Dirección equivocada
Formar un profesional le cuesta mucho dinero al país. Sería positivo un programa de orientación vocacional eficaz.
Algunos jóvenes eligen una carrera determinada por vocación y nada los haría abandonarla, pero muchos, sin duda la mayoría, lo hacen por creer que les asegurará una «salida laboral» aceptable. Sin embargo, como subraya una encuesta que fue difundida hace poco por el Ministerio de Educación, es bastante común que tal ilusión no muy ambiciosa se vea triturada por la realidad. Aunque la situación de los profesionales universitarios nuevos es claramente mejor que aquella de personas que a lo sumo lograron completar el ciclo secundario, una proporción importante de los graduados de las universidades tiene que esperar más de un año antes de conseguir un empleo relacionado con sus estudios mientras que algunos no lo tendrán jamás. Esto se debe no sólo al estado deprimido del mercado laboral sino también a que en nuestro país ciertas carreras están superpobladas y otras, que en términos objetivos deberían ser más prometedoras, resultan poco atractivas.
Por ejemplo, para un ingeniero mecánico, encontrar un empleo no plantea problema alguno: conforme a la encuesta oficial, tardará aproximadamente un mes, lo cual supone que antes de graduarse muchos ya tendrán un puesto garantizado. Que éste sea el caso no constituye una sorpresa porque la demanda excede la oferta: en 1997, habían 64.846 estudiantes de ingeniería y aunque hubiera dos veces más todos estarían ocupados. Pero, claro está, en la Argentina, a diferencia de países como Alemania y Japón, la ingeniería nunca ha sido considerada una carrera realmente digna y los esporádicos esfuerzos por convencer a los jóvenes de lo contrario no han prosperado. Huelga decir que a la larga las preferencias culturales así reflejadas han incidido de forma profunda en el destino nacional; Alemania y Japón son los países industriales por antonomasia, mientras que aquí «la industria» siempre ha sido un proyecto acaso interesante que por diversas razones no ha podido concretarse. Puede que a raíz del atractivo innegable de la «economía digital» la Argentina logre destacarse en lo que será el sector futuro más dinámico, pero a esta altura sólo a un optimista irremediable se le ocurriría vaticinar que un día se convertirá en una potencia industrial significante.
Con todo, es de suponer que en los años próximos los ingenieros, como los pocos que se dedican a las ciencias agropecuarias, tendrán más posibilidades de encontrar en seguida un empleo apropiado. En cambio, la demanda de arquitectos y psicólogos – dos carreras que son tradicionales en el país -, es decididamente más limitada, de suerte que es normal que transcurra un año y medio hasta que los recién graduados logren un trabajo vinculado con su especialidad. Es lógico: ¿Cuántos arquitectos se emplearían en la Argentina aun cuando la economía creciera a un ritmo vertiginoso? ¿Cuántos psicólogos? Otro grupo que suele toparse con graves dificultades laborales es el conformado por los graduados de Comunicación, lo cual no extraña en vista de la notoria escasez de «salidas laborales» que brindan oficios que, lo mismo que los relacionados con el teatro o con el deporte profesional, parecen destinados a continuar seduciendo a muchos que se verán frustrados.
Una forma de atenuar los a menudo angustiantes problemas personales que enfrentan tantos profesionales que se dan cuenta demasiado tarde de que no les será fácil encontrar el empleo con el cual soñaron consistiría en un esfuerzo gubernamental serio por orientarlos antes de que emprendan una carrera. Si bien la tradición nacional en la materia se basa en la idea de que es más «justo» y «más «democrático dejar todo en manos del joven mismo, estimulándolo a dedicarse a lo que se le antoje y facilitándole el ingreso en una universidad pública, los resultados han sido tan decepcionantes que los más beneficiados por el establecimiento de cupos encaminados a asegurar que haya tantas «salidas» como «entradas» serían los estudiantes mismos, muchos de los cuales se ahorrarían años de esfuerzos inútiles. En cuanto al país, un programa de orientación vocacional eficaz les sería sumamente positivo: formar un profesional le cuesta mucho dinero, de suerte que no le conviene en absoluto dedicarse a formar futuros desocupados.
Algunos jóvenes eligen una carrera determinada por vocación y nada los haría abandonarla, pero muchos, sin duda la mayoría, lo hacen por creer que les asegurará una "salida laboral" aceptable. Sin embargo, como subraya una encuesta que fue difundida hace poco por el Ministerio de Educación, es bastante común que tal ilusión no muy ambiciosa se vea triturada por la realidad. Aunque la situación de los profesionales universitarios nuevos es claramente mejor que aquella de personas que a lo sumo lograron completar el ciclo secundario, una proporción importante de los graduados de las universidades tiene que esperar más de un año antes de conseguir un empleo relacionado con sus estudios mientras que algunos no lo tendrán jamás. Esto se debe no sólo al estado deprimido del mercado laboral sino también a que en nuestro país ciertas carreras están superpobladas y otras, que en términos objetivos deberían ser más prometedoras, resultan poco atractivas.
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