El triunfo de Netanyahu
Los muchos políticos y periodistas occidentales que esperaban ver derrotado al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu atribuyen su triunfo rotundo en las elecciones legislativas del martes pasado a una estrategia de “miedo”. Insinúan que, para mantenerse en el poder, en la fase final de la campaña electoral exageró groseramente la gravedad de los peligros enfrentados por su país, lo que, nos aseguran, le permitió superar el desafío planteado por una coalición izquierdista. Sin embargo, aunque tanto el gobierno norteamericano como la mayoría de los europeos, además de los medios periodísticos más prestigiosos, parecen haberse convencido de que, si no fuera por la intransigencia de Netanyahu, habría paz en el Oriente Medio, los israelíes tienen buenos motivos para dudarlo. Además de la amenaza planteada por Irán, país cuyos líderes raramente dejan pasar una oportunidad para aludir al odio genocida que sienten por “el ente sionista”, los israelíes tienen que preocuparse por las actividades de un enjambre de agrupaciones yihadistas de las que el Estado Islámico (EI) es actualmente la mejor conocida. Es por lo tanto lógico que privilegien la seguridad nacional por encima de los temas sociales y económicos que suelen resultar decisivos en otras partes del mundo. En cuanto a las presiones internacionales para que hagan más concesiones a la Autoridad Palestina, Netanyahu y sus partidarios entienden que serían tomadas por evidencia de debilidad. Asimismo, dan por descontado que el conflicto con sus vecinos no es una mera disputa territorial sino la consecuencia de la negativa tajante de todos los países musulmanes, incluyendo algunos tan geográficamente remotos como Pakistán y Malasia, a permitir que se consolide un Estado judío en una región que durante siglos fue dominada por sus correligionarios. ¿Son paranoicos los que, como Netanyahu, creen que lo que está en juego es la existencia física de Israel y sus habitantes? A juzgar por lo que está ocurriendo en distintas partes del Oriente Medio, en las que comunidades cristianas están siendo exterminadas sin que las potencias occidentales levanten un dedo para salvarlas, no lo son en absoluto. La experiencia histórica les ha enseñado que sería un error catastrófico confiar demasiado en la buena voluntad ajena, o sea en las promesas tranquilizadoras de los dirigentes de Estados Unidos y la Unión Europea. En última instancia, los israelíes tendrán que depender de su propia capacidad para defenderse, razón por la que a tantos les importa más la capacidad disuasiva de sus fuerzas armadas que la eventual benevolencia o solidaridad de la llamada comunidad internacional. Aunque la conciencia de que es mala la relación del presidente norteamericano Barack Obama con Netanyahu incidió en la campaña electoral, no resultó ser tan significante como muchos habían previsto. Para políticos norteamericanos como Obama y sus congéneres europeos, el destino de Israel dista de ser una prioridad. No les es un asunto de vida o muerte, como lo es para los israelíes mismos. Por el contrario, muchos están más interesados en congraciarse con distintos líderes del mundo musulmán que en manifestar su apoyo por lo que es, al fin y al cabo, la única democracia de una región convulsionada que está llena de regímenes dictatoriales, una en la que, para colmo, los musulmanes disfrutan de más libertades que en cualquier país vecino. Por lo demás, se ha hecho tan complicada la situación en el Oriente Medio que los líderes de algunos países árabes, entre ellos Egipto y Arabia Saudita, respaldan sigilosamente a Netanyahu por compartir su actitud hacia la República Islámica de Irán y por lo tanto oponerse a los intentos de Obama de aliarse con los iraníes para luchar mejor contra el EI sin tener que arriesgarse enviando unidades terrestres norteamericanas a los campos de batalla. Puede que a la mayoría de los egipcios y casi todos los sauditas no les guste para nada la proximidad de un Estado judío, pero muchos entienden que eliminarlo no haría del Oriente Medio una zona de paz como quisieran creer tantos occidentales. Antes bien, serviría para que los islamistas militantes redoblaran una ofensiva que, a menos que sea frenada muy pronto, provocará desastres aún mayores que los que ya han causado tanto sufrimiento en la región más trágica del planeta.
Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.196.592 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Sábado 21 de marzo de 2015
Los muchos políticos y periodistas occidentales que esperaban ver derrotado al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu atribuyen su triunfo rotundo en las elecciones legislativas del martes pasado a una estrategia de “miedo”. Insinúan que, para mantenerse en el poder, en la fase final de la campaña electoral exageró groseramente la gravedad de los peligros enfrentados por su país, lo que, nos aseguran, le permitió superar el desafío planteado por una coalición izquierdista. Sin embargo, aunque tanto el gobierno norteamericano como la mayoría de los europeos, además de los medios periodísticos más prestigiosos, parecen haberse convencido de que, si no fuera por la intransigencia de Netanyahu, habría paz en el Oriente Medio, los israelíes tienen buenos motivos para dudarlo. Además de la amenaza planteada por Irán, país cuyos líderes raramente dejan pasar una oportunidad para aludir al odio genocida que sienten por “el ente sionista”, los israelíes tienen que preocuparse por las actividades de un enjambre de agrupaciones yihadistas de las que el Estado Islámico (EI) es actualmente la mejor conocida. Es por lo tanto lógico que privilegien la seguridad nacional por encima de los temas sociales y económicos que suelen resultar decisivos en otras partes del mundo. En cuanto a las presiones internacionales para que hagan más concesiones a la Autoridad Palestina, Netanyahu y sus partidarios entienden que serían tomadas por evidencia de debilidad. Asimismo, dan por descontado que el conflicto con sus vecinos no es una mera disputa territorial sino la consecuencia de la negativa tajante de todos los países musulmanes, incluyendo algunos tan geográficamente remotos como Pakistán y Malasia, a permitir que se consolide un Estado judío en una región que durante siglos fue dominada por sus correligionarios. ¿Son paranoicos los que, como Netanyahu, creen que lo que está en juego es la existencia física de Israel y sus habitantes? A juzgar por lo que está ocurriendo en distintas partes del Oriente Medio, en las que comunidades cristianas están siendo exterminadas sin que las potencias occidentales levanten un dedo para salvarlas, no lo son en absoluto. La experiencia histórica les ha enseñado que sería un error catastrófico confiar demasiado en la buena voluntad ajena, o sea en las promesas tranquilizadoras de los dirigentes de Estados Unidos y la Unión Europea. En última instancia, los israelíes tendrán que depender de su propia capacidad para defenderse, razón por la que a tantos les importa más la capacidad disuasiva de sus fuerzas armadas que la eventual benevolencia o solidaridad de la llamada comunidad internacional. Aunque la conciencia de que es mala la relación del presidente norteamericano Barack Obama con Netanyahu incidió en la campaña electoral, no resultó ser tan significante como muchos habían previsto. Para políticos norteamericanos como Obama y sus congéneres europeos, el destino de Israel dista de ser una prioridad. No les es un asunto de vida o muerte, como lo es para los israelíes mismos. Por el contrario, muchos están más interesados en congraciarse con distintos líderes del mundo musulmán que en manifestar su apoyo por lo que es, al fin y al cabo, la única democracia de una región convulsionada que está llena de regímenes dictatoriales, una en la que, para colmo, los musulmanes disfrutan de más libertades que en cualquier país vecino. Por lo demás, se ha hecho tan complicada la situación en el Oriente Medio que los líderes de algunos países árabes, entre ellos Egipto y Arabia Saudita, respaldan sigilosamente a Netanyahu por compartir su actitud hacia la República Islámica de Irán y por lo tanto oponerse a los intentos de Obama de aliarse con los iraníes para luchar mejor contra el EI sin tener que arriesgarse enviando unidades terrestres norteamericanas a los campos de batalla. Puede que a la mayoría de los egipcios y casi todos los sauditas no les guste para nada la proximidad de un Estado judío, pero muchos entienden que eliminarlo no haría del Oriente Medio una zona de paz como quisieran creer tantos occidentales. Antes bien, serviría para que los islamistas militantes redoblaran una ofensiva que, a menos que sea frenada muy pronto, provocará desastres aún mayores que los que ya han causado tanto sufrimiento en la región más trágica del planeta.
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