Escribir un libro e ilustrarlo, un taller para que los chicos se conecten a la creatividad

Escribir una historia, darle forma de libro, ilustrarla. Esa es la propuesta de la escritora Cristina Macjus, que desde Buenos Aires reúne en su taller a chicos de 8 a 12 años de todo el país. Todo comenzó en Bariloche.

El aislamiento obligatorio permitió de alguna manera traspasar fronteras y llegar a los rincones más impensados y de la manera más creativa. Los talleres de lectura y escritura para niños que dicta la escritora Cristina Macjus llegaron también a Río Negro, de manera virtual.

Hermanitos, grupos de amigos cada uno desde sus casas, abuelos con nietos a la distancia, o grupos de chicos que ni siquiera se conocen en distintos puntos del país. Todo vale en los talleres que propone Macjus.

“Con la cuarentena, los chicos perdieron los espacios propios. La escuela con sus amigos, la clase de fútbol, el encuentro con otros en la plaza. Los talleres, aunque virtuales, pueden ser una oportunidad para recuperar algo de esos espacios”, definió la escritora.

Planteó que a través de estos encuentros, “intenta brindar un momento para el juego, la experimentación, el error, la mirada propia y la fantasía. La idea es ofrecer un espacio en el que estén más enfocados en jugar y divertirse que en aprender y corregir”.

Los talleres para niños tienen una duración de una hora; dos horas duran los encuentros destinados a adolescentes y adultos.

El más requerido es el taller de libros plegables, dirigido a un público de 8 a 12 años.

El disparador de este taller fue una experiencia de Macjus en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, con un modelo de libro plegable. Pero en esa oportunidad, recordó, el público eran las familias que suelen visitar museos.

“Ahora, tengo todo tipo de chicos. Hay un grupo de siete, todos varones, compañeros de colegio. Se paran, corren alrededor de la compu, saltan de alegría cuando logran escribir una frase, se vitorean. Me dan un trabajo bárbaro. Están todos entusiasmados y para mi es una sorpresa y una satisfacción”, describió entusiasmada esta licenciada en Comunicación egresada de la Universidad de Buenos Aires.

Sus libros “Anselmo Tobillolargo”, “Mal día para ser mala” y “Seis centímetros de vacaciones” fueron distinguidos por su calidad literaria por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (ALIJA). “El jardín de Lili” y “La chica astronauta y las ganas de volver” son otros de sus títulos.

“Al empezar la cuarentena, contó Macjus, uno de mis primeros grupos se armó en Bariloche. Fue un regalo que hizo una amiga mía a un nene que cumplía años. Contrató mi taller, acordamos un día y un horario y el cumpleañero, sus amigos y yo, desde Buenos Aires, nos conectamos”.

El programa resultó tan divertido que las madres continuaron con un taller semanal. El espacio fue propagándose a La Plata y Capital Federal, mayormente, hasta Chile.

“Ivo, de Bariloche, tiene un conejo que hace la clase con nosotros. En Capital no es común tener conejos como mascotas, así que hacer el taller con un conejo a la vista agrega un extra”, bromeó.

La pandemia marcó un antes y un después en los talleres que coordina. “Antes, participaban chicos con especial gusto por la lectoescritura. Con la cuarentena la cosa cambió. Las mamás y los papás buscan actividades que saquen al chico de la Play, que puedan estimular alguna actividad, digamos, analógica. Y no todos son nenes a los que les entusiasme particularmente escribir”, explicó.

Recalcó que con la cuarentena, muchos padres interesados por los talleres la contactan con “un grupo ya formado”. Se trata de chicos que son amigos y que ansían un espacio para reencontrarse y jugar.

“Hay chicos a los que les gusta escribir y otros que no. Entonces fui adaptando mis talleres a esta necesidad. Y descubrí algo lindo. Me gustan los origamis y a los chicos les encanta plegar, recortar y dibujar. Así que preparé un taller de un encuentro semanal en el que plegamos una hoja de papel para darle forma de librito”, indicó Macjus.

“Pensamos una historia, –continuó- imaginamos cómo distribuir esa historia a lo largo de las páginas, dibujamos y escribimos. Armar un libro como objeto a todos les encanta. Pensar una historia, también. Ni te digo dibujar”.

Macjus reconoció que muchas veces, se interroga sobre “qué traerá todo esto como consecuencia. ¿Se conectarán lecturas de distintas regiones? ¿Compartiremos otros recursos? Supongo que algunas amistades surgirán, como pasa en todos los grupos, y eso tal vez genere lazos a distancia”.


Los más grandes también tienen espacio

A los talleres para adolescentes y adultos se acercan amantes de la lectura. Macjus advirtió que algunos ya vienen escribiendo y solo quieren mostrar sus textos y trabajar en la corrección. Otros, quieren explorar la escritura por primera vez y “buscan, más que nada, un espacio con consignas que los empujen”.
“Mis clases tienen ambos espacios: el de corrección y el de escritura creativa. Leemos mucho en clase, textos propios y de autores destacados. El grupo que se conforma funciona como estímulo y compañía. Sirve para aprender a escuchar lo que los demás puedan señalar del texto propio, y para aprender a hacer marcas en los textos de los demás”, expresó.
Macjus recordó que “no mucho tiempo había té y budín en mi mesa. Ahora tomamos mate cada uno de su lado de la pantalla”.


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