El susto que debería frenar disparatados viajes presidenciales

El susto ante la eventualidad -felizmente descartada- de que un ministro de Alberto Fernández se hubiese contagiado luego de su estrecho trajín con el intendente Martín Insaurralde (positivo de covid), debería dar por clausurada toda idea absurda de continuar con los viajes presidenciales a las provincias en momentos cada vez más críticos de la pandemia en la Argentina.

Estas salidas, que en definitiva solo responden a satisfacer cosechas y apetitos políticos, son el peor ejemplo a una ciudadanía obligada a clausurarse, a distanciarse socialmente y a prevenirse con tapabocas, cosa que no han hecho Fernández ni varios de sus interlocutores en las visitas a Formosa y Villa La Angostura, por ejemplo.

Justo en Formosa, la provincia que ostentaba hace unos días cero casos, el presidente y el gobernador Gildo Insfran se abrazaron y se hablaron a centímetros de la cara, para colmo sin barbijos. Luego el mandatario se confundió en una multitud, con el tapabocas apenas posado sobre el mentón, y hasta tomó el celular de un desconocido para una selfie.

Hace una semana, en Villa La Angostura, se reincidió en el desatino. Fernández compartió un acto con mucha gente dentro de un espacio reducido, cuestión prohibida por los protocolos impuestos por el Gobierno Nacional. Se dejó (lo dejaron) rodear de gente y se volvió a tomar una foto tocando celular ajeno. Dicho sea de paso, la visita a nuestra región se reveló como casi innecesaria porque su principal actividad fue recorrer la planta cloacal concluida y prometer (como se hizo otras veces) la terminación del puente de La Rinconada.

La Rosada asegura que, en estos viajes, Fernández se ha trasladado con comitiva reducida, y esto es cierto. El problema es que actividades de este calibre movilizan a decenas de políticos, dirigentes y periodistas locales y de otros lares. A estos foráneos se les ha dispensado una cuarentena que es obligatoria para cualquiera que pise suelo angosturense, por caso.

Ayer mismo la pulsión peregrina del presidente se volvió a dar en La Rioja. Firmó papeles a centímetros del gobernador Ricardo Quintela, ambos sin barbijos. Y se hubiera prolongado hasta Catamarca (la provincia que quedó solitaria en el podio de las intocadas por el virus), si no fuera por la decisión de dar marcha atrás ante el temor de que un ministro clave, Daniel Arroyo, se hubiera contagiado de Insaurralde, cuestión descartada anoche.

Hay que comprender a la población cuando se indigna por estos derroteros anti-cuarentena, planificados con poco sentido común y a contramano de las prédicas profilácticas del propio Gobierno nacional.

Las señales de un presidente son sumamente importantes.

La ostentación política de contactos estrechos y el desprecio por prevenciones que fueron marcadas como palabra santa e inapelable para todo el país, son claramente contradictorios con la principal, casi única, acción exhibida por esta gestión y que le ha dado a Fernández copiosos réditos a su imagen.


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