En tiempos de crisis, el almacén de barrio hace la diferencia

El trabajo de lunes a lunes, la relación con los proveedores y la sintonía con el cliente son las bases para subsistir y hacerse un lugar en el mercado en Bariloche.

A fuerza de dedicarle muchas horas, de lunes a lunes, los almaceneros de barrio en Bariloche consiguen mantener su espacio en un rubro dominado por los grandes supermercados y asumen que parte del secreto es tejer buenos vínculos tanto con la clientela como con los proveedores.

En muchos casos se trata de emprendimientos familiares. En otros surgieron como complemento para quienes ya tienen un empleo estable y buscan un segundo ingreso.

La inflación alta y la caída del consumo les generó también graves perjuicios en los últimos años, pero su suerte no aparece reflejada en las estadísticas del Indec, que sólo miden los volúmenes de venta de las “grandes superficies”.

La despensa tradicional es un formato que muchas veces fue dado por muerto, pero sobrevive a la expansión de los hipermercados, los shoppings y las compras por internet.

Bebidas, fiambres y artículos de kiosco son los fuertes de Deja Vu, un almacén bien surtido que está ubicado sobre calle Guillelmo, en el barrio San Ceferino, y acaba de cumplir cinco años. Fausto Aguirre y su esposa María Elena decidieron montar el comercio luego de trabajar muchos años en una fábrica de camperas.

“El momento no es bueno, pero decidimos ponerle ficha. ´No nos va a tirar abajo Macri´ dijimos y acá estamos”. Así resumió Fausto el espíritu con se empeñan en llevar adelante el emprendimiento, jaqueado por el costo del alquiler, la luz y el aumento constante de los precios mayoristas.

Fausto Aguirre, el almacenero de San Ceferino. Foto: Marcelo Martinez

La relación personal con el cliente, aunque parezca caída en desuso, es un factor clave. Según Fausto, “a veces la gente viene sólo para contar algo que le pasa o para escuchar un chiste”. Aunque también aludió a otras estrategias como las de ofrecer “buen precio y especialmente calidad, por ejemplo en fiambres”.

Deja Vu está abierto todos los días desde las 10, corta al mediodía y luego sigue hasta las 23. Aunque cuando se hace de noche la atención es reja de por medio. La sucesión de robos los llevó a tomar ese recaudo (ver aparte).
Parecida es la situación del minimercado Los Tres Hermanos, en el barrio Malvinas, que funciona corrido de 8 a 23, incluidos los domingos. César, su titular, dijo que la preocupación principal son los robos.

Su local es amplio y tiene amplia variedad en productos de almacén, bebidas, verduras y también cigarrillos y golosinas.

Despensa Los Tres Hermanos, en el barrio Nuestras Malvinas. Foto: Marcelo Martinez

En la atención se turna con su esposa, cuñado, un sobrino y otros miembros de la familia. “Este negocio para que ande hay que entenderlo bien y estar en todo -explicó César-. La bebida se mueve mucho. Algunos precios que tenemos son más bajos que en el súper, pero no hay que confiarse. La relación con los proveedores es complicada, hay que negociar mucho”.

Sobre este punto dijo que “para obtener mejor precio y hacer alguna diferencia es necesario pagar al contado y comprar cantidad”. Claro que después hay que estar atento a la evolución de los precios. “Nos avisan los aumentos por mensaje y remarcamos. Porque si te dormís, aunque vendas todo después no te alcanza para reponer”, señaló.

En su caso, el mercadito iba relativamente bien hasta hace unos cuatro meses. Desde entonces tienen un corte de calle en la esquina por la apertura de desagües pluviales sobre calle Soldado Olavarría, que los perjudicó mucho. El flujo de público se redujo y no ven la hora de que la obra termine de una vez.

Arrancar de cero


Recién iniciadas en el oficio, dos jóvenes abrieron el mes pasado la frutería y verdulería El Trébol en una esquina del barrio Levalle e intentan hacer pie, con dedicación, servicio y buenos precios.

El emprendimiento está a cargo de Gabriela Paillalef y su sobrina Gisella, quienes tuvieron experiencia anterior como empleadas de otros comercios. A las verduras, que traen de Mendoza, agregaron unos pocos productos “básicos” de almacén como gaseosas, fideos, condimentos y harina, que venden fraccionada.

Gabriela dijo que abren de 9 a 21 y los domingos hasta el mediodía. “Es mucho y cuesta, pero hay que meterle mucho sacrificio a ésto para que ande”, aseguró. Su recurso es afinar los precios, acotar márgenes de rentabilidad y proponer ofertas puntuales.

El momento no es bueno, pero decidimos ponerle ficha. ‘No nos va a tirar abajo Macri’ dijimos y acá estamos”.

Fausto Aguirre resumió el espíritu de su emprendimiento Deja Vu.

Confianza y cercanía


Además de tener buena mercadería y no “dispararse” con los precios, el almacenero de barrio sabe que su valor agregado tiene que ve con la proximidad. César aseguró que en el Malvinas “hay mucha gente sin movilidad y no se paga así no más un remise para ir al supermercado”, entonces el mercadito es una solución.

También juega la modernización. Casi todos tienen posnet para el cobro con tarjetas, por razones prácticas y también por seguridad, para manejar menos efectivo. Algunos hasta sumaron cámaras y lector de código en las cajas.

Un tema controvertido es la libreta de fiado, una “institución” que pervive, aunque en franco retroceso.

Fausto Aguirre explicó su postura: “Con el fiado empecé haciéndome el valiente, yo daba y daba. Los clientes empezaron a desaparecer y la deuda, nunca más. Ahora me piden y lo pienso, abro los ojos y muchas veces digo que no, salvo a los que conozco bien y están desde que abrimos. A eso los aguanto un poquito, aunque no mucho, porque con esta inflación no se puede”.

César, de “Los tres Hermanos”, también dijo que “a los más conocidos a veces se los espera, sobre todo a fin de mes, pero con un límite”.

Más oferta


Cuando el hipermercado de una cadena multinacional se instaló en el Alto hace más de una década muchos creyeron que había llegado el final para los mercaditos barriales. Incluso la Cámara de Comercio asumió ese vaticinio y encabezó la campaña por el “no” al nuevo gigante.

Pero la realidad fue por otro lado. La presidente de la junta vecinal de El Frutillar, Betina Fernández, dijo que no hubo muchos cierres y al contrario “son más los negocios que se abrieron”.

Dijo que los precios “en algunos casos son muy buenos” y el vecino los prefieren porque “comprás, te anotan y pagás una vez por mes”. Interpretó de todos modos que “la situación está difícil para todos, para los súper también, porque ha bajado el consumo general”, pero “por suerte” los almacenes chicos “pueden subsistir”.

Hostilidad permanente

Los comerciantes consultados pusieron énfasis en la creciente amenaza que representan los que merodean con el único interés en robar. A Fausto ya lo asaltaron un par de veces a punta de pistola y muchas otras intentaron llevarle mercadería al descuido. Por eso optó por las rejas, aunque algún cliente se pueda molestar.

César dijo que el problema es serio porque “son muchos los pibes que agarran algo y quieren irse sin pagar, sobre todo alcohol”. Por eso puso una alarma en la puerta que suena cuando la atraviesan, como existe en los supermercados. “Los tengo que revisar y sacarles lo que se llevan, les digo que no vuelvan más. Es un mal momento. Lo mismo cuando se ponen a tomar acá en la puerta o vienen y te quieren comprar cerveza después de las 23. No les puedo vender porque está prohibido y cuando insisten les recuerdo que hay una cámara del municipio ahí en la esquina. Con eso aflojan”, afirmó.

La relación con el súper


De un modo u otro, los almaceneros de barrio dan por hecho que la competencia de precios con el supermercado no tiene sentido. Incluso muchos los tienen como proveedores, de modo que nunca podrían vender más barato. Su ventaja comparativa aparece “cuando la gente se olvidó algo o cuando el súper queda lejos y quieren ahorrase el viaje”.

A nadie le sobre tiempo y éso también cuenta. César por ejemplo contó que la última semana de promociones “black friday” en el hipermercado del Alto, en contra de lo pensado, le jugó a favor. “La gente del barrio como iba se volvía, porque veía las colas en las cajas y no iban a quedarse horas por una oferta -aseguró-. Esos días hice ventas de mil pesos o más porque al súper no se podía ni entrar”.


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