Charlie Watts, el músico fuera de serie que entendió todo: “Los Rolling Stones soy yo”

Fue uno de los mejores bateristas de rock de todos los tiempos sin haber dejado nunca de ser el baterista de jazz que fue desde sus inicios, antes incluso de ingresar a Los Rolling Stones. En junio había cumplido 80 años.

Para mediados de 1962, el núcleo duro de los Rolling Stones tenía resuelto cambiar de baterista. Algo en Tony Chapman no le terminaba de cerrar. No es que fuera mal baterista, pero sentían que necesitaban otra cosa para el rumbo blusero que tenían pensado tomar. Entonces allí fueron Mick Jagger, Keith Richards, Ian Stewart y Brian Jones a ver a la Blues Incorporated, cuyo baterista era un tal Charlie Watts. En verdad, habían ido a verlo a él y a proponerle que se les uniese. Pero eso no sucedió sino hasta enero de 1963. Fue el último en incorporarse a la primera formación original de Los Stones. Un mes antes lo había hecho el bajista Bill Wyman, curiosamente por recomendación de Chapman, quien tenía los días contados en la banda. 

Volvamos a aquella noche londinense de 1962. Watts aceptó con condiciones: quería ganar más dinero que en la agencia creativa donde trabajaba y quería que los gastos de traslado de su batería corriesen por cuenta de la banda. Inmediatamente, todos supieron que tenían un trato y un nuevo baterista.  

Charlie Watts es el extraño caso de un baterista de jazz convertido en uno de los mejores bateristas de rock de todos los tiempos y de ser él Los Rolling Stones sin ser un stone. “Los Rolling Stones soy yo”, dijo más de una vez y ninguno se atrevió siquiera a cuestionarle. Su frase será eterna porque hoy murió, en un hospital de Londres, cuando estaba seguro que volvería a los escenarios.

Todo lo que sabía lo sabía del jazz. Todo lo que probó y ensayó de manera autodidacta fue a imagen y semejanza de los músicos de jazz, el modo de agarrar cepillos y palillos, la ubicación del tambor, también su lugar en la música y la escena de Los Stones. Watts tomó del jazz la sobriedad en la ejecución del instrumento. Supo de sus maestros el rol que debía ocupar y fue lo que hizo durante más de 50 años en Los Rolling Stones. 

Charlie Watts nació en Londres, el 2 de junio de 1941. Pasó su infancia entre Kingsbury y Wembley, en el suburbio norte de la capital inglesa, entre partidos de cricket y de fútbol. Su acercamiento a la música fue espontáneo. A los 11 años, a través de la BBC Light Programme, conoció a John Coltrane, Charles Mingus, Thelonius Monk, Bennie Goodman y Duke Ellington.  Pero a quien más admiró fue a Charlie Parker, tanto como otros chicos de entonces admiraban Stanely Matthews, el gran héroe del fútbol inglés. 

El mundo de Watts orbitaba alrededor de las revistas Melody Maker y Downbeat, escuchaba los discos y los disfrutaba tanto que los recorría con las yemas de sus dedos. Disfrutaba de ese objeto llamado disco. 

El joven Charlie quería saberlo todo de ellos, quería conocer sus conductas artísticas tanto como sus virtudes musicales. Qué hacían cuando tocaba, pero también cómo lucían al tocar. Hubiera dado lo que sea por ver a Duke Ellington en el Cotton club o a Charly Parker en el Royal Roost.  

Hasta entonces era un melómano en ebullición, pero no era músico. Todo eso cambió cuando, a sus 13 años, descubrió a Chico Hamilton, el baterista de la Gerry Mulligan Quartet. A partir de ese momento, Charlie solo les prestó atención a los bateristas. “El primer tipo que escuché en un disco que me hizo querer tocar la batería”, diría años después Watts sobre la influencia de Chico Hamilton. 

Decidido a tocar la batería y a falta de una, desarmó un banjo que le habían regalado y al que no le había encontrado la vuelta, y le adaptó un soporte con partes de un juego de Meccano, compró un par de cepillos de alambre para imitar el estilo jazzero de Chico Hamilton. Para la Navidad del 56, su padre le regaló un juego básico de bombo, caja y platillo.  

La particular relación del baterista con sus compañeros de banda también se explica en sus orígenes musicales, donde no estaban ni Keith, ni Mick, ni Brian, sino su vecino y amigo de la infancia Dave Green. Juntos fantaseaban con tocar, pero no lo harían hasta casi 30 años después, cuando Watts, ya consagrado baterista de Los Stones, decidió finalmente crear sus propias bandas de jazz.  

En su primer proyecto no se anduvo con chiquitas: una big band de 32 músicos a la que llamo la Watts Big Band con la que debutó en 1985. Luego le seguirían la Charlie Watts Quintet y The Charlie Watts Tentet, entre sus formaciones de jazz más destacadas. La más reciente es un cuarteto de blues y boogie llamado “A, B, C y D de Boogie Woogie”

Jamás dejó de ser un rolling stone, siempre supo que aquella noche de 1962 no estaba delante de futuros amigos ni nada parecido, sino de cuatro tipos que le estaban ofreciendo un trabajo. Siempre lo supo y lo disfrutó así. Su lugar en la banda era insoslayable. La única vez que uno de ellos lo desconoció cobró por ello.  

En 1984, en un hotel de Amsterdam, Mick Jagger, pasado de casi todo, muy de madrugada, llamó intempestivamente a la habitación de Watts y preguntando si allí estaba “su baterista”. Watts no le respondió en el momento. Se afeitó, se vistió como para salir a escena y fue hasta la habitación del cantante, quien, al abrir la puerta, escuchó la respuesta de “su baterista”: “Nunca más vuelvas a llamarme ‘mi baterista’” y, tras darle un soberbio puñetazo, completó su respuesta: “Tu eres el cantante de mi maldita banda”. 


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