El fin de la historia

A medida que más se desarrolla la cultura digital menos gente siente que es parte de la historia general. Es como si lo digital nos sumergiera en un eterno presente.

La historia es lo que hacen las sociedades, aun con todas sus contradicciones y, por lo general, de manera inconsciente. Muchas veces lo que logran con ese hacer es lo que la mayoría social no quería. Es decir: la gente hace la historia sin comprender que la hace (y la hace en contra de lo que desearía hacer si supiera o pudiera).

Es como si lo digital nos sumergiera en un eterno presente. La historia es lo que hacen las sociedades, aun con todas sus contradicciones y, por lo general, de manera inconsciente. Muchas veces lo que logran con ese hacer es lo que la mayoría social no quería. Es decir: la gente hace la historia sin comprender que la hace (y la hace en contra de lo que desearía hacer si supiera o pudiera).

La mayoría de las personas no conoce la historia. No conoce ni el relato ni el análisis de lo que ha pasado. Tampoco conoce el camino de construcción de la sociedad a través del tiempo (es decir, la historia haciéndose). Aun en esa ignorancia la mayoría puede vivir muy bien.

A medida que más se desarrolla la cultura digital, menos gente siente que es parte de la historia general. Es como si lo digital nos sumergiera en un eterno presente (que nos ciega de la proyección hacia el futuro y no nos deja reconocer las deudas con el pasado).

Cada vez más gente cree solo en las experiencias que vive y cada vez hay menos interés por conocer un relato y un análisis con evidencia comprobable de lo que sucedió en el pasado.

Que cada persona conozca la historia quizá no nos haga sociedades más prósperas o felices, pero eso sí permitiría que cada individuo tenga mejor conciencia del maravilloso proceso del que ahora participa sin saberlo.

Por eso me entristecí la primera vez que comprobé que mucha gente no solo no sabe nada de historia sino que está muy contenta con su ignorancia. Sucedió mientras dictaba un curso de literatura argentina en 1990 en la Universidad de Buenos Aires. Desde entonces lo he vuelto a comprobar constantemente.

Para situar temporalmente unos poemas de Borges de fines de los 60 dije que los había escrito unos meses después del Cordobazo. Inmediatamente comprobé que buena parte de los estudiantes no tenía la menor idea de mi referencia histórica. Se cumplían entonces 20 años de la insurrección popular en la ciudad de Córdoba, durante la dictadura del general Onganía. Uno de los alumnos, para justificar por qué ignoraba el evento, dijo: “Profesor, es que yo nací después de que eso sucedió”.

Ahí está gran parte del meollo del desconocimiento actual de la historia. “Nací después de que eso sucedió” (o “Cuando eso sucedió yo era muy chico”) implica que solo me interesa lo que sucedió en el mundo que yo pude ver y experimentar. Es una terrible forma de amputarse la experiencia multidimensional que da saberse fruto de un largo y complejo proceso histórico.

Esa forma de entender el mundo hoy es masiva. Incluso gran parte de la “información” histórica hoy suele provenir de los filmes hollywoodenses (que pueden ser un relato conmovedor y apasionante, pero que de historia real no suelen tener nada), o textos de divulgación masiva que -por lo general- solo refuerzan los viejos mitos, sin el menor rigor en la investigación.

Por ejemplo: ¿qué sabe “todo el mundo” sobre el Imperio romano? Que vivían en orgías (falso), que los emperadores eran crueles y locos (falso), que Nerón incendió Roma (falso), que Calígula designó Senador a su caballo (falso), que persiguieron a los cristianos (falso). En toda mentira suele haber una parte de verdad y en estos mitos sobre el Imperio romano también hay algo de cierto (es muy mínimo y marginal, pero existe). Pero esas fracciones de verdad no pueden cambiar el hecho de que esa visión de Roma es esencialmente falsa.

Durante los primeros dos siglos (de Augusto a Caracalla, digamos) vivir en el Imperio romano garantizaba tener comida suficiente todos los días y poder soñar con una vida próspera (según los cánones de aquella época). Y eso lo lograron en un mundo que jamás había conocido ni la paz ni la prosperidad de manera continua. La vida en aquella Roma fue lo más parecido a un ideal.

En el Imperio romano vivía más de un cuarto de toda la humanidad. Lograr que toda esa gente viviera decentemente y pudiera alimentarse todos los días fue una tarea ciclópea y demuestra una capacidad administrativa de primer nivel. El gran problema del Imperio fue garantizar una buena sucesión (es lo que sucede con todas las monarquías absolutas). Y muchas veces la sucesión se hizo de manera violenta (muchos emperadores terminaron asesinados). Pero fuera de esos momentos, la mayoría del tiempo se vivía bastante confortable y pacíficamente.

No solo se logró que los que vivían en el Imperio comieran todos los días, sino que todos (incluidas las mujeres y los esclavos) supieran leer, escribir, las operaciones matemáticas básicas y algunos conocimientos más que se valoraban por entonces (como saber música o leer a los poetas).

En vez de ser meros espectadores de lo que otros hacen, saber Historia nos hace participar de manera consciente del riquísimo proceso de construir entre todos la realidad.

Conocer (bien) la historia nos permite vivir mejor porque le da sentido a ese absurdo de haber nacido.


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