El triste adiós de Kurt Wallander

Mankell reescribió un relato breve y explicó por qué “jubiló” a su personaje.

A pesar de todas las promesas del escritor sueco Henning Mankell, que desde hace varios años amenaza con sepultar al detective Kurt Wallander, el célebre personaje se las ingenia para retornar cada tanto, como en la flamante novela “Huesos en el jardín”, reelaboración de un relato escrito por encargo en 2003 que exhuma fugazmente al hombre que se convirtió en emblema del policial posmoderno. Hace casi tres años, después de la publicación de “El hombre inquieto”, el inspector conocido por su intransigencia y sus manías parecía acabado literariamente luego de haber protagonizado hitos del policial moderno como “Los perros de Riga” y “Asesinos sin rostro”, pero la repercusión que generó la serie “Wallander” -que recrea las novelas de la saga con el protagónico del actor irlandés Kenneth Branagh- trastrocó los planes de Mankell. “Huesos en el jardín” renació cuando los productores del ciclo televisivo le solicitaron permiso al escritor sueco para convertir en un capítulo de la serie al por entonces breve relato, escrito a petición de un grupo de libreros holandeses que deseaban otorgar un beneficio a quienes compraran otros libros del autor. Mankell releyó el texto y no sólo dio su consentimiento para que sea adaptado televisivamente sino que decidió retocarlo y publicarlo en una versión que incluye un epílogo donde se detallan las razones por las cuales decidió discontinuar al detective hosco y cascarrabias que debutó en la novela “Asesinos sin rostro” (1991). “Huesos en el jardín” (Tusquets) está estructurada en torno de una mano enterrada que Wallander descubre mientras visita una propiedad con la intención de comprarla y atravesar de manera amigable su retiro del rubro y el comienzo de la fragilidad a la que lo irá sometiendo la vejez. No habrán avanzado muchas páginas cuando el detective y su equipo se ponen al frente de una nueva investigación que se origina en el hallazgo de las extremidades enterradas -que pertenecen a una mujer muerta hace más de medio siglo- y tiene derivaciones más enigmáticas con la aparición de otro esqueleto perteneciente a un hombre. La pesquisa no resulta fácil con tanto tiempo transcurrido entre el delito y su constatación, pero al investigador -como siempre- lo obsesiona la posibilidad de que el asesino quede impune y no quedará tranquilo hasta llegar a la resolución del caso, que se concreta tras un breve recorrido que, si bien no está a la altura de las mejores narraciones del autor de “La quinta mujer”, mantiene el ritmo narrativo y no admite pausas. Wallander, que arrastra la sensación permanente de fracaso por su matrimonio roto, la complicada relación con su hija y que luce agobiado por el sobrepeso y su afición al alcohol, se ha convertido en uno de los más interesante íconos de la novela negra contemporánea. Tras veinte años a la zaga de enigmas sólo descifrables para investigadores avezados como él, el detective reitera los signos de fatiga que ya se preanunciaban en su libro anterior, “El hombre inquieto”: se siente cansado y con deseos de pasar los últimos años de su vida en una casa alejada con la única compañía de su perro. Una vez concluido el relato, llega el prometedor epílogo, en el que Mankell franquea detalles de la creación del personaje, comparte anécdotas que iluminan el contexto en el que escribió algunos de los libros, analiza la decisión de terminar con el personaje y hasta desliza que la serie tal vez prosiga con Linda Wallander, la hija del inspector. “La verdad es que permití que Wallander se jubilara sólo para no decepcionar a mis lectores con el hecho de que me había cansado de él. Nunca me gustó mucho su personalidad y no habríamos sido amigos en la vida real. Preferiría conocer a Sherlock Holmes”, declaró el autor hace algunos años. Considerado sin embargo como el álter ego de Mankell -tiene su misma edad, comparte su afición por la naturaleza y la ópera y sufre por la maldad en el mundo-, el comisario es un hombre melancólico y simpático que desarrolla su labor en la pequeña localidad de Ystad, cerca de Malmo, en el sur de Suecia. En las doce novelas -incluida “Huesos en el jardín”- protagonizadas por el detective, el escritor desplegó con variantes una hipótesis que tuvo su correlato en muchas de las entrevistas que ha concedido: la idea de que una sociedad despersonalizada, autista y masificada es muchas veces la responsable de que los seres marginados decidan hacer justicia por mano propia. El escritor ha cautivado a miles de lectores en todo el mundo con una serie de tramas que dejan al descubierto el vacío y la tristeza que se instala en el hombre “realizado” que propone la sociedad sueca, paradigma de sociedad libre e igualitaria. Mankell ha utilizado la literatura para denunciar la xenofobia, el racismo, las desigualdades sociales, el fanatismo religioso y la incapacidad de los seres humanos para expresar sus emociones, todo en el marco de tramas que se fortalecen con los mejores recursos de la novela policial. En “Huesos en el jardín”, el gran aporte de Mankell sigue siendo la capacidad que tiene su escritura para indagar en otras realidades más profundas que el propio caso a resolver, algo que denota su conocida frase: “¿Quién mató a quién? A mí lo que me interesa es indagar qué ha pasado y por qué”. (Télam)

En su flamante novela “Huesos en el jardín”, exhuma fugazmente al hombre que se convirtió en emblema del policial posmoderno.


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