El Mercosur y el recurrente fundamentalismo aperturista

El cruce diplomático con Uruguay por el bloque regional, volvió a poner a la vista la necesidad de discutir la estrategia de inserción comercial y el grado de integración regional. Los datos desmienten varios mitos históricos.

Integración. El objetivo de los fundadores del bloque, y la deuda aún pendiente.

“Obviamente que el Mercosur y su producción, pesan en el concierto internacional. Lo que no puede ser es un lastre” sentenció el Presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou hace dos semanas en la celebración por el aniversario de la creación del bloque. “La verdad es que no queremos ser una carga para nadie. Lo más fácil es bajarse del barco si la carga es demasiado pesada. Si somos un lastre, que tomen otro barco, pero lastre no somos de nadie”, respondió ofuscado el mandatario argentino Alberto Fernández.
El cruce diplomático no hizo más que poner a la vista la necesidad de volver a discutir sobre el grado de apertura de la economía. Una discusión presente en la teoría económica desde su nacimiento en la pluma de Adam Smith o David Ricardo, y en Argentina desde la instauración del modelo agroexportador a fines del Siglo XIX. Una discusión aún no saldada en la era de la globalización extrema y la hiperconectividad. Un debate que requiere la revisión minuciosa de los datos en las últimas tres dácadas, y una mirada en perspectiva respecto a los potenciales beneficios del aperturismo.
Cierto es que ningún país del mundo podría encerrarse sobre sí mismo generando por sí solo todo lo que se necesita para subsistir en la sociedad moderna. Mucho menos en medio de una pandemia. Tan cierto como que las asimetrías en cuanto a la disponibilidad de tecnología, desarrollo industrial, capacidad de agregar valor, costos de producción, y/o poder geo político, hacen de la apertura extrema un juego desigual en el escenario del comercio global.  
El interrogante no gira solo en torno al libre comercio. Se enmarca también en la pertinencia de la estrategia de integración regional utilizada por los países del Mercosur desde hace tres décadas para intentar sacar provecho del comercio global. ¿Sirve la apertura? ¿Sirve el Mercosur?
Las respuestas en gran parte estarán atravesadas por el cristal de las ideas que se utilicen para la observación. No obstante, los datos ofrecen una buena plataforma de inicio.

Tres décadas de comercio

El razonamiento habitual de quienes defienden el aperturismo como herramienta de crecimiento y desarrollo económico, es que “abrirse al mundo” implica colocar la producción argentina en los mercados incrementando el ingreso de divisas, y al mismo tiempo acceder a infinidad de productos elaborados en el resto del mundo, a precios muy inferiores. El telón de fondo son las barreras que el país levanta a la entrada y salida desde el exterior, puntualmente la política arancelaria.
Los  que defienden una política proteccionista en cambio, aducen que las asimetrías estructurales que existen entre países avanzados y emergentes, implican que eliminar (o reducir sensiblemente) los aranceles genera una ola de importaciones en rubros en los que países como Argentina no logra competir vía costos, lo cual no solo incrementa el déficit comercial y multiplica la salida de divisas, sino que atenta contra el trabajo argentino.

El fundamentalismo aperturista guarda en muchos de los casos un mayor apego al romanticismo ideológico que a la evidencia empírica.


Al respecto, una mirada en perspectiva sobre los datos del intercambio comercial argentino desde el año 1990 en adelante, permite obtener valiosas conclusiones, y desactivar una serie de argumentos que suelen esgrimirse como verdades reveladas, pero que encuentran poco sustento en los datos.
Los dos primeros gráficos que acompañan la nota, muestra la evolución de las exportaciones, las importaciones, el saldo comercial, el grado de apertura y el volumen de comercio durante los últimos 30 años.
La primera conclusión que surge de los datos, es que un mayor grado de apertura no se traduce necesariamente en un mayor volumen de comercio, y que efectivamente, la reducción de aranceles conlleva un crecimiento acelerado de las importaciones que acarrea déficit comercial.


A lo largo de las últimas tres décadas se registraron en Argentina dos periodos marcadamente aperturistas. El primero va de 1990 hasta 1999. En seis de esos nueve años hubo déficit comercial. Entendiendo por volumen de comercio a la suma de exportaciones más importaciones, el mismo registró un máximo de u$s 57.800 millones en dicho periodo.  A su vez, el grado de apertura económica medido como el cociente entre las exportaciones y el PBI medido en dólares, registra un magro máximo del 8,8%. El segundo periodo aperturista va de 2016 a 2019. En 2 de los 4 años considerados, hubo déficit comercial. El volumen de comercio tuvo un techo de u$s 127.000 millones en 2018, y el grado de apertura llegó al 19% en 2019. Este último dato requiere una aclaración: en años donde se registra una fuerte y brusca devaluación (1990, 2002, 2018, 2019) se reduce notablemente el PBI medido en dólares, lo que automáticamente hace subir el ratio Exportaciones/PBI.
Como contracara, en las últimas tres décadas, se registra un periodo de corte proteccionista, que se extiende entre 2002 y 2015. Durante esos 13 años, solo un año arrojó déficit comercial (2015). Si bien es cierto que en dicho periodo se registró un récord en el precio de los commodities (2007/08), también existió una mega crisis financiera global en 2009. Hechas las salvedades, el año 2011 registra el mayor nivel de exportaciones de la historia argentina, por un total de u$s 82.900 millones. Un año que lejos de significar apertura, estuvo cargado por tensiones políticas, restricciones de todo tipo, instauración de cepo cambiario, comienzo del litigio con los fondos buitre, y precios de las commodities en un rango “normal”. Con todo ello, y en un marco de escasa apertura, el volumen de comercio llegó también al registro más alto de la historia nacional (u$s 157.000 millones).


Los datos ponen a la vista que no existe linealidad entre apertura y volumen de comercio. El mayor registro histórico para el comercio argentino se da en un periodo de altos aranceles. Habilita también a pensar si la apertura consiste lisa y llanamente en “quitar aranceles”, o se explica más bien por una estrategia de inserción en los mercados globales que considere las particularidades propias del mercado interno argentino y de la mano de obra nacional. Permiten por otra parte suponer, que el fundamentalismo aperturista guarda en muchos casos un mayor apego al romanticismo ideológico que a la evidencia empírica.

El Mercosur en el ojo de la tormenta

El Mercosur nació en 1991 en un mundo que acababa de asistir a la caída del Muro de Berlín, que abrazaba a coro el Consenso de Whashington, en el que Fukuyama se aventuraba a profetizar “el fin de las ideologías” a manos de un capitalismo liberal triunfante. Los siguientes treinta años, en especial los primeros veinte del Siglo XXI, demostraron que no es tan sencillo hacer reduccionismo histórico, y atar el devenir económico a recetas únicas.
El debate sobre el grado de apertura es esencialmente importante dada la discusión diplomática en el seno del Mercosur. Es evidente que la configuración comercial en base a la que funciona el bloque, necesita una profunda revisión. Ello no significa que apostar por la flexibilización que reclama Lacalle Pou, implique necesariamente un inmediato incremento en los volúmenes de comercio con el mundo.
El bloque sudamericano se pretendió a sí mismo como un “mercado común” en donde exista libre movilidad de factores productivos (capital y trabajo), donde exista una frontera externa común, la misma política cambiaria hacia dentro del bloque, y la misma estructura arancelaria hacia fuera del bloque. En pocas palabras, el bloque se pensó a sí mismo con una estructura similar a la de la Unión Europea. En 30 años jamás se estuvo siquiera cerca de un funcionamiento semejante en el Mercosur. A lo sumo el bloque supo funcionar como una “unión aduanera”, con un arancel externo común, y la auto imposición de generar mediante el bloque, las negociaciones comerciales con otros bloques o países. Esa es la “flexibilización” que pretende y que explicó Lacalle Pou en su cruce verbal con Fernández: sirve pertenecer al Mercosur, pero desea negociar bilateralmente los acuerdos comerciales sin tener que solicitar autorización al resto de los países miembros.
Este tipo de desencuentros, y las asimetrías propias de una economía grande como la brasilera, una “mediana” como la argentina, y dos sensiblemente menores como la paraguaya y la uruguaya, significaron que en la práctica el Mercosur haya sido apenas una “zona de libre comercio” en sus tres décadas de existencia. Un bloque en el que los países miembros permiten la circulación de (casi) todos los bienes sin abonar (casi) ningún arancel dentro del bloque.
Bastante poco en comparación con las pretensiones iniciales.


La estadística también se encarga de certificarlo. El tercer gráfico que acompaña la nota muestra el volumen de comercio argentino con el Mercosur, en proporción al volumen de comercio total entre 2009 y 2020. Nunca en la última década, el peso relativo del comercio con el Mercosur superó el 28%.
La crisis de los bloques regionales no es patente únicamente sudaméricana. Basta examinar con detalle los problemas de asimetría que ha experimentado la Unión Europea en los últimos años, y los planteos de países como el Reino Unido o Grecia.
No obstante, tratándose el Mercosur de un bloque de países emergentes, que debe negociar con pares ostensiblemente más poderosos, tiene lógica el argumento de “la necesidad de estar unidos” que esgrime el Presidente Alberto Fernández.
Ello sin omitir que pese a las dificultades que el bloque ha atravesado a lo largo de su historia, ha servido a la Argentina para lograr intra bloque, lo que el propio bloque no logró fronteras afuera, forjando con su hermano mayor Brasil una relación comercial fuerte y sostenida. Al día de hoy, Brasil es el principal socio comercial argentino, y es el destino del 15% de todas las ventas argentinas al exterior.

Datos

82.961
Los millones de dólares que exportó Argentina en 2011, en un clima proteccionista. Es el máximo registro de la historia.
1/3
Del volumen total transado por Argentina, se canaliza mediante el Mercosur.

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