El primer temblor

La reunificación de las dos Coreas es una señal muy positiva. No obstante el costo será muy alto, por la asimetría de ambas naciones.

A juicio de virtualmente todos los observadores occidentales, las decenas de miles de surcoreanos que dieron una bienvenida eufórica al presidente Kim Dae Jung cuando regresó de la cumbre que celebró con su homólogo norcoreano Kim Jong Il en Pyongyang, la capital del Estado comunista, exageraban con ingenuidad los logros del encuentro porque, insisten, la eventual reunificación de las dos partes de la nación dividida tomará muchos años, acaso décadas. Es posible que los expertos estén en lo cierto, pero no extrañaría demasiado que resultara ser más realista la actitud optimista de los ciudadanos comunes que, sin saber nada de los detalles de las negociaciones o de las dificultades que surgirán en el camino, entienden muy bien que de abrirse una grieta en una muralla totalitaria los cambios pueden producirse con rapidez desconcertante. Es lo que sucedió en Europa Oriental. Diplomáticos y analistas que días antes habían previsto que la reunificación alemana sería inconcebible hasta bien entrado el siglo XXI asistieron con estupor al derrumbe del «Muro de Berlín» no por las presiones occidentales sino por el colapso de la voluntad de mantenerlo de los comunistas que ya se veían desbordados por una ciudadanía supuestamente dócil. En aquel entonces, los expertos habían tomado en cuenta todo salvo lo que podría llamarse el factor humano, y no es inconcebible que estén por verse ante otra sorpresa.

Desde luego, el dictador norcoreano Kim Jong Il, personaje que heredó el «trono» de su padre, no manifestó ninguna señal de estar pensando en dar un paso al costado y tampoco parecen del todo interesados en hacerlo los militares que constituyen el sostén principal de su tiranía obscena. Antes bien, los líderes norteños, lo mismo que los del sur, dieron la impresión de creer que sería factible crear «un Estado, dos sistemas», mediante un proceso cuidadosamente regulado de ingeniería política, lo cual es un disparate. Lo hayan entendido o no los dirigentes norcoreanos, al mostrarse dispuestos a permitir cierta «colaboración» económica y a establecer más vías de comunicación, ya han puesto en marcha un proceso que con toda probabilidad supondrá el pronto inicio del fin de uno de los experimentos políticos más perversos que haya conocido el género humano, uno que ha llevado a decenas de millones de personas a la miseria material y moral más absoluta. De familiarizarse con el destino tan distinto de sus compatriotas del sur, los norcoreanos, muchos de los cuales han arriesgado la vida para trasladarse a China – dictadura que, en comparación con la suya, se asemeja a una utopía democrática y capitalista -, no pueden sino encontrar irresistible el poder de atracción de lo que es, al fin y al cabo, la otra mitad de su propio país. Claro, es de prever que una proporción muy grande de los norcoreanos termine decepcionada porque, como han aprendido tantos alemanes orientales, prosperar en un país capitalista no siempre es fácil, pero aún así le sería imposible considerar mejor la vida en la Corea del Norte actual, donde las ventajas relativas que disfrutaron los germanoorientales nunca han existido.

Si bien el que la reunificación de las dos Coreas ya pueda considerarse una posibilidad es muy positivo, es comprensible que tantos occidentales e incluso coreanos se hayan sentido preocupados por la perspectiva así abierta. Por ser tan abismales las diferencias entre Corea de Norte y Corea del Sur, los costos de lo que sería en efecto la anexión de aquella por ésta serían tan enormes que el proceso podría desatar una crisis mayor que la ocasionada por los problemas financieros de Seúl hace un par de años y que tanta repercusión tuvo aquí. Asimismo, el surgimiento de una Corea unida con una población de casi 70 millones modificaría notablemente el equilibrio de fuerzas en una zona ya inestable. Con todo, las dificultades económicas o diplomáticas coyunturales que provocaría el fin del régimen norcoreano serían minúsculos en comparación con el avance que supondría la liberación de veinte millones de personas de una suerte de gran campo de concentración en el que todos los días muchas mueren de hambre.


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