¿Hiperpaternidad? ¿Hiperniños?

Reflexiones sobre la infancia de hoy. El niño-ídolo ha suplantado al padre- padrone que rigió durante generaciones el sistema familiar. Hoy tenemos padres angustiados y estresados, e hijos perdidos y confundidos. La palabra de un especialista.

Gabriel Ianni
Especialista en niños y adolescentes

Hablar de paternidad supone hablar de una construcción mental compleja en la que su ejercicio no tiene por qué estar ubicado en una sola figura, ni ser exclusivamente desempeñado por un hombre. Es una función afectiva, de enorme trascendencia psíquica y determinada por cada contexto histórico. Es una función simbólica – ejercida tradicionalmente por el padre – pero que puede ser encarnada por la madre, o por figuras significativas de la familia o de la sociedad e incluso por instituciones.


A quién ejerce esa función, en psicoanálisis, lo llamamos padre (y por extensión hablamos entonces de paternidad).
Un padre, entonces, debe ser instrumento de la transmisión cultural, que introduzca a los hijos en la complejidad del mundo social, en la vida extra-muros de la familia y que opere como propulsor de la emancipación y de la creatividad de los hijos.
Los que trabajamos con niños y adolescentes (psicólogos, pedagogos, maestros, profesores…) observamos con creciente preocupación que esa figura hoy no existe, se ha “evaporado” como afirma Massimo Recalcati. Ha desaparecido de la esfera familiar y ha desaparecido de la esfera social.


Hoy asistimos a la figura del padre-colega. Padres que abdican de sus funciones y que buscan parecerse excesivamente a sus hijos. El ideal que guía actualmente a la sociedad es la del joven adolescente al que tanto los padres como los hijos buscan parecerse.
Hoy no existe una verdadera brecha generacional que defina roles y funciones dentro de la familia sino una confusión entre generaciones. La familia ha pasado de la férrea verticalidad de antaño a una horizontalidad que genera desconcierto.

Actualmente, los padres tienden a fraternizar los vínculos familiares en detrimento del sostén de la autoridad parental, tan necesaria para no dejar a la deriva a sus hijos. No hay una cabal comprensión, desde el mundo adulto, que cuando los padres se hacen amigos de sus hijos los dejan huérfanos de referentes.
-¡Contame lo que te pasa, che!, ¡somos amigos!, le decía un padre desesperado a su hijo púber mientras miraba desorientado al vacío.


La evaporación del Padre ha llevado a un estado de homogeneización dentro de la familia, de simetrización entre padres e hijos en donde los primeros, angustiados, o bien por temor a convertirse en progenitores “autoritarios” que coarten la libertad de sus hijos, o bien por la angustia de perder el amor de su prole (que tiene así la función de sostener el narcisismo parental) da, como resultado, un discurso pseudo-democrático que lo único que hace es borrar los límites entre generaciones. La actual confusión entre autoridad y autoritarismo hace que cualquier intento de orden se considere un atentado contra los niños. “Nuestro tiempo, enfatizando de manera unilateral los derechos del niño, acaba por ver con recelo cualquier actividad educativa que asuma la responsabilidad vertical de su formación” afirma Recalcati en su libro ¿Qué queda del padre? La paternidad en la época de la hiperpaternidad.
De este fenómeno se deriva el exceso de sobreprotección y complacencia en la relación con los hijos, a los que siempre hay que decir que sí, evitando cualquier conflicto sobre el que se pudiera gestar el temido desamor.


Los hijos, hoy, han quedado entronizados. Esta transformación de la vida familiar provoca que, en nuestros consultorios, veamos cada vez más hijos desorientados. Como fruto de esta horizontalidad, hoy tenemos más hijos narcisistas que se comportan como reyes de una familia que está al servicio de sus deseos. El niño-ídolo ha suplantado al padre- padrone que rigió durante generaciones el sistema familiar.
Al ubicar a los niños en el lugar del que manda, del que decide, del que impone las reglas del juego de la convivencia, los niños adquieren un enorme poder, se vuelven tiranos.
Y al otorgarles un enorme poder a sus hijos, los niños quedan en … ¿que decimos aquí? ¿Los hijos quedan ubicados en el lugar del adulto? Decir que los niños quedan ubicados en el lugar del adulto sería equivalente a la expresión popular: A Rey muerto, Rey puesto. Un Rey abdica o muere y otro le sucede en el trono. Y creo que lo que estamos considerando aquí, es que no hay Reyes, que no hay padres.
Por eso creo que sería más correcto decir que quedan en un no-lugar y que ese no-lugar es rellenado, muchas veces, por el desafío, la rabia, el oposicionismo o el desconcierto.


Como modo de acallar e invisibilizar el sufrimiento que esto conlleva acudimos al sobrediagnóstico y la medicalización. Por eso, hoy, si un niño es activo, es hiperactivo; si es tranquilo y callado, tiene algún grado de autismo; si se aburre y se distrae en clase es porque tiene un trastorno de déficit de atención. Si estás triste, estás deprimido. Si construís historias con tu imaginación, delirás. Si tras un íntimo esfuerzo sos capaz de sonreír y sobreponerte a tus lágrimas, sos bipolar. Tus sufrimientos son traumas; tus miedos, fobias; tus costumbres, compulsiones y tus proyectos, obsesiones. Convertimos en patología el desconcierto de niños y niñas, lo etiquetamos como trastorno e intentamos silenciarlo con la mordaza farmacológica.


Pero también hay niños que no denuncian, con su sufrimiento, esa falta de sostén parental, esa orfandad de referentes parentales que no les permite transitar la infancia. Por el contrario, hoy, vemos niños con agendas repletas de actividades, con baja tolerancia a la frustración y padres que se enfrentan a maestros o profesores cuando osan cuestionar los maravillosos logros de sus hijos. Con una actividad frenética y con una dura misión que llevar a cabo, los niños quedan expuestos a una excitación excesiva y sin poder metabolizar, a través del juego, lo que les pasa. Los ubicamos como adultos antes de tiempo y les exigimos largas jornadas escolares desde épocas muy tempranas de la vida. Hemos dejado a los niños sin tiempo para jugar. Hemos dejado a los niños sin posibilidades de ser niños.


La curiosa paradoja es que sobre estos “hijos perfectos”, que cargan sobre sus espaldas la dura tarea de sostener, como dijimos, el narcisismo parental, orbitan los hiperpadres o padres-helicóptero. Padres que ejercen una crianza centrada en estar siempre encima de sus hijos, anticipándose a sus deseos y buscando resolver todos sus problemas.
Podríamos decir que el narcisismo de padres y profesores se sostiene, fundamentalmente, en el éxito de sus hijos o alumnos. Situación que lleva a que el “fracaso” en el ámbito social o escolar de un niño sea vivido como una catástrofe que no deja nada en pie.


Hoy tenemos padres angustiados y estresados, e hijos perdidos y confundidos. En el ámbito profesional y educativo asistimos a una preocupación generalizada porque los niños, cuando fracasan en esa misión exitista, se vuelven incontrolables para padres y profesores, y entonces lloran durante horas, o tienen trastornos del sueño o graves problemas de aprendizaje, o reaccionan con violencia desafiante frente a cualquier intento de límite.


Un esbozo de solución a este problema lo encontramos en las reflexiones de M. Recalcati cuando, empatizando con el malestar de padres e hijos, reivindica el retorno de un padre que asuma responsablemente su rol. No un padre tirano ni tampoco un hiperpadre que dirija la vida de su prole como un manager, en un ejercicio, insistimos, de mortífero narcisismo parental.
La respuesta es la de un padre-referente, un padre (ubicado en la esfera familiar y también, por extensión, en la esfera social encarnado en las instituciones) que sea capaz de orientar y asumir con responsabilidad las consecuencias de sus actos.
Necesitamos invocar una figura adulta, que muestre a los hijos que “se puede estar en este mundo con deseo y, al mismo tiempo, con responsabilidad”. Padres adultos, en definitiva, capaces de dejar ir a sus hijos, para que vivan sus propias vidas, con sus éxitos y sus fracasos. Pero, sobretodo, padres que ejerzan el rol de padres, no el de amigos de sus hijos, permitiendo así, que los padres puedan ser padres y los hijos, niños.

(*) Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA)
Presidente de la Asociación Escuela de Clínica Psicoanalítica con niños y adolescentes de Madrid (AECPNA)


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