Atletas en el agua: del abuso a la realidad de los refugiados en dos películas muy recomendadas

Dos películas recién estrenadas en Netflix y Amazon Prime Video retratan hechos reales que transcurren en una pileta. Una es el periplo de dos hermanas, refugiadas sirias, y la otra es la de una clavadista de México que denuncia el abuso sexual de su entrenador.

El agua puede ser un elemento tan sutil y elegante como sólido y contundente. La prueba son dos películas que, con sus cámaras enfocadas en clavadistas y nadadoras, sirven para denunciar abuso sexual de un lado, y la cruda realidad de los refugiados del otro. El agua es el medio que navegan los personajes, pero también donde se desplazan sus miedos, sus esperanzas, sus logros y sus dolores.
Con eje en el caso real de la atleta olímpica Azul Almazán, la directora argentina Lucía Puenzo sigue a Mariel (interpretada por una extraordinaria Karla Souza, que se preparó durante tres años en la disciplina para resultar completamente convincente) en “La Caída”, un filme sobre el abuso que sufrió el equipo de clavadistas mexicanos y que se puede ver en Amazon Prime Video.


La otra, “La nadadoras”, que está disponible en Netflix desde hace una semana, sigue a las hermanas Yusra y Sarah Mardini, que con 17 y 20 años, logran escapar de una Siria bombardeada, dejando atrás a sus padres y su hermana menor.
En un periplo de 25 días, cruzaron el mar Egeo en una barcaza inestable y atestada, y llegaron a Lesbos, todos sanos y salvos, sólo gracias a que las hermanas se bajaron del bote para que no naufragara, y nadaron a la par. Luego atravesaron Europa hasta Alemania como refugiadas.


Allí, Yusra consiguió retomar los entrenamientos de natación que había iniciado con su padre en Siria, se clasificó para los juegos de Río 2016, y cinco años después para los de Tokio como parte del equipo de refugiados. No pudo representar a su país. Representó a una formación: la de los refugiados.


La historia, real y conmovedora, no necesita del golpe bajo para mostrar la crudeza de una realidad devastadora. El agua, el mar Egeo, pudo haber sido el lugar en el que terminaran no sólo sus sueños, sino el de tantos refugiados que literalmente se juegan la vida en el cruce. Y el agua es, después, ya en Alemania, la fuerza que la impulsa, sobre todo a Yusra.


Anatomía de un abuso



“La caída” es el regreso a la pantalla grande luego de casi diez años de la directora argentina Lucía Puenzo, que filmó esta película en México.
El filme es una radiografía de la manipulación y los abusos sexuales que se dan en un equipo olímpico de natación mexicano. La película no es un panfleto, y huye de todos los lugares comunes, apoyándose en la gran actuación y la expresividad de Karla Souza.

La cámara sigue a Mariel (Souza), una atleta que, por su edad -está cerca de los 30-, aspira a competir en los que serán sus últimos juegos olímpicos como clavadista sincronizada. Por un accidente en la pileta, quien es su compañera debe bajarse de la lista, y el entrenador, Braulio, decide sumar a Nadia, una niña prometedora, de 14 años.
Braulio (Hernán Mendoza, en un papel excelente) es un hombre enérgico, que conoce a Mariel desde que era una niña de 14, como Nadia, y que está integrado al círculo familiar de la atleta. Por eso, se enfrentan por la decisión de sumar a la niña. Mariel, que no esconde sus celos profesionales, no quiere que la inexperta deportista “le arruine” su última chance de competir.


Los ojos de Mariel dicen todo:está desolada, y puesta frente al espejo de su finitud como competidora. Los ojos y la actitud de Mariel son los de una persona tan entregada a su pasión, como triste, y contenida, presa de una agitación que no puede expresar. La cámara se obsesiona con ella, en reiterados y largos primeros planos que confían en lo que la actriz expresa. El rostro de Souza (que fue la que le llevó la historia a Puenzo) lo dice todo.
Mientras la película hace foco en algunas conductas autodestructivas de Mariel, que tiene sexo compulsivo con conocidos y desconocidos, y sufre dolorosas infecciones urinarias a repetición, la historia se encamina a su trampolín más alto: la mamá de la niña de 14 años denuncia a Braulio por abuso sexual. Nadia la desautoriza, niega todo, incluso ante un tribunal que su madre logra reunir. El peso del respeto por el histórico profesor del equipo es tan grande, que todo parece acallarse.


La decisión de Puenzo, y del director de fotografía es mostrar el agua como una fuerza que puede ahogar a los que se mueven ella. Porque la denuncia de la mamá de la pequeña pone a Mariel frente a su propia historia, y a la gran disyuntiva: apoya a su entrenador o lo pone en tela de juicio. Habla o calla. Reclama desprotección familiar o se silencia. Se entrega en cuerpo y alma por el Oro de los Juegos Olímpicos o abandona para siempre su sueño.

La encrucijada, que está cuidadosamente abordada en la película (y de la que no vale pena explayarse para no adelantar nada de la historia), provoca fisuras en varias estructuras que sostienen el mundo de la alta competencia: las presiones familiares, el silencio, la ambición, los sueños. Todo, literalmente todo, puede hacerse trizas. Todo, todo, ya está hecho trizas, aunque se calle y se ahogue durante largos años.
Y es entonces cuando la película, que tiene el ritmo de un thriller, se vuelve magnífica en su sobriedad y muestra, sin subrayados, ni artificios, ni con ánimo de hacer campaña, el proceso interno, el despertar ante una situación que puede o suele pasar desapercibida ante adultos obnubilados por un objetivo deslumbrante.


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