El acoso callejero, desde la niñez

Según un estudio realizado por el sociólogo barilochense Sebastián Fonseca, la mayoría de las víctimas de acoso lo sufrió desde pequeña.

Resulta ser uno de los tipos de violencia que más se naturaliza. El acoso callejero, que varía entre miradas insistentes y sugestivas, “piropos”, gestos obscenos, comentarios sexuales (directos o indirectos) y manoseos, entre otros, genera el mismo impacto en la gran mayoría de las mujeres: un exacerbado malestar y la sensación de amenaza en el espacio público.


El sociólogo barilochense Sebastián Fonseca coordina, desde hace años, un debate grupal en colegios secundarios sobre el acoso callejero. “El experimento consiste en preguntar a las mujeres qué edad tenían la primera vez que alguien les dijo algo en la calle”, detalló.

A comienzos de octubre, ese sondeo se trasladó a las redes sociales y, apenas en pocas horas, Fonseca había recibido unas sesenta respuestas, la mayoría, acompañada de una anécdota del suceso. De inmediato, este sociólogo, docente y escritor decidió ampliar la muestra “a modo ilustrativo de la realidad cotidiana”. A través de un formulario online, recopiló 486 respuestas de mujeres de distintos rincones del país. “La coincidencia de los datos resultó abrumadora”, define.

Cuatro de cada diez mujeres señalaron tener 11 años -o menos- la primera vez que le dijeron algo en la calle; en tanto, cinco de cada diez dijeron tener entre 12 y 14 años. De modo que, según el estudio, nueve de cada diez de las mujeres eran menores de 14 años la primera vez que un varón les dijo algo en la vía pública.

Las anécdotas son conmovedoras. “Iba caminando por la calle, hacía mucho calor y llevaba puesto un short. Me acuerdo de subirme al colectivo y que un hombre mayor se me sentó al lado y me dijo al oído que no podía usar ese tipo de vestimenta porque le hacía mal a él”, respondió una mujer que, en ese momento, tenía tan solo 12 años.


Otra contó que volvía de hacer las compras y en la esquina, “donde había una parrilla que siempre se juntaban hombres, un viejo me dijo cosas horribles. En mi casa, me culparon por llevar una pollera de jean corta”. En esa oportunidad, tenía 11 años.

Una mujer dio cuenta que caminaba por la vereda con el guardapolvo blanco, con apenas 7 años, cuando “un hombre en auto se acercó al cordón. Se masturbaba mientras manejaba a mi ritmo. Me invitaba a subir al auto y me decía que era linda hasta que se alejó. Era plena tarde y había gente circulando por la zona”.

“Muchas de las respondentes mencionaron, además, que fue esa la primera vez que sintieron miedo en el espacio público. Las anécdotas referidas en este sondeo ampliado son estremecedoras”, señala Fonseca.

Este estudio, entiende el investigador, muestra que “somos los varones quienes dominamos la escena pública, es decir la calle. El ejercicio de poder que implica este dominio puede verse no sólo en estadísticas laborales, económicas o de brecha salarial, sino también en el despliegue de otras maneras de ejercer este poder de sometimiento en el uso del espacio público”.


¿Por qué se termina naturalizando? Fonseca estima que la causa está vinculada a “los atributos asociados a la masculinidad tradicional acerca de que los varones somos bestias sexuales desenfrenadas que no podemos controlar nuestro impulso sexual”. “Entonces -agrega-, se considera natural que los varones digan groserías en la calle. Por eso también, cuando hay otras personas, no intervienen”. Al consultarle sobre este proceder de los varones, precisa: “Estamos socialmente habilitados, porque somos los dueños de la calle”.

Durante las actividades presenciales en los colegios, el sociólogo formuló el mismo interrogante a mujeres y a varones. Estos últimos no terminaban de entender bien la pregunta. “Si nos han dicho, ¿algo como qué?”, consultaban. Las mujeres, en cambio, de inmediato entendían porque ya tenían experiencia en esa situación.

Otra de las consultas fue qué harían ante una posible agresión sexual. Los varones se quedaban callados. “Las chicas -diferencia Fonseca- enumeraban estrategias, como simular que hablaban por teléfono. No caminar solas o no transitar calles poco iluminadas. ¿Por qué? Porque ya habían tenido la amenaza; entonces, ya lo habían pensado”.

En 2016, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires aprobó una norma que establece multas y sanciones para quienes cometen actos de hostigamiento sexual en la vía pública. Fonseca evalúa que más allá de una sanción, “serían más efectivas campañas de promoción, de concientización y educativas. Sensibilizar para mostrar qué experimentan las chicas al transitar por la calle. Esto termina siendo un tipo violencia. No es algo irracional. Los varones somos responsables de modificar estas actitudes, a través del replanteo del comportamiento de cómo nos manejamos”.


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