Federico Jeanmaire: «No todos los alemanes eran nazis, no les quedó otra que ir a la guerra»

"Wërra" es la novela más reciente del escritor argentino Federico Jeanmaire, quien rodea la palabra "guerra" y la va cargando de las propias sinrazones castrenses desde distintas contiendas bélicas, reales o ficticia, como Malvinas o la serie "Combate".

En la novela «Wërra», a partir de una placa con un listado de soldados muertos en una ingeniosa pero arriesgada operación militar de la Segunda Guerra Mundial, el escritor Federico Jeanmaire rodea en un relato apasionante la palabra «guerra» y la va cargando de las propias sinrazones castrenses desde distintas contiendas bélicas (reales o ficticia, como Malvinas o la serie «Combate») y poniéndola en la lupa desde distintos recortes hasta disecarla etimológicamente y dejarla exhibida en la portada.

El protagonista del libro recién editado por Anagrama lee en el diario la noticia de un bombardeo francés a Siria. Está sentado en un café de Saint-Nazaire, la ciudad francesa que se encuentra en la desembocadura del río Loira. Los ventanales del local dan al escenario donde se desarrolló la Operación Chairot, una embestida que llevaron adelante las tropas británicos durante la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de destruir el dique seco de Saint-Nazaire, que los soldados alemanes habían construido para desplegar allí sus buques, entre ellos el acorazado Tirpitz.

En ese contexto el narrador comienza a reflexionar sobre la guerra y sobre distintos episodios bélicos a través de una reconstrucción minuciosa de la operación en la que aparecen recurrentemente recuerdos familiares.

Jeanmaire (1957) es licenciado en Letras, especialista en El Quijote. Obtuvo varios premios, entre ellos el Emecé en 2008 por «Vida interior» y en el 2009 el premio Clarín con la novela «Más liviano que el aire». Los datos autobiográficos y la falta de un nombre a su narrador reponen al autor, sin dudas, como el protagonista de «Wërra».

P: ¿Cómo nace la novela a partir de una placa conmemorativa con apellidos de soldados muertos?

R: La placa está en una plaza, cerca del Viejo Muelle de Saint-Naizare, en uno de los sitios donde se desarrolló la batalla y en donde ahora un montón de hombres juegan a la petanca (las bochas) cada vez que el clima se lo permite. Aunque había ido a leer a un banco que hay en esa plaza algunas mañanas, nunca había reparado en la pequeña placa que hay debajo de un monolito. El día que se conmemoró un nuevo aniversario de la batalla, me acerqué a verla y me impresionó que lo escueto de la placa que recordaba a los muertos ni siquiera les hubiese permitido inscribir sus nombres, solo las iniciales y los apellidos. Creo que lo frío y lo pequeño de esa placa fue uno de los disparadores fundamentales del libro.

P: ¿Dónde se filtra lo ficticio en tu relato histórico y biográfico?

R: Hay ficción, siempre hay ficción aunque los referentes sean todos identificables. La ficción aparece en los recuerdos que los protagonistas que sobrevivieron a esa noche describen lo que vivieron, en los míos, en la escritura de la historia. En cualquier recuerdo siempre hay algo o mucho de ficción. También hay ficción en la construcción temporal del libro. No lo escribí mientras estuve en Saint Nazaire. Allí solo me dediqué a investigar, a preguntar, a leer. Cuando me fui, solo tenía cinco o seis páginas escritas.

P: ¿El hombre es realmente el único animal que miente, como asegura el narrador?

R: Se miente con la palabra, por eso el ser humano es el único que lo hace. No siempre para engañar o para sobrevivir como puede hacerlo cualquier otro animal. La mentira humana tiene sus graduaciones. Puede ser insignificante o muy significativa. Y sus motivos son diversos. Tan diversos como las mentiras posibles. Y no sé, realmente, si llamaría mentira a un engaño necesario para sobrevivir.

P: ¿La aparición del relato y la reflexión de tu escritura es un recurso de tus lecturas del Quijote?

P: Ese es otro de los asuntos que suelo intentar en mis textos: mostrar, de uno u otro modo, lo que estoy haciendo en el momento en el que estoy haciéndolo. Se trata de un recurso cervantino, claro, verosimilizar por exhibición.

P: ¿Para la trama de «Wërra» pensaste en el recurso del montaje cinematográfico con fotos, episodios de series y documentales?

R: No, no lo pensé en términos de montaje cinematográfico. Se fue dando. A medida que avanzaba con la escritura encontré que esas imágenes me ayudaban a poder construirlo y que esa construcción era lo suficientemente ordenada, al mismo tiempo que caótica como cualquier batalla. Siempre intento encontrarle una forma literaria a lo que cuento.

P: ¿El sentimiento que tiene el narrador con los «uniformes» se puede relacionar con la gorra militar que guarda exclusivamente el personaje de tu libro «Papá»?

R: Los uniformes son un problema irresoluble para cualquier argentino de cincuenta años o más. Dieron miedo y dan miedo todavía. A pesar de todos los pesares. Y se me ocurre, ahora mismo, no lo había pensado, que hay relación entre la gorra que he guardado de mi padre y la chaqueta de aquel anciano que baja de su coche encorvado y, al ponérsela, se transforma por completo. La posición de «firmes». La posición en que se saluda con una venia. A la bandera o a un superior. Es una típica actitud militar, una actitud que recuerdo de mi infancia, un juego que, gorra mediante, hacía mi padre, a veces, para despertarme.

P: ¿Por qué el narrador se detiene en la etimología de cuatro palabras recurrentes en el relato: «guerra», «mierda», «infierno» y «trivialidad»?

R: Son las cuatro palabras fundamentales del libro. Son la sustancia y el origen de mi incomprensión. Se repiten y se van cargando de contenido a lo largo de la narración. O eso es lo que espero, al menos.

Guerra», «mierda», «infierno» y «trivialidad», son las cuatro palabras fundamentales del libro. Son la sustancia y el origen de mi incomprensión. Se repiten y se van cargando de contenido a lo largo de la narración. O eso es lo que espero, al menos».

Federico Jeanmaire.

P: A pesar de la crítica del narrador a la guerra hay como una indignación a que no se le haya entregado una condecoración a uno de los soldados ¿No es una contradicción?

R: No se trata de indignación. Se trata de un hecho sobresaliente de cualquier batalla. No todos los que intervienen valen lo mismo a la hora de las condecoraciones. Es otra forma de exhibir lo ridículo de las guerras. Les costó darle la «Victoria Cross» a Durrant y nunca se la dieron a Tibbits. A los líderes de la operación, mucho menos heroicos, se las dieron de inmediato. El heroísmo, otra de las grandes mentiras bélicas.

P: ¿El juego de la guerra en la infancia tiene tanta o más fuerza que la guerra real en la novela?

R: Los chicos de mi generación, y de otras, jugábamos a la guerra. Con soldaditos o con ramas que hacían las veces de armas como en la foto del padre de Laurence. Ahora, los chicos usan los videojuegos para hacer sus guerras. Resulta increíble cómo los juegos infantiles se parecen a la realidad: hoy, buena parte de las guerras se hacen a través de pantallas que están muy lejos de los drones que matan.

P: ¿Cuál es la fuerza de la figura paterna? ¿Es un padre que se escribe para comprenderlo, quererlo?

R: No lo sé. La figura paterna es fundamental para cualquier varón. Una figura amada y odiada, casi siempre incomprensible. A mi padre le debo el amor por la lectura. Y muchas cosas más. También, claro, le debo algunos de mis problemas con la vida. Es imposible que no esté presente en mi escritura.

P: Hay dos altos mandos «rivales» que se hacen amigos y los alemanes tienen algunos gestos caballerescos ¿Está pensada como estrategia para escapar al maniqueísmo de la guerra?

R: No todos los alemanes que participaron de la guerra eran nazis, a algunos no les quedó otro remedio que participar. Me encantó descubrir la anécdota de Swayne y Paul, creo que es lo más valiente de toda la batalla: animarse a desobedecer, animarse a ser humanos en medio de las rígidas estructuras militares y en medio del caos de una batalla. Eso me parece valentía.


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