El cisma sindical
Los peronistas siempre han rendido culto a la “unidad monolítica” del sindicalismo para defender el modelo corporativista –basado en el creado por el dictador fascista italiano Benito Mussolini– que rige en el país desde los años cuarenta del siglo pasado, con el argumento de que cualquier alternativa abriría la puerta a la anarquía. Aunque a juzgar por la experiencia nada alarmante de otros países de tradiciones sindicales distintas, en principio dicho planteo carece de fundamentos, el que la CGT se haya fracturado a causa del enfrentamiento del camionero Hugo Moyano con el gobierno nacional hace temer que en el frente laboral los meses próximos sean sumamente conflictivos. Por cierto, al caer el país, que ya se ve agitado por la tasa de inflación más alta de América Latina, en una recesión que podría profundizarse mucho debido a los errores de todo tipo que ha cometido el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, es muy grande el riesgo de que se produzca una puja salarial feroz. No sólo se trataría de los eventuales esfuerzos de Moyano por asegurar su protagonismo exigiendo aumentos salariales superiores a los considerados viables por el gobierno nacional, sino también de la resistencia de sus rivales a permitirse perder terreno brindando la impresión de anteponer su propia lealtad hacia Cristina a los intereses inmediatos de los afiliados. Moyano aludía al dilema así supuesto cuando se despachó contra aquellos “dirigentes que prefieren el calor del poder de turno o de las patronales, no a los trabajadores”. Fue su forma de informar a sus adversarios de que a su juicio ser oficialista ya ha dejado de ser un buen negocio. Durante casi nueve años, al celebrarse las paritarias Moyano colaboró con el kirchnerismo aceptando los aumentos nominales fijados por el gobierno, de tal modo señalando “el techo” que los demás deberían respetar, aunque, desde luego, también consiguió otros beneficios que contribuyeron a fortalecerlo. Así funcionó la “alianza estratégica” del camionero y jefe de la CGT con el presidente Néstor Kirchner y, durante cierto tiempo, con su sucesora. Resulta que, como Kirchner entendía muy bien, Camioneros es por un amplio margen el sindicato más peligroso porque está en condiciones de paralizar el país en un lapso muy breve, como en efecto se preparaba para hacer un par de semanas atrás antes de optar por abandonar un paro que ya provocaba muchos problemas, limitándose a celebrar una manifestación ruidosa en Plaza de Mayo. Sin embargo, por diversas razones Cristina no quería continuar dependiendo de la buena voluntad de un personaje en el que no confiaba y que, para más señas, tenía una imagen pública lamentable, de ahí la ruptura seguida por la transformación de Moyano en un opositor declarado. De haberse roto la alianza estratégica a inicios de la gestión de la presidenta, distanciarse de Moyano le hubiera servido para hacer subir aún más su ya muy alto índice de aprobación pero, desgraciadamente para ella, las circunstancias actuales no son las mismas. Ha cambiado tanto el clima político que, para sorpresa de los encuestadores, una proporción nada despreciable de la ciudadanía, incluyendo a muchos integrantes de la clase media, se siente mejor representada por el sindicalista rebelde que por Cristina. Aun cuando Moyano se reconciliara con el gobierno, el panorama seguiría siendo preocupante, ya que parece inevitable que el país experimente un período acaso prolongado de conflictividad laboral. De contar el gobierno kirchnerista con el apoyo resuelto de la “rama sindical” del movimiento del que, en teoría por lo menos, forma parte, le resultaría más fácil atenuar el impacto de lo que sería enfrentándose con un sector de la CGT liderado por Moyano y otro encabezado por el imprevisible dirigente gastronómico Luis Barrionuevo, además de la mitad de la CTA que responde a Pablo Micheli y varias agrupaciones trotskistas. Puesto que hasta los dirigentes sindicales que se afirman fieles a Cristina advierten que no están dispuestos a permitir que los trabajadores paguen los costos del ajuste que ya está en marcha, desde el punto de vista no sólo del gobierno sino también del país en su conjunto, la fragmentación, es de suponer definitiva, de la CGT difícilmente pudo haberse producido en un momento menos oportuno.
Los peronistas siempre han rendido culto a la “unidad monolítica” del sindicalismo para defender el modelo corporativista –basado en el creado por el dictador fascista italiano Benito Mussolini– que rige en el país desde los años cuarenta del siglo pasado, con el argumento de que cualquier alternativa abriría la puerta a la anarquía. Aunque a juzgar por la experiencia nada alarmante de otros países de tradiciones sindicales distintas, en principio dicho planteo carece de fundamentos, el que la CGT se haya fracturado a causa del enfrentamiento del camionero Hugo Moyano con el gobierno nacional hace temer que en el frente laboral los meses próximos sean sumamente conflictivos. Por cierto, al caer el país, que ya se ve agitado por la tasa de inflación más alta de América Latina, en una recesión que podría profundizarse mucho debido a los errores de todo tipo que ha cometido el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, es muy grande el riesgo de que se produzca una puja salarial feroz. No sólo se trataría de los eventuales esfuerzos de Moyano por asegurar su protagonismo exigiendo aumentos salariales superiores a los considerados viables por el gobierno nacional, sino también de la resistencia de sus rivales a permitirse perder terreno brindando la impresión de anteponer su propia lealtad hacia Cristina a los intereses inmediatos de los afiliados. Moyano aludía al dilema así supuesto cuando se despachó contra aquellos “dirigentes que prefieren el calor del poder de turno o de las patronales, no a los trabajadores”. Fue su forma de informar a sus adversarios de que a su juicio ser oficialista ya ha dejado de ser un buen negocio. Durante casi nueve años, al celebrarse las paritarias Moyano colaboró con el kirchnerismo aceptando los aumentos nominales fijados por el gobierno, de tal modo señalando “el techo” que los demás deberían respetar, aunque, desde luego, también consiguió otros beneficios que contribuyeron a fortalecerlo. Así funcionó la “alianza estratégica” del camionero y jefe de la CGT con el presidente Néstor Kirchner y, durante cierto tiempo, con su sucesora. Resulta que, como Kirchner entendía muy bien, Camioneros es por un amplio margen el sindicato más peligroso porque está en condiciones de paralizar el país en un lapso muy breve, como en efecto se preparaba para hacer un par de semanas atrás antes de optar por abandonar un paro que ya provocaba muchos problemas, limitándose a celebrar una manifestación ruidosa en Plaza de Mayo. Sin embargo, por diversas razones Cristina no quería continuar dependiendo de la buena voluntad de un personaje en el que no confiaba y que, para más señas, tenía una imagen pública lamentable, de ahí la ruptura seguida por la transformación de Moyano en un opositor declarado. De haberse roto la alianza estratégica a inicios de la gestión de la presidenta, distanciarse de Moyano le hubiera servido para hacer subir aún más su ya muy alto índice de aprobación pero, desgraciadamente para ella, las circunstancias actuales no son las mismas. Ha cambiado tanto el clima político que, para sorpresa de los encuestadores, una proporción nada despreciable de la ciudadanía, incluyendo a muchos integrantes de la clase media, se siente mejor representada por el sindicalista rebelde que por Cristina. Aun cuando Moyano se reconciliara con el gobierno, el panorama seguiría siendo preocupante, ya que parece inevitable que el país experimente un período acaso prolongado de conflictividad laboral. De contar el gobierno kirchnerista con el apoyo resuelto de la “rama sindical” del movimiento del que, en teoría por lo menos, forma parte, le resultaría más fácil atenuar el impacto de lo que sería enfrentándose con un sector de la CGT liderado por Moyano y otro encabezado por el imprevisible dirigente gastronómico Luis Barrionuevo, además de la mitad de la CTA que responde a Pablo Micheli y varias agrupaciones trotskistas. Puesto que hasta los dirigentes sindicales que se afirman fieles a Cristina advierten que no están dispuestos a permitir que los trabajadores paguen los costos del ajuste que ya está en marcha, desde el punto de vista no sólo del gobierno sino también del país en su conjunto, la fragmentación, es de suponer definitiva, de la CGT difícilmente pudo haberse producido en un momento menos oportuno.
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