Formas de corrupción

En las sociedades eficientes, la corrupción es mínima porque los controles son eficaces.

Gracias a ciertos comentarios formulados por María Elena Walsh – escritora a quien muchos habían tomado por una aliancista emblemática – se ha desatado una serie de polémicas sobre la relación del gobierno del presidente Fernando de la Rúa con la llamada intelectualidad progresista, miembros de la cual se han puesto a criticarlo con amargura creciente por seguir un «rumbo» a su entender «derechista», cuando no «neoliberal». Para los políticos radicales y frepasistas que conforman la Alianza, se trata de un asunto bastante grave porque a diferencia de los menemistas están habituados a contar con la benevolencia de dicho sector, y los cantos de sirena de los «progresistas» bien podrían tentar a muchos a abandonar el oficialismo tal como en efecto ya han hecho varios diputados, entre ellos la radical Elisa Carrió. Aunque la influencia directa de esta agrupación informal en lo que hacen los gobiernos casi siempre ha sido escasa, sus actitudes no pueden sino incidir en el clima político al hacer pensar que la soledad de un gobierno que supuestamente representa a la «clase media» ya es absoluta, realidad que ha sido reflejada por la caída abrupta de la «imagen» del presidente. Asimismo, por contar con la adhesión de muchos periodistas, el descontento de la «intelectualidad» está estimulando fuertes ofensivas mediáticas.

La declaración de Walsh que más reacciones provocó tuvo que ver con la corrupción, la que juzgó menos peligrosa que la ineficiencia, acaso porque a los voceros oficiales les resultó muy fácil rebatirla aludiendo a la conocida consigna «roban pero hacen», pero en el fondo se trata de dos manifestaciones de un solo mal que consiste en la propensión a considerar la política una actividad autónoma, alejada de la administración de la sociedad, una suerte de campo de batalla en el cual lo importante es acumular poder y figurar. En las sociedades eficientes, la corrupción es mínima porque los controles son eficaces y porque, de todos modos, los «dirigentes» están demasiado comprometidos con los problemas administrativos como para dedicarse a enriquecerse o a desviar fondos públicos hacia las arcas partidarias. En cambio, donde los políticos se abocan a formar y expandir sus imperios, empresa que de por sí significa privilegiar la «lealtad», colonizando la administración pública y entes supuestamente autónomos como el Poder Judicial, pocos se preocupan por la eficiencia – antes bien, la desprecian hablando de «eficientismo» – y la corrupción masiva no tarda mucho en institucionalizarse.

Asimismo, a esta altura parece evidente que la «clase política» y la «intelectualidad progresista» comparten la costumbre de subestimar irresponsablemente las dificultades que afronta el país y que lo hacen porque conforman minorías privilegiadas que de tomarse al pie de la letra su propio discurso igualitario se verían obligados a aceptar una reducción penosísima de su nivel de vida. A fin de soslayar el desafío así supuesto, se las han ingeniado para inventar una realidad distinta en la que todos los males se deberían a fuerzas malignas ajenas – el «liberalismo», la «globalización», el «menemismo» – contra las cuales es necesario luchar. Puesto que los enemigos abstractos son muchísimo más poderosos que ellos y los concretos – el «menemismo» – ya no están en el gobierno, su impotencia es evidente. Sin embargo, en lugar de reconocer que sus «análisis» preelectorales se basaban en una extraña mezcla de errores y fantasías, han preferido crearse otros «enemigos», los cuales incluyen no sólo al Fondo Monetario Internacional sino también al presidente De la Rúa y al vicepresidente Carlos «Chacho» Alvarez. Pero, como se preguntó Walsh, si la representante del FMI, Teresa Ter Minassian, nos dijera: «Amnistía, los argentinos no deben un peso, ¿nuestra situación cambiaría?». Claro que no: luego de un breve período todo seguiría igual. Asimismo, de ser reemplazados De la Rúa y Alvarez por personas resueltas a hacer lo que están reclamando la «intelectualidad», los obispos, los sindicalistas, los senadores peronistas y de modo menos gritón muchos legisladores aliancistas, los cambios serían con toda seguridad negativos.


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