El río, la plaza y ellos, el 25…breve historia de 300 años

Luis Rimaro*


Mirar el río hecho de tiempo y agua/y recordar que el tiempo es otro río/ Saber que nos perdemos como el río / y que los rostros pasan como el agua. J.L.Borges


El inmenso estuario hecho de tiempo y agua resultó para aquel puñado de españoles un Mar Dulce. A partir de entonces vinieron una y otra vez los barcos de todas las banderas trayendo mercancías, pestes, noticias y personas. La obsesión voraz por el «argentum» hizo que el Río terminara siendo de la Plata, pese a que el mineral estaba a más de dos mil kilómetros, en Potosí, y duró tanto el codicioso desvelo, que tres siglos después las pampas inmensas y hostiles que encontraron, recibieron el nombre de Argentina.

El Río color arcilla trajo a los urbanizadores del Imperio Español hasta el lejano Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre, quienes dibujaron en al incipiente territorio colonizado, el espacio público emblema de las Leyes de Indias : La Plaza Mayor. El 11 de junio de 1580 Juan de Garay demarcó el espacio de dos hectáreas aledaño al Río y desde ese punto cero, el inicio del damero fundacional, a partir del ángulo frente a la futura Catedral. Desde esa noche el Río y la Plaza comparten sus historias anodinas como el eterno y diario oleaje, pero en ocasiones intensa, trágica y llena de secretos y complicidades. Como los sucesos que rodearon aquella semana de 1810.

La Plaza soportó temporales y soles ardientes, sin árboles ni verdes que la guarecieran, embarrando el paso de personas, caballos y carruajes, El Río vio fragatas, goletas, bergantines de bucaneros y por el incesante puerto vio pasar finos comerciantes europeos, malhechores y gentes de toda ralea. Hacia el 1600 ya el paisaje había incorporado al Fuerte, que divisaba tanto la Plaza como el Río y el Cabildo con sus arcadas de clásico estilo colonial, como correspondía. Entre el inmenso espacio de ambos edificios transcurrió el tiempo de corridas de toros a caballo, ferias de mercancías, ceremonias religiosas, ejecuciones públicas y lotería los días martes.

Esto sucedía en aquella ciudad puerto, pero mas allá del caserío, en la inmensidad del territorio conquistado y sus insospechadas tribus, el ganado comenzó a multiplicarse, mientras Potosí se desangraba en medio de la esclavitud incaica, para que las cortes europeas recibieran toneladas de plata sacadas por Arica. Allá estaba el centro del interés económico del virreynato del Perú, Buenos Aires era el lejano sitio del comercio monopólico y el contrabando. Ese particular desarrollo de la dependencia colonial y su contexto social, jalonan el camino para explicar los posteriores sucesos de principios del siglo XIX, donde volverán a ser protagonistas la Plaza renovada y el trascendental Río.

Tupac Amaru, Bonaparte y los Patriotas

Hacia 1776 las autoridades borbónicas constituyen el Virreynato del Río de la Plata. Sólo duraría poco mas de treinta años, en su destino estaba el fin de la era colonial, que bien podría denominarse La Revolución de la Plaza de Mayo.

En consonancia con la irrupción de la Revolución Industrial, nacen los jóvenes criollos de esa generación. Castelli, Belgrano, Moreno, Güemes, Juana Azurduy, Monteagudo y el mismo San Martín crecen sintiendo la opresión y el sometimiento como súbditos de la monarquía, y cuando viajan a estudiar varios de ellos a Chuquisaca se encuentran cara a cara con la explotación y exterminio de los incas en el Potosí. La rebelión de Tupac Amaru había sido acallada de modo atroz en 1781.

A la par de engendrar en ellos el ansia de liberación, comprenden la necesidad de integración con los pueblos oprimidos del Sur e incluso de confluir en territorios y formas de gobierno donde esté contemplada la soberanía de los pueblos originarios. Tan sólo ocho años después – 1789 – la Revolución Francesa ilumina el mundo del pensamiento y su doctrina libertaria y de principios humanistas que enfrenta al poder monárquico absolutista y Voltaire, Montesquieu y Rousseau nutren sus ideales. La Plaza y el Río los verían regresar a Buenos Aires con renovadas ansias de liberación.

A principios del siglo XIX el inicial caserío chato y embarrado se transforsmó en un puerto ciudad mas extenso y auspicioso, con la calle San José (Florida) empedrada y en 1804, cuando la lejana y gloriosa Haití se liberaba del dominio francés, la Plaza presentó su novedad. La construcción de una larga galería comercial de arcadas simétricas que la cruzaba de sur a norte, la Recova, y permitía transitar a cubierto de los rigores del clima en ese descampado. Negros, blancos y mulatos la estrenaron sin pensar que pronto serían testigos de su bautismo de fuego.

En 1806 y 1807 el Río trajoasombrado a los navíos que entraron por el Sur de la ciudad y consiguieron durante 46 días izar su bandera en el Fuerte. Las inaugurales tropas y las guerrillas populares los enfrentaron y finalmente la Plaza vio capitular a Withelocke. Sin saberlo, y aunque el triunfo fue suscripto por España, resultó una prueba para quienes luego se iban a empadronar en las filas regulares del ejército. Las invasiones dieron cuenta que se podía repeler a los intrusos…pero también podía cuestionarse el poder colonial. Además dejaron el legado del nuevo nombre para la plaza frente al Cabildo, la plaza políticapasó a ser la Plaza de la Victoria. Al otro lado de la Recova, la del mercado o Plaza del Fuerte, donde llegaban las carretas desde el Puerto, con mercaderías y noticias.

Los ingleses habían llegado con la promesa del libre comercio, para tentar a los criollos y meter una cuña en la relación unilateral de dependencia. Pero por entonces ya habían vuelto a la cita aquellos jóvenes estudiantes de Chuquisaca y Salamanca, que regresaban con conocimientos y el ideal de PATRIA.

La Revolución

Hacia 1808 el mundo sabía de las desventuras del Reino de España ante el avance de las tropas napoleónicas por todo el territorio. San Martín era ascendido a Mayor en el ejército español e ingresaba clandestinamente a la Logia de Cádiz. En Buenos Aires los jóvenes patriotas, comenzaban a reunirse también en la clandestinidad de casas, negocios y subsuelos, a un lado y otro de la Plaza, día y noche cruzando sigilosos la Recova, donde sostenían duras discusiones doctrinarias y estratégicas en casa de Nicolás Rodríguez Peña en la calle Callao o en la jabonería de Hipólito Vieytes, allá por San Telmo.

El Río iba a traer la esperada noticia, trescientos años después de ser degustado por Solís. El 14 de mayo de 1810 entraba lento y sigiloso al puerto aquel navío, con la nueva que iba a estremecer los cimientos del virreynato. Había capitulado el 13 de enero la Junta Central de Sevilla y Fernando VII carecía de poder sobre los territorios coloniales de América.

Fue una noche de festejos de los criollos en las fondas de la ciudad, pero no había tiempo que perder, la Plaza fue testigo y partícipe necesaria al mismo tiempo, del torrente revolucionario que la cruzó por esos días.

La mecha se había encendido. El domingo 20, Cisneros emite proclamas amenazantes para los revoltosos y sus seguidores. Quiere contener “al populacho y a los desaforados que los animan”. Los patriotas panfleteaban en su contra. Acorralado, concede el Cabildo Abierto para el martes 22. Belgrano medita, trama, dirige. Moreno escribe, piensa, diagrama. Castelli vocifera, derrumba, interpela. Monteagudo enfenta, exige, impone.

Ellos y todo el grupo de patriotas transitan arduamente la ciudad esos días, el leve tiempo que separa la libertad del cautiverio. Por la noche sueñan. Todo se va a definir en la arena de la Plaza, donde convocan a sus huestes a jugar la chance de ser libres. Ellos adentro del Cabildo, para dar las estocadas necesarias mientras la fiera se resista. Afuera Berutti y French manejan el espacio, marcan la cancha y también marcan las solapas para saber quien es quien en la pulseada. El 22 se libra la batalla de Plaza de Mayo, alí la plaza gana su definitivo nombre. La “legión infernal” impuso condiciones en el territorio y en el recinto los patriotas ganaron la votación 162 a 64.

El viernes 25 de Mayo quedaba el último capítulo. Hubo muchos cabildeos y resistencias del grupo elitista fiel al régimen. ”Todavía no nos gobierna Rousseau !!” gritaba uno de los godos y en los portones ante las demoras se oía “El pueblo quiere saber !!”. Eran los ruidos de rotas cadenas, era el adiós al virrey y la bienvenida a la nueva Junta de Gobierno elegida por el petitorio popular, que iba asumir a las 15 horas del nublado e histórico día.

DESPUES DEL 25

El mundo lentamente, a través del Rio, fue recibiendo la noticia de los acontecimientos en la lejana Plaza. El camino de las transformaciones recién había comenzado y la senda para consolidar y sostener la Revolución estaba plagada de obstáculos y peligros. España no iba a cejar en sus intentos y en el frente interno los sectores sociales adictos al régimen elitista y colonial seguían hostigando a los patriotas.

Pocos meses soportaron los saavedristas en su cargo a Mariano Moreno. Pronto a los ideales más progresistas y revolucionarios de mayo se encargaría el Río de llevarlos hasta alta mar y dejarlos sumergidos. Belgrano y Castelli, principales referentes morenistas, sucumbieron luego de ser juzgados y humillados. La Plaza en poco tiempo perdería los pasos de los precursores del camino iniciado.

El Río habría de rescatar al forjador de nuevos sueños y de grandes hazañas, providencial sostén del ideario de Mayo. San Martín regresaría de España para dar todo por la Patria, y tras doce años de empecinadas y gigantescas luchas, el Río otra vez lo alejaría para siempre.

Han transcurrido 210 años desde la epopeya de los patriotas de Mayo. La Plaza y el Río participaron en muchos más capítulos de nuestra historia y están presentes, porque al decir del poema están hechos de tiempo y agua.

Los sueños que pasaron por la Plaza se los fue llevando el Río…

Otros sueños quedaron en el Río y las voces rondan en la Plaza.

* Arquitecto. luisrimaro@hotmail.com


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25 de Mayo

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