El hombre de hojalata que se refugia en la Patagonia

Fernando Méndez se define como un “militante” del arte. Su pasión por hacer que las sensaciones rompan la monotonía.

En La Casa de la Esquina vive un hombre rodeado de hojalata. Poco tiene en común con el personaje del clásico infantil. A este hombre le sobra corazón y por sobre todo emociones para transmitir. De la risa al enojo en un abrir y cerrar de ojos.

Fernando Méndez es un artista tan auténtico como cada una de sus obras. En lo más alto del barrio Las Victorias, casi al finalizar la avenida del mismo nombre, hay una exposición artística que es permanente y no tiene fecha de cierre.

“Explicar las obras es incursionar al otro”, menciona tras dejar su taller en manos de uno de sus alumnos. Asume el papel de entrevistador y comienza a hacer preguntas tras señalar una de sus obras, confeccionada con dos múltiples de escape de motor, para conocer qué interpretaron los demás.

Para Fernando es importante que el observador deje de serlo y comprenda fehacientemente qué fue aquello que lo motivó a darle forma al hierro, el material que más le gusta para trabajar y al que le da un nuevo uso a través del reciclaje. En toda su casa las emociones están a flor de piel, y son explicadas al detalle en cada punto de soldadura.

Hace 17 años llegó a Bariloche. Antes de eso pasó por varias mudanzas dentro de la provincia de Buenos Aires. Siempre buscó cómo ganarse la vida. En la tierra de las oportunidades, o allí donde “atiende Dios”, se lo pudo ver en un taller de refrigeración, detrás de una caramelera en un kiosco o haciendo fletes.

Recién llegado a la Patagonia comenzó a levantar su casa en el este de la ciudad. En un comienzo pensó que sería una buena idea instalar un bar en esa zona, pero la burocracia se impuso y decidió dejar de lado ese objetivo.

En el 2009 no tenía trabajo estable y uno de sus amigos lo alentó: “hacé algunas cosas para meter dentro del local”, le dijo. Empezó a darle forma a las piezas de metal que había conseguido, a darles otra mirada para que parecieran “estéticas”.

“Yo no vivo de esto”, comenta y explica que “a veces” vende algunas de sus obras pero apela a las clases y a recibir algún llamado para salir con su camioneta para ofrecerse como fletero.

De fierro

Fernando lleva puesto un delantal y unas antiparras para evitar imprevistos por el uso de la moladora. Aunque también trabaja el vidrio, algunas ventanas lucen varias piezas de colores, el metal predomina en cada escultura.

“Es lo que más a mano está”, justifica sobre la disponibilidad de rejas, cadenas, partes de motores o cañerías. El reciclaje comenzó como una forma de expresarse sin invertir dinero: “no me voy a salir de mi presupuesto si lo más probable es que no lo venda”, dice aunque termina por aceptar que, con el tiempo, comenzó a disfrutar de redescubrir el atractivo de ciertos materiales.

Metal, piedra y madera. El uso del plástico no es una opción por su fragilidad ante los años. “Lo que me gusta del hierro es que perdura a través del tiempo”, argumenta sobre la inmutabilidad de todo aquello que toma forma en sus manos.

El artista

El arte tiene un lado cruel. Fernando conoce bien de cerca esa sensación, aquella que se produce cuando se dejan de lado las interpretaciones y se abre paso a otro tipo de obras, esas que forman parte de una cadena industrial y se repiten a por montones en cualquier salón.

“Lo que pretendo es que nada fuese clonable”, dice acerca de lo que entiende como falta de individualismo o identidad. Único e irrepetible, ese es el objetivo del hacer de Fernando. Por eso define a su taller como un “pequeño búnker de satisfacción personal”, donde las reglas las impone el artista y los límites están desdibujados.

Por todo esto es que, además de ayudar a descubrir sensaciones, decidió que sus alumnos deben conocer y asignar “valor” a sus obras. No se trata de un concepto financiero, sino más bien de una defensa del arte contra la embestida de “los que no hacen nada”, aquellos que no rompen contra la comodidad que ofrecen los espacios comunes.

“Milito para que la gente busque hacer lo que quiere, que entiendan que no todo pasa por la guita”, aclara sobre una actividad en la que, al igual que al subir una montaña, según el ejemplo que utiliza, “el mérito en hacerlo está en vos”.


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