Europa en guerra

A diferencia de la mayoría de los dirigentes europeos que parecen creer que, como los atentados perpetrados por ETA en España y el IRA en el Reino Unido e Irlanda antes de emprender los países respectivos “procesos de paz”, los ataques yihadistas cesarán en cuanto se encuentre “una solución política”, el primer ministro francés, Manuel Valls, no ha vacilado en advertir: “Estamos en guerra. Europa sufre desde hace varios meses actos de guerra. Nos enfrentamos a una amenaza particularmente alta”. No cabe duda de que Valls tiene razón. El yihadismo islamista no puede compararse con el ultranacionalismo vasco o irlandés. Antes bien, es equiparable con el nazismo, ya que los objetivos de los islamistas no reconocen límites; lo que quieren es obligar a todos a someterse a su versión del islam o, para no morir asesinados, a resignarse a ser ciudadanos de segunda. Aunque las aspiraciones de organizaciones como Estado Islámico, o EI, parecen delirantes, decenas de miles de personas en Europa y muchas más en otras partes del mundo no sólo las creen factibles sino que están resueltas a ir a cualquier extremo en un intento por alcanzarlas. Las masacres que acaban de perpetrarse en Bruselas se verán seguidas por otras. En toda Europa las fuerzas de seguridad están en máxima alerta, pero no les será dado impedir que en algún país, que podría ser Inglaterra, Francia, Alemania, Suecia, Italia o España, surja una célula terrorista capaz de sembrar la muerte entre ciudadanos indefensos. También existe el peligro de que los yihadistas se pertrechen de “bombas sucias”, es decir radioactivas, o que consigan envenenar a poblaciones enteras. Para hacer frente a las amenazas así supuestas, los países de Europa no tendrán más alternativa que la de tomar medidas fuertes. El llamado “acuerdo de Schengen”, uno de los logros más valiosos de Europa que en efecto eliminaba las fronteras entre la mayoría de los países, ya se ha visto suspendido debido a la crisis de los refugiados que fue desatada por la canciller alemana Angela Merkel. Pronto podría resultar ser preciso suspender muchos derechos civiles que, hasta hace muy poco, se consideraban permanentes. Por desgracia, preocuparse por la seguridad ciudadana no es, como muchos quisieran creer, nada más que una maniobra ideada por autoritarios de derecha para justificar sus atropellos. En la Europa actual, aun más que en Estados Unidos, tiene que ser una prioridad. La lucha contra el terrorismo yihadista se ve complicada por la presencia en Europa de nutridas comunidades musulmanas. Por razones comprensibles, los gobiernos de muchos países afirman que sería muy injusto negarse a distinguir entre la mayoría pacífica que no plantea ningún peligro y una minoría de fanáticos violentos. Sin embargo, a esta altura es inútil insistir en que el terrorismo yihadista “no tiene nada que ver con el islam”, como han dicho una y otra vez políticos como el primer ministro británico David Cameron. Por el contrario, desde hace casi 1.400 años fanáticos deseosos de recuperar la fe ciega que supuestamente imperaba entre los musulmanes siglos atrás han protagonizado esporádicos estallidos yihadistas, de los que el actual es sólo el más reciente. Para identificar, detener y castigar a los terroristas, las fuerzas policiales y militares europeas tendrán que penetrar físicamente en los distritos dominados por musulmanes, pasando por alto la hostilidad de los habitantes en partes de París, la ciudad sueca de Malmö y muchos otros lugares, en que su presencia se ve vedada, ya que es evidente que los yihadistas cuentan con la colaboración, activa o no, de muchos que anteponen su propia identidad como miembros de una comunidad determinada a sus deberes ciudadanos. Si no lo hacen, el rencor creciente que según las encuestas de opinión ya siente la mayoría de los europeos, por la presunta voluntad de las elites de prestar más atención a las sensibilidades de la minoría musulmana que a los intereses de los demás, facilitará la llegada al poder de gobiernos mucho más autoritarios que los actuales que, lo mismo que el socialista Valls, entenderán que Europa sí está en guerra contra un agresor externo y por lo tanto sus líderes tendrán que reaccionar como hubieran hecho sus antepasados en circunstancias similares.


A diferencia de la mayoría de los dirigentes europeos que parecen creer que, como los atentados perpetrados por ETA en España y el IRA en el Reino Unido e Irlanda antes de emprender los países respectivos “procesos de paz”, los ataques yihadistas cesarán en cuanto se encuentre “una solución política”, el primer ministro francés, Manuel Valls, no ha vacilado en advertir: “Estamos en guerra. Europa sufre desde hace varios meses actos de guerra. Nos enfrentamos a una amenaza particularmente alta”. No cabe duda de que Valls tiene razón. El yihadismo islamista no puede compararse con el ultranacionalismo vasco o irlandés. Antes bien, es equiparable con el nazismo, ya que los objetivos de los islamistas no reconocen límites; lo que quieren es obligar a todos a someterse a su versión del islam o, para no morir asesinados, a resignarse a ser ciudadanos de segunda. Aunque las aspiraciones de organizaciones como Estado Islámico, o EI, parecen delirantes, decenas de miles de personas en Europa y muchas más en otras partes del mundo no sólo las creen factibles sino que están resueltas a ir a cualquier extremo en un intento por alcanzarlas. Las masacres que acaban de perpetrarse en Bruselas se verán seguidas por otras. En toda Europa las fuerzas de seguridad están en máxima alerta, pero no les será dado impedir que en algún país, que podría ser Inglaterra, Francia, Alemania, Suecia, Italia o España, surja una célula terrorista capaz de sembrar la muerte entre ciudadanos indefensos. También existe el peligro de que los yihadistas se pertrechen de “bombas sucias”, es decir radioactivas, o que consigan envenenar a poblaciones enteras. Para hacer frente a las amenazas así supuestas, los países de Europa no tendrán más alternativa que la de tomar medidas fuertes. El llamado “acuerdo de Schengen”, uno de los logros más valiosos de Europa que en efecto eliminaba las fronteras entre la mayoría de los países, ya se ha visto suspendido debido a la crisis de los refugiados que fue desatada por la canciller alemana Angela Merkel. Pronto podría resultar ser preciso suspender muchos derechos civiles que, hasta hace muy poco, se consideraban permanentes. Por desgracia, preocuparse por la seguridad ciudadana no es, como muchos quisieran creer, nada más que una maniobra ideada por autoritarios de derecha para justificar sus atropellos. En la Europa actual, aun más que en Estados Unidos, tiene que ser una prioridad. La lucha contra el terrorismo yihadista se ve complicada por la presencia en Europa de nutridas comunidades musulmanas. Por razones comprensibles, los gobiernos de muchos países afirman que sería muy injusto negarse a distinguir entre la mayoría pacífica que no plantea ningún peligro y una minoría de fanáticos violentos. Sin embargo, a esta altura es inútil insistir en que el terrorismo yihadista “no tiene nada que ver con el islam”, como han dicho una y otra vez políticos como el primer ministro británico David Cameron. Por el contrario, desde hace casi 1.400 años fanáticos deseosos de recuperar la fe ciega que supuestamente imperaba entre los musulmanes siglos atrás han protagonizado esporádicos estallidos yihadistas, de los que el actual es sólo el más reciente. Para identificar, detener y castigar a los terroristas, las fuerzas policiales y militares europeas tendrán que penetrar físicamente en los distritos dominados por musulmanes, pasando por alto la hostilidad de los habitantes en partes de París, la ciudad sueca de Malmö y muchos otros lugares, en que su presencia se ve vedada, ya que es evidente que los yihadistas cuentan con la colaboración, activa o no, de muchos que anteponen su propia identidad como miembros de una comunidad determinada a sus deberes ciudadanos. Si no lo hacen, el rencor creciente que según las encuestas de opinión ya siente la mayoría de los europeos, por la presunta voluntad de las elites de prestar más atención a las sensibilidades de la minoría musulmana que a los intereses de los demás, facilitará la llegada al poder de gobiernos mucho más autoritarios que los actuales que, lo mismo que el socialista Valls, entenderán que Europa sí está en guerra contra un agresor externo y por lo tanto sus líderes tendrán que reaccionar como hubieran hecho sus antepasados en circunstancias similares.

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