Fue a curarse y sólo como enfermo podría regresar

Augusto Pinochet tenía un problema. El balance de sus 82 años no era malo en setiembre de 1998: ex gobernante de Chile, ex jefe del Ejército y un cargo de senador vitalicio que lo alejaba de los tribunales. Estaba seguro. Pero le dolía la espalda…

Una de sus vértebras estaba gastada y comprimida, fragilidad propia de su edad, nada del otro mundo. Nadie sabe por qué no se operó en Santiago, porque esas intervenciones se hacen en las clínicas locales. Le gustaba Londres, «mi ciudad favorita», y la ocasión se hacía propicia para disfrutar sus tardes grises.

«En cuanto me operen, me voy», le había dicho a su hija. El hombre que dijo «en Chile no se mueve una hoja sin que yo lo sepa», no pudo cumplir su palabra esta vez. El 16 de octubre, un oficial de Scotland Yard le comunicaba en medio del sopor de los calmantes y en lengua desconocida, que estaba detenido.

De constitución fuerte, en pocas semanas ya volvía a practicar ejercicios. La columna estaba bien, el problema era otro: no podía volver a su país. Su temple se puso a prueba en sucesivas instancias judiciales, hasta que el último fallo reveló que estar enfermo era la única forma de alejarse.

Un nuevo juicio podría consumir otro año de su vida, que a los 83 no es poco. Aunque su deseo es salir por la misma puerta ancha por la que entró, el gobierno chileno sabe que podría consumirse en la depresión y morir en el exilio, con las consecuentes repercusiones, de modo que su salud es la vía de salida rápida.

Un largo listado de dolencias

En su último informe, el médico Michael Loxton indicó que Pinochet a su artritis en la rodilla izquierda, asma, rinitis, bocio tiroideo, enfermedades aurículo-ventriculares, hiperplasia prostática benigna y diabetes, suma nuevos padecimientos a considerar. Sostuvo que el ex dictador sufre náuseas, incontinencia urinaria, pérdidas de equilibrio y lagunas mentales que le dificultan incluso describir simples objetos de escritorio. Dos apoplegías le dieron un panorama al juez Ronald Bartle, que lo llevó a eximir a Pinochet de la obligación de oír el fallo.

La Cancillería de Chile recibió como un importante precedente la aceptación de la evidencia médica y tiene cierta esperanza en que el secretario del Interior, Jack Straw, puede seguir la misma teoría para liberarlo por motivos humanitarios.

A Pinochet le duele su exilio, le duelen las rodillas hasta para subir al baño y a su cuarto, le duele creerse víctima de la tergiversación de los medios, le duele la soledad (cada vez escucha menos) y experimenta debilidad orgánica y psicológica.

Eso tiene aspectos positivos y negativos para sus detractores. Por un lado, experimentará algo de lo que sintieron sus víctimas. Por el otro, su descompensación puede darle el pasaje de vuelta.

Pinochet lo sabe: la enfermedad, razón por la que fue a Londres, es lo único que lo podrá retornar a Chile. (DPA)


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