La magia de las pinturas rupestres de El Manso

A 75 kilómetros de El Bolsón, un sitio de incomparable belleza poco visitado por los turistas

EL BOLSON (AEB)- La inmensa pared de piedra es como un lienzo. Durante 1500 años, ignotos artistas plasmaron sus obsesiones con dibujos antropomórficos y zoomórficos, junto a formas geométricas, escaleras y círculos que simbolizan el infinito. El «paredón de Lanfré» es un rico yacimiento de pinturas rupestres que sorprende a los conocedores: la original imagen de un guanaco se transformó en un caballo luego de que los europeos trajeran esos animales a América.

Sólo hay que prestar atención al sonido de la piedra. Los ecos que devuelve, cuentan una historia tan antigua que es imposible discernir el límite entre lo real y la leyenda.

«Las pinturas se disponen a lo largo de 36 metros de la barda rocosa y se concentran en siete agrupaciones que ocupan superficies desde uno hasta 5 metros de longitud. El suelo presenta un sedimento libre de rocas con posibilidad de contener vestigios de antiguas ocupaciones humanas», señala un estudio elaborado por las antropólogas Mercedes Podestá y Cristina Belleli. Más allá de las estimaciones científicas, plantarse frente a la piedra dibujada por antiguos aborígenes, tiene mucho de experiencia mística.

Los «hombrecitos rojos» parecen cobrar vida según el sol los ilumine. Las guardas geométricas simulan un camino ascendente hacia ángulos imposibles de la barda. Las cruces, simples o dobles, desmienten interpretaciones religiosas.

«Mi familia tiene este campo desde la década del 40, y desde mucho antes las pinturas ya se conocían», cuenta Oscar Lanfré, el propietario del campo adonde peregrinar turistas y científicos para observar las pinturas rupestres.

El lugar está ubicado a unos 75 kms. al norte de El Bolsón, en la zona rural de El Manso, un sitio de incomparable belleza que aún no recibe la presencia masiva de visitantes.

El «Paredón de Lanfré» es un yacimiento de pinturas rupestres que integra un hipotético recorrido de antiguas tribus aborígenes. «Es posible marcar una ruta siguiendo los sitios donde están las pinturas», cuenta Lanfré. Pocos kilómetros al sur también se registran otros sitios similares.

«Este lugar es especial. Hay pinturas de distintas formas y a diferentes alturas. Pero en el centro del paredón hay un lugar libre que se cree que era un «rehue»

(sitio ceremonial). Los responsables de estos dibujos eran los tehuelches», asegura el poblador.

Una pintura llama la atención: decididamente es un caballo, con su cola y una cabeza rara. Lanfré cuenta que «según los especialistas, originalmente dibujaron un guanaco, pero luego del 1500, cuando los europeos llegaron a América e introdujeron el caballo, algún artista aborigen decidió completar el dibujo original». Los estudios científicos han determinado que la pintura usada pertenece a dos épocas bien diferenciadas y con cientos de años de distancia entre si.

«Las pinturas se encuentran altamente expuestas a la acción de agentes naturales que ocasionan un proceso constante de deterioro del soporte y las representaciones. El principal agente de deterioro es el agua. Es importante destacar que en Lanfré no se han producido daños por acción humana. No existen graffitis, rayados, ni desprendimientos intencionales. La proximidad de la vivienda de los propietarios y el celoso cuidado que tienen del sitio han favorecido su preservación» indica el informe de las antropólogas que estudiaron el lugar.

Oscar Lanfré le ha dedicado su vida a las pinturas. Sabe que no son suyas sino «patrimonio de todos» y que el es un simple guardián de la historia. Por ello permite el acceso de turistas pero sin acercarse mucho a la piedra.

Mientras avanza el atardecer, el lugar se llena de sonidos extraños. Retumba en la piedra el cercano eco del río Manso. Murmullos de voces antiguas se escuchan en las sombras. En esa quietud rural es fácil imaginarse el recogimiento del ancestral artista plasmando sus creaciones en el lienzo eterno de la roca.

«El dibujo que más me gusta es el que parece un laberinto» señala Lanfré. La forma geométrica ocupa un lugar central en ese cuadro rupestre. A su lado, cruces dobles sorprenden al observador. Más allá una escalera apunta hacia el infinito, mientras que en lo alto, a más de 4 metros de altura, un círculo con un punto central simboliza el paso de lo terrenal a lo divino.

Dejamos el «paredón de Lanfré» con la palpitante quietud de la piedra. Las imágenes duermen el destino eterno que soñó el artista.

Julio Alvarez

julio@red42.com.ar


EL BOLSON (AEB)- La inmensa pared de piedra es como un lienzo. Durante 1500 años, ignotos artistas plasmaron sus obsesiones con dibujos antropomórficos y zoomórficos, junto a formas geométricas, escaleras y círculos que simbolizan el infinito. El "paredón de Lanfré" es un rico yacimiento de pinturas rupestres que sorprende a los conocedores: la original imagen de un guanaco se transformó en un caballo luego de que los europeos trajeran esos animales a América.

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