El chantaje moral y la Era de la Indignación

Muchas soluciones a la crisis ambiental que propone de Greta no son fáciles o aplicables hoy. Pero sus fans dicen que se “la ataca” por ser una niña que tiene Asperger.

Mientras que en los 60 la lucha juvenil era a favor de ampliar el espacio de la libertad, hoy los jóvenes más educados y con mayor influencia social luchan, por el contrario, a favor de reprimir todo lo que el pensamiento políticamente correcto considere ofensivo. Pasamos de una época en la que el principal bien era la libertad a otra en la que se considera valioso ofenderse por absolutamente todo.

Todas las épocas represivas a lo largo de la historia han logrado imponerse porque defienden “buenas causas”. Savonarola, que aterrorizó a Florencia a fines del siglo XV, logró su objetivo de perseguir a “los réprobos inmorales” mediante el simple recurso de imponer una guerra popular contra los pecadores. Creó las famosas “hogueras de vanidades” en las que se debían quemar los bienes lujosos y los libros indecentes (como el Decamerón, de Boccaccio, que por entonces era muy popular entre los pocos que sabían leer). Durante los años en que reinó en la ciudad logró convertir la vida cotidiana en un martirio: todo el mundo denunciaba incluso a sus seres más queridos con tal de escapar de la sospecha de ser un malvado que no se arrepentía de sus pecados.

Hoy vivimos una nueva época de chantaje moral. Las mayorías (en especial, los más jóvenes) militan por buenas causas (todo el mundo tiene alguna) y oponerse (o simplemente criticar a sus líderes) transforma al crítico en un monstruo. El chantaje moral tiene como objetivo que el crítico se calle (o, si habla, no sea oído, puesto que lo que dice se considera errado o malvado).

Las mayorías (en especial, los más jóvenes) militan por buenas causas (todo el mundo tiene alguna) y oponerse (o simplemente criticar a sus líderes) transforma al crítico en un monstruo.

Esta semana se vivió un típico chantaje moral a nivel planetario: fue el discurso de la activista Greta Thunberg. Con cara crispada por el odio atacó a los políticos (los “malvados” de nuestro tiempo, cualquiera puede decir cualquier monstruosidad en contra de ellos porque nadie saldrá a defenderlos). Greta gritó que estos malvados le robaron la infancia. Y, de paso, dijo que el planeta está por estallar.

Hubo una ola de fervor juvenilista y de militancia en contra de los políticos (en especial, de Donald Trump) en las redes sociales y en la inmensa mayoría de los medios de comunicación de todo el planeta. Y hubo una tímida respuesta crítica en contra de las afirmaciones y acciones de Greta. Y esas críticas a Greta encendieron a los fanáticos de la adolescente sueca (que son legión). A Greta no se la puede criticar.

La mayoría de las pocas voces que se animaron a criticar el discurso apocalíptico de Greta no niegan el calentamiento global ni la incidencia humana en él, pero dicen que no estamos a punto de estallar y agregan que las soluciones a este terrible problema global no son nada fáciles.

¿Podría la humanidad dejar ya, en este instante, de usar la energía fósil, los viajes en avión -o en el barco que usó Greta, que también contamina y mucho-, los celulares, las computadoras, entre muchas otras medidas similares? No. No se podría aunque todos lo quisiéramos. Pero los fans de Greta dicen que se “la ataca” por ser una niña que tiene Asperger. Eso es puro chantaje moral.

A lo largo de la historia siempre el pensamiento totalitario se impuso exacerbando el maniqueísmo moral de la sociedad.

Las sutilezas éticas y las distintas capas de la ambigüedad de los debates por la interpretación de lo real desaparecen cuando un movimiento logra imponer su visión de que las cosas son buenas o malas, blancas o negras, y que todo el mundo debe optar por un bando: el de los puros, buenos, blancos (que, además, tienen la razón de su lado, puesto que defienden una buena causa) o los impuros, inmorales, malos, negros (que solo defienden maldades). Y este totalitarismo es mucho más fácil de imponer cuando al frente hay una persona carismática y fanatizada, como es el caso de Greta.

El pensamiento totalitario puede avanzar porque ya hay millones de personas esperando ejercer la venganza, manifestar su resentimiento y acudir a la violencia como forma de justicia. Ya están ahí. Son los que se sienten víctimas, los que no saben vivir de otra manera que masticando odio contra los que creen que les han robado lo que merecían. Cuando aparece un líder y una causa que los convoca el fascismo deja de ser un peligro latente para hacerse terriblemente real.

Por eso, Nietzsche también predijo que en su futuro (nuestro “ahora”) las mayorías (que ya no pueden creer en el viejo Dios) saldrían en bandada en busca de nuevos ídolos que lo reemplacen y a los que adorarían fanáticamente. Es lo que estamos padeciendo ahora. La Era de la Indignación.

Nietzsche anunció que Dios había muerto. No celebraba esa muerte. La padecía. Sabía que dejar de creer en el Dios que nos había acompañado durante milenios era un momento trágico de lo humano: es el momento en el que nuestra cultura se queda sin el sentido que la sostenía.


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