Gran encuentro
Alrededor de trescientas personas concurren a las peñas folclóricas. Se realiza una por mes en Neuquén, Centenario, Cinco Saltos y Plottier. Participan cada vez más adolescentes y jóvenes.
La palabra “peña” tiene su origen en la lengua mapuche. “Peñi” significa hermano; el pueblo indígena utiliza la denominación “Peñalolén” para referirse a una reunión entre hermanos.
Y ése es, precisamente, el espíritu que ronda en las noches de peña neuquinas. Alrededor de 300 personas se dan cita en alguna de la media docena de peñas que se organizan por mes en Neuquén capital, Centenario, Cinco Saltos y Plottier.
Las peñas siempre tuvieron buena repercusión donde quiera que se anuncie una. Desde las famosas peñas del grupo Abril a finales de los años 90 hasta la actualidad los organizadores observaron cómo fue creciendo en número el público adolescente y joven. “Son cada vez más los chicos que se acercan a las peñas. Mi compañero de baile es un chico de once años que baila como nadie”, comentó Virginia Scioccia, una de las organizadoras de las Peñas del Bicentenario.
Existen diferentes razones por las cuales la gente se acerca una vez por mes a las peñas folclóricas. Por amor al folclore y a la tradición, porque es algo diferente, porque es bailarín y es una buena oportunidad para “entrenar” o simplemente por diversión. Pero, sin duda, los organizadores y concurrentes coinciden en que la palabra clave es “encuentro”.
“No es casual que la gente busque este espacio de encuentro. La calle no encuentra, separa, porque hay mucha inseguridad. En las casas prácticamente no hay encuentro porque la familia está muy ocupada. ¿Dónde se encuentra el vecino? Antes existía la plaza, el cine de la tarde. Ahora esos espacios ya no están y las veces en que el vecino es convocado a participar es para la resolución de algún conflicto comunal. Entonces, cuando se lo invita a una peña no lo duda”, explicó Hilda López, organizadora y fanática confesa de las peñas.
Juan Quintar es uno de los asiduos concurrentes a las peñas neuquinas. Sabe bailar y como buen profesor de Historia conoce el “backstage” de cada danza.
“La peña es una cultura que atraviesa todas las clases sociales, los oficios y las edades. Hay mucha pasión y amor por lo propio y mucha alegría por el encuentro”, comentó.
Las Peñas del Bicentenario, una de las tantas que actualmente se desarrollan en la ciudad de Neuquén, comenzaron a principios de año y se realizan una vez por año en un gran salón en Linares 1521.
Mes a mes fue ajustando detalles que fueron enriqueciendo el encuentro, manteniendo siempre la línea de la tradición.
“La peña es mucho más que un espacio para ir a bailar o escuchar folclore en vivo. Es un momento donde se da el intercambio cara a cara, cuerpo a cuerpo con el otro, que puede ser tu vecino de al lado pero es un desconocido. Hoy en día la vorágine en la que vivimos no nos deja mucho margen para dialogar con el otro. Las danzas folclóricas tienen todo un lenguaje corporal que se cumple como un rito. Entonces cuando salís a bailar te estás comunicando con tu pareja de baile y con la pareja que baila al lado tuyo. Después podes compartir la mesa, luego un vinito y así vas conociendo al que está al lado”, se explayó María Esther, que integra un grupo de danzas de adultos mayores y no se pierde una sola peña.
Otra característica de estos espacios es la participación activa del público. “La gente no va como espectador, va como ejecutor de la peña. Baila, recita versos, lee coplas, canta o toca la guitarra”, agregó Scioccia.
Entre el público suele haber personalidades conocidas del arte regional. Luisa Calcumil, por ejemplo, tiene asistencia perfecta a las peñas. Pero también hay hombres y mujeres que se animan a subir al escenario para aportar una zamba o una chacarera con su guitarra, bombo o voz.
Los talleres de danzas folclóricas también tienen su espacio. Cada noche se invita a un grupo diferente para que “inaugure la pista de baile” presentando dos o tres danzas.
Y así, despacio y entre gatos y escondidos, van pasando las horas y llegando la madrugada, sin que nadie lo perciba. Hasta que los relojes marcan las tres de la mañana, y aunque la música siga sonando y las luces brillen igual, la pista se va vaciando, de las sillas se descuelgan abrigos y carteras y sobre las mesas quedan platos y vasos vacíos, algún que otro papel… y la promesa de volver al mes siguiente.
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