En otro planeta

Aunque a esta altura todos salvo los más obtusos entienden que el comunismo no funciona y que incluso el socialismo democrático está haciendo agua en los países de Europa occidental, esto no significa que los muchos que por los motivos que fueran quisieran que el mundo moderno fuera radicalmente, cuando no existencialmente, distinto se hayan resignado a tirar la toalla. Por el contrario, en cierto modo el colapso del “socialismo real” los ayudó porque no se sienten constreñidos a reivindicar a regímenes totalitarios brutales que sacrificaron inútilmente a decenas de millones de personas. Ya que no les es dado aludir a los esplendores de la Unión Soviética o Alemania Oriental y saben que hoy en día China es más pinochetista que marxista, los contestatarios más resueltos trasladaron su “utopía” a una región en buena medida retórica inaccesible a los demás, desde la cual siguen denunciando con vehemencia el orden imperante y formulando propuestas sin preocuparse en absoluto por las eventuales dificultades prácticas. Pues bien: si sólo fuera una cuestión de la reacción de algunos intelectuales “críticos” profesionales y de sus admiradores frente al fracaso de ciertas teorías político-económicas determinadas, tal maniobra sería a lo sumo una curiosidad cultural, pero sucede que muchos políticos presuntamente moderados, sobre todo en el “Tercer Mundo”, parecen decididos a tomar en serio las lucubraciones resultantes y, lo que es peor, de actuar en consecuencia.

Entre los que corren peligro de caer en la tentación así supuesta están el presidente Néstor Kirchner, el ministro de Economía, Roberto Lavagna, y otros integrantes del gobierno nacional. Luego de convencerse de que el “neoliberalismo” es irremediablemente malo y que está en la raíz de todas nuestras penurias, llegaron a la conclusión de que los únicos culpables de abrumarnos con una deuda externa impagable han sido los acreedores, los que según parece nos forzaron a aceptar su dinero, y los economistas “ortodoxos” que les habían dicho que siempre y cuando obrara con sensatez el Estado argentino estaría en condiciones de honrar sus obligaciones. Puede que tanto Kirchner como Lavagna hayan comprendido que no fue exactamente así, pero por motivos de “dignidad” insisten en actuar y hablar como si en su opinión el país hubiera sido víctima de una estafa monstruosa, de ahí la amenaza del ministro a los acreedores privados de que si se les ocurre ir a los tribunales no recibirán un solo centavo. Es posible que tamaña manifestación de desprecio por la Justicia haya contribuido a mejorar la imagen de Lavagna ante la opinión pública local, pero no lo es que cayera bien en el exterior, donde propende a ganar terreno la idea de que la Argentina es un país sin ley y que precisamente por eso se ha hundido en un pantano financiero, económico y político.

En Dubai, al referirse al caso argentino el economista jefe del FMI, Kenneth Rogoff, hizo hincapié en la importancia de la seguridad jurídica, es decir, del imperio de la ley, por entender que sin un orden legal confiable ningún país podrá tener una economía próspera. En cuanto a “la recuperación” que se registró después de las convulsiones de fines del 2001 y los primeros meses del 2002, señaló que “no es tan impresionante” en comparación con lo logrado por otros países que experimentaron crisis profundas pero que aun así han conseguido salir de ellas en un lapso relativamente breve. Claro, desde el punto de vista de los persuadidos de que “el mundo” se ha equivocado y que los sectores actualmente dominantes de nuestra clase política siempre tuvieron razón, las palabras de Rogoff carecen de importancia por proceder de un “neoliberal” al servicio de una organización que no acierta nunca, de suerte que nos correspondería continuar luchando contra las presiones de quienes quieren obligarnos a restaurar el respeto por la ley. Puesto que parecería que la estrategia oficial se basa en la negativa a reconocer que los acreedores pueden tener derechos, no es demasiado probable que el gobierno haga de la seguridad jurídica una prioridad, razón por la cual es sumamente escasa la posibilidad de que se resuelvan de forma amistosa los problemas inmensos que fueron provocados por el default.


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