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Equilibrio catastrófico

Redacción

Por Redacción

Después de cinco días de sainete político, el presidente definió en la noche del viernes el gabinete con el que presume relanzar la gestión tras la dura derrota de las PASO. Inmediatamente voceros de Cristina Fernández y de Alberto Fernández se enzarzaron en otra disputa para interpretar si la vicepresidenta había “ganado por puntos” la puja política o si hubo “empate técnico” entre ambas facciones del peronismo. El resultado luce en realidad como un precario “equilibrio catastrófico” -como diría Gramsci-, que paraliza al país en uno de los momentos más delicados y angustiantes.

A menudo errores de cálculo y consecuencias no previstas de las decisiones son decisivos en política. La movida que comenzó el martes con la renuncia de ministros inducida por Cristina buscaba “hacer reaccionar” a un presidente paralizado y sin iniciativa tras el revés de las urnas, “limpiando” de su entorno a los funcionarios que “no funcionan” y forzando cambios en el rumbo económico a su entero gusto. El intento de copar el gobierno de incondicionales cristinistas, apenas conocidos los resultados, se encontró con la resistencia presidencial, que la vicepresidenta y sponsor del cargo no podía tolerar.

La áspera disputa de poder a cielo abierto con operaciones, insultos y pases de factura revelaron profundas diferencias de forma y de fondo entre los socios de la coalición sobre el plan económico y la gestión de la pandemia. Las brutales definiciones en los audios de la diputada Fernanda Vallejos -exégeta del núcleo de Cristina- describen con fidelidad hasta qué punto llegan la desconfianza y el desprecio hacia el albertismo. La humillante carta de ultimátum de la vice hacia el presidente puso los puntos sobre las íes. Trata al mandatario de mero delegado y lo hace responsable exclusivo de la derrota por el “ajuste económico” y no adoptar fórmulas similares a las de su gestión hasta 2015, que percibe exitosa.

La áspera disputa de poder a cielo abierto con operaciones, insultos y pases de factura revelaron profundas diferencias de forma y de fondo entre los socios de la coalición

Desde el inicio de la gestión albertista, el loteo de organismos del Estado entre facciones se traduce en constantes roces y descoordinación entre funcionarios que se recelan, puentean, no hablan entre sí y se pasan factura ante cualquier error. Paradójicamente, en estas elecciones internas abiertas el oficialismo, (autor del mecanismo) desperdició la oportunidad de resolver democráticamente sus diferencias y optó por acuerdos de cúpula con listas únicas, un precario consenso interno que estalló tras el pésimo resultado del domingo.

El politólogo Federico Zapata bautizó como “pimpinelismo de Estado” a esta situación, donde cada facción defiende su interés particular sin horizonte común y el FdT “juega al TEG (NDR: juego de estrategia) mientras el país se desarma, con la sociedad de espectadora”.

Desgraciadamente, en Argentina los enfrentamientos internos del peronismo suelen trasladarse al plano institucional y dañar a todo el país. Economistas ya alertan de que la inestabilidad política pone en riesgo la precaria e incipiente reactivación económica. Si se impone la agenda de la vicepresidenta (como parece desprenderse de la composición de este “nuevo” gabinete ausente de calidad política), con énfasis en el fuerte aumento del gasto, esto implicaría reducir las ya escasas reservas del Banco Central, acelerar la emisión monetaria, más tensión cambiaria e inflación que a la larga padeceremos todos.

Tras ceder a las exigencias de su vice, el Presidente buscó dar una imagen de solidez institucional con el respaldo de los gobernadores. Todo lo contrario. De esta debilidad -que era conocida pero ahora se expone con brutalidad- difícilmente haya retorno.

Más que en noviembre, el oficialismo debiera pensar en sentar bases para reconstruir la deteriorada credibilidad presidencial para los dos años que le quedan de mandato. Hará falta generar consensos más amplios y medidas concretas que conecten con las demandas reales de la población, que hoy asiste perpleja a intrigas palaciegas por el poder en medio de una pandemia letal y de las peores crisis económicas y sociales de su historia reciente.


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