El ogro está de regreso

En los países desarrollados, de instituciones fuertes, los grandes partidos políticos saben aprovechar una derrota electoral para hacer una “autocrítica” con miras a actualizar tanto sus ideas como sus autoridades, preparándose así para un nuevo período en el gobierno. ¿Es lo que ha hecho el Partido Revolucionario Institucional mexicano desde aquel día traumático a mediados del año 2000 en que perdió las elecciones presidenciales por primera vez en más de 70 años? Muchos lo dudan. Aunque el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, acaba de anotarse un triunfo relativamente cómodo en las elecciones del domingo pasado, aventajando al izquierdista Andrés Manuel López Obrador por más de seis puntos y a la oficialista Josefina Vázquez Mota por trece, a juicio de los escépticos que abundan en México el PRI sigue siendo el “ogro filantrópico” estigmatizado por Octavio Paz, una inmensa organización clientelista que es corrupta y muy autoritaria, cuando no “la dictadura perfecta” de otro premio Nobel de literatura latinoamericano, Mario Vargas Llosa. Puede que Peña Nieto logre sorprender a los convencidos de que el movimiento que gobernó México como un “partido-Estado” desde los días de la Gran Depresión de fines de los años veinte y la década siguiente hasta la crisis financiera bautizada como “el efecto Tequila” de inicios del siglo actual no tardará en recaer en sus vicios tradicionales, pero para hacerlo el mandatario tendría que superar la resistencia de una multitud de caciques de retórica supuestamente progresista y mentalidad llamativamente conservadora. El regreso del PRI luego de doce años en el llano se vio facilitado por la incapacidad evidente del Partido Acción Nacional (PAN), de centroderecha, para atenuar los gravísimos problemas económicos y sociales de un país atrasado que tiene como vecino a Estados Unidos, una superpotencia riquísima que a su modo encarna el desarrollo y la pujanza tecnológica, razón por la cual decenas de millones de mexicanos han optado por buscar un futuro mejor al norte del río Bravo. A pesar de la ideología tercermundista del PRI, sus dirigentes están acostumbrados a convivir amistosamente con los dirigentes políticos norteamericanos, de suerte que no se prevén cambios significantes en la relación de México con “el imperio”. En el fondo, la propuesta del PAN fue más “revolucionaria” o, al menos, más “modernizadora” que las del PRI o del Partido de la Revolución Democrática de López Obrador, pero los cambios que consiguieron impulsar los presidentes Vicente Fox y Felipe Calderón –el que según el calendario político tendrá que entregar los símbolos del poder a su sucesor el próximo 1 de diciembre– resultaron ser decepcionantes, ya que las reformas que intentaron poner en marcha se vieron bloqueadas por el Congreso. Asimismo, la gestión de Calderón ha estado dominada por la guerra atroz que el Ejército y la Policía están librando contra bandas de narcotraficantes, con un saldo de muertos que ya se acerca a 60.000. Aunque el manejo por parte de Calderón de la campaña militarizada contra el crimen organizado ha sido blanco de muchas críticas, Peña Nieto se afirma decidido a intensificar los esfuerzos por poner fin al flagelo sin modificar mucho la estrategia elegida, acaso porque no es tan fácil pensar en alternativas. También se ha comprometido Peña Nieto a triplicar la tasa de crecimiento económico que últimamente ha sido poco impresionante, para que durante su gestión promedie el 6% anual, pero, lo mismo que los demás mandatarios de la región, el eventual resultado en este ámbito dependerá en buena medida de lo que suceda en Estados Unidos, Europa y Asia oriental. De recuperarse de golpe la economía mundial para experimentar otra etapa de crecimiento generalizada, México estará entre los países beneficiados, pero si, como muchos prevén, lo que nos espera es un período prolongado de estancamiento agitado esporádicamente por crisis financieras, no le sería dado cumplir con sus promesas. En cuanto al desafío planteado por la pobreza extrema en que viven por lo menos 50 millones de una población de aproximadamente 112 millones, superarlo requeriría muchos cambios culturales, sociales y jurídicos, además de económicos, en un país como México que se caracteriza por la diversidad étnica y lingüística.


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