del total, en el mismo período de este año explican solamente el 10,5%. En cambio la categoría bienes de capital pasó de un 15,4% en el 2002 a un máximo del 25% en el 2008, para luego descender hasta el 18,3% en el corriente año. Si lo medimos en términos de variación interanual, luego de crecer a tasas del orden del 30% en los primeros cuatros meses del 2010 y 2011, este año el cuatrimestre cerró con una caída del 16%, lo cual refleja los mayores controles y regulaciones a la hora de importar. Asimismo, en los años previos a la crisis del 2008/09, cuando la Argentina crecía a “tasas chinas”, los rubros de insumos y bienes de capital también equiparaban dichas tasas (ver cuadro). Sin embargo, el pobre desempeño de estas importaciones en los últimos meses se debe también a la desaceleración de la actividad industrial. La variación del 174% en la importación de combustibles entre el primer cuatrimestre del 2012 e igual período del 2010 no es una sorpresa, y se encuentra en línea con el déficit energético que enfrenta el país y que ha llevado al gobierno a tomar la decisión de expropiar YPF. Y en la medida en que no se comience a equilibrar este déficit, la presión para ajustar en los otros rubros será mayor. El hecho de que hayan crecido tanto las importaciones de bienes intermedios y de capital no debería ser, en principio, algo inquietante si se reconoce la importancia de estos bienes para aumentar la productividad de las empresas y por tanto sus niveles de competitividad. Asimismo implican un cambio en el stock de capital y se vincula estrechamente con la tasa de inversión y por ende con el crecimiento de la economía. Si se considera que en los últimos años la inversión fue impulsada por la dinámica de los bienes de capital, la caída que sufrieron las compras en el primer trimestre del año y que se profundizó durante abril, no es un dato positivo para el crecimiento a largo plazo de la Argentina. Además está la agravante de la creciente incertidumbre que inunda el mercado y que genera incentivos a posponer inversiones, más cuando éstas implican fuertes costos hundidos. La economía argentina se fue haciendo cada vez más abierta y la estructura productiva creció a tasas altas, pero con una gran dependencia de insumos importados. Modificar la matriz industrial requiere de algo más que un sistema de aprobación y rechazo de declaraciones juradas de importación por parte de la Secretaría de Comercio. En los próximos meses la sintonía fina del gobierno debería pasar por tratar de determinar el grado adecuado de proteccionismo y la forma de implementarlo en orden a que la industria local que quieren proteger no experimente desabastecimiento (en cantidad y calidad) y que los sectores exportadores no pierdan participación. A la Argentina no le fue demasiado bien cuando se cerró.
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