La mesa argenta y una señal más política que económica

El gobierno decidió prohibir la exportación de carne por 30 días. Los entretelones incluyen política, precios internacionales, y un sector cartelizado e hiperconcentrado.

Exportaciones de carne. El foco de la medida que busca fortalecer la oferta a nivel interno para moderar la suba de precios.

Desde el último viernes, todos los flashes se van con la expectativa que genera una nueva cuarentena estricta. Sin embargo, el hecho más relevante a nivel económico, tuvo lugar el pasado lunes, cuando el gobierno anunció la prohibición de exportar carne vacuna por el lapso de 30 días.

En materia política, la medida es una nueva muestra del peso que la concepción económica del kirchnerismo tiene hacia dentro de la coalición de gobierno. En términos económicos, es indispensable considerar la importancia de la carne como producto alimenticio básico en Argentina, la composición de un sector económico hiperconcentrado, y la dinámica de los precios en un mercado en que las cotizaciones internacionales son determinantes. En términos prácticos, lo cierto es que probablemente la decisión se trate más de una señal a los productores, que de una política que sirva a los fines de incrementar la oferta o moderar los precios.

Base de la dieta argenta
Pocos productos como la carne y la harina de trigo, ocupan un lugar tan protagónico en la mesa de los argentinos. Mucho se puede discutir acerca de si ello es saludable o no en términos nutricionales. Lo cierto es que por tradición, cultura, costumbres y gustos, la carne acapara una porción importante del gasto de las familias en nuestro país.

Lo que suceda con el precio de la carne, impacta por lo tanto de forma directa no solo en los indicadores de inflación, sino en la situación socio-económica de las mayorías, en especial de aquellas con ingresos medios-bajos y bajos. Se estima que en estos sectores, las familias destinan hasta un 20% de sus ingresos mensuales a la compra de carne vacuna.

Ese es el principal diagnóstico que tiene entre manos el gobierno desde hace semanas, y con el cual desde hace tiempo intenta persuadir a un sector concentrado, que no entiende de prioridades sociales y persigue únicamente la oportunidad de una rentabilidad extraordinaria.

Los datos que arroja el mercado son más que elocuentes, y dan cuenta del enorme deterioro que desde hace tiempo padece el poder adquisitivo medio en Argentina, dinámica exacerbada durante una recesión que ya lleva tres años, y en especial durante la pandemia.
En cuanto a los precios, el Indec acaba de publicar que la inflación acumulada en los últimos doce

meses hasta abril, es del 46,3%. Durante el mismo lapso y según el relevamiento habitual del Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA), el precio promedio de la carne subió un 65,3%. Los sustitutos inmediatos como el pollo o el cerdo, lo hicieron en cambio un 44,2% y un 58,7% respectivamente.

Sin embargo, si se observa detalladamente, resulta que existen cortes simbólicos para la dieta nacional que experimentaron un aumento aun mayor. La cuadrada, habitualmente usada para las milanesas, subió un 68,1% el último año. La falda, base para el tradicional puchero, lo hizo un 72%. El asado de tira (a estas alturas un lujo), lo hizo un 81,5%.

A ello hay que agregar, que la cadena comercial tiene un rol preponderante en la formación del precio de la carne. En efecto, el precio promedio en las cadenas de supermercado subió el último año muy por encima de la media: 80%.

Existen pocos fundamentos económicos desde los costos internos para justificar semejante desproporción en el incremento de precios de un producto esencial.

La estadística revela la drástica caída en el consumo de carne vacuna en los últimos 15 años.

Hacia el año 2007, los argentinos consumían 68,5 Kg per cápita de carne vacuna al año. A fines de 2014, el registro ya se había reducido hasta los 58,6 Kg per cápita al año. En 2021, el consumo se estima en apenas 48,2 Kg per cápita anual. El consumo de carne vacuna se redujo un 30% en la última década y media.

La mirada puesta afuera
Sucede en la mayoría de los países del mundo: el sector exportador en general se especializa en productos que son muy demandados en el exterior, pero que tienen escasa incidencia en las preferencias de la población a nivel interno. Así sucede en Bolivia con el litio, en Chile con el cobre e incluso en Argentina con la soja. No es el caso de la carne.

La principal particularidad en el mercado interno de la carne vacuna, es que en Argentina existe una demanda muy cercana a la inelasticidad, para uno de los principales productos que el país exporta.

Es por tal motivo que las razones para explicar el inusitado incremento en el precio de la carne, deben buscarse inexorablemente en la relación directa que exhibe el mercado interno de la carne, respecto al mercado internacional.

La dicotomía atraviesa la dinámica de la economía argentina desde los albores del modelo agroexportador a fines del Siglo XIX. Si sube el precio que recibe el exportador al colocar su producto en el exterior, crece el incentivo a vender afuera a costa de la oferta en el mercado interno. De lo contrario, el productor exige un precio interno que compense el costo de oportunidad de no exportar.

Es ante tal particularidad que una vieja herramienta como las retenciones, implementada en Argentina desde principios del Siglo XX, cobra esencial relevancia. No se trata de un instrumento enfocado (únicamente) en la recaudación. Tiene en este caso una utilidad mucho más relevante, y es la de quitar incentivos a la exportación de un producto esencial a nivel interno.

Para muchos, luce a herejía en términos económicos restringir vía precio la exportación de un producto altamente demandado en el exterior. El principal argumento es que si existe alta demanda tanto a nivel interno como en el exterior, la respuesta racional del país no debiera ser limitar las exportaciones, sino procurar el incremento de la producción, a fin de poder exportar sin dañar la provisión ni los precios a nivel interno. En este sentido, son nuevamente los datos los que arrojan luz y demuestran que el mercado por sí solo está demasiado lejos de considerar las necesidades de las mayorías.

La experiencia de liberar el mercado, quitando cupos a la exportación, desregulando y reduciendo la presión impositiva, es reciente. La gestión Macri redujo las retenciones y eliminó el Registro de Operaciones de Exportación (ROE). Ello sumado a una devaluación del 300% en cuatro años.

Si el libreto desregulador se hubiese cumplido, debió significar un incremento de la producción y un aumento de las exportaciones, sin que ello impactase en el stock de oferta y los precios a nivel interno.

El relevamiento de la Cámara de la Industria y Comercio de la Carne y Derivados de la República Argentina (Ciccra), pone a la vista que el resultado fue diametralmente el opuesto.

Uno de los gráficos adjuntos revela en primer lugar que con 3.376.000 toneladas de res con hueso, el mayor nivel de producción en los últimos 20 años, se registró en el año 2009. Un año signado por una política proteccionista en general, y por altas retenciones en particular. En segundo lugar, muestra que efectivamente, las medidas adoptadas por la gestión Macri implicaron un crecimiento de la producción, que pasó de 2.644.000 toneladas de hueso con res en 2016 a 3.168.000 en 2020.


La contradicción emerge al observar el gráfico siguiente, donde se exhibe la proporción de la faena total que se destina a consumo interno, en comparación con aquella que se exporta. Mientras que en 2015 un 92,7% de la faena se destinaba al mercado interno y un 7,3% a la exportación, en 2020 la relación fue de 71,5% y 28,5% respectivamente.

El efecto contractivo sobre el mercado interno queda aun más claro si se considera que el 92,7% de la faena total en 2015 equivalía a 2.529.000 toneladas de res con hueso, mientras que en 2020, el 71,5% de la faena que quedaba en el mercado interno equivalía a 2.265.000 toneladas. En lo que va de 2021, la relación es 70,8% a 29,2% respectivamente.

En pocas palabras, los datos muestran que el aumento de la producción del periodo 2016-2020, se destinó principalmente a la exportación, y no solo ello, sino que el incremento de las exportaciones que favoreció la desregulación, sucedió a costa de una sensible y progresiva reducción de la oferta en el mercado interno, cuyo efecto inmediato es una mayor presión sobre los precios internos, y un menor consumo per cápita.

Una señal, más que una solución
Al analizar la medida anunciada esta semana y con los datos sobre la mesa, es importante agregar el condimento político a la hora de las interpretaciones.

Quien desde hace semanas instaló la posibilidad de prohibir las exportaciones, fue la Secretaria de Comercio Paula Español, del riñón kirchnerista. Al mismo tiempo, el Ministro de Producción, Matías Kulfas, superior inmediato de Español, se encargó de negar categóricamente que el gobierno estuviera analizando una medida semejante.

Al igual que en el affaire Guzmán-Basualdo, los hechos terminan confirmando el rumbo elegido por los funcionarios kirchneristas, y desautorizando al ala ”moderada” del gobierno.

Vale señalar como contrapeso, que desde hace semanas el gobierno intenta tender puentes con el sector, destacando la importancia de cuidar la dieta de los argentinos en un contexto de crisis económica y sanitaria, buscando establecer cuotas de carne a precios populares, y la necesidad de fortalecer la oferta en el mercado interno.

Puja interna. La postura de la Secretaria de Comercio Paula Español, primó por sobre la de su superior, el Ministro de Producción Matías Kulfas.


Enfrente, un sector cartelizado, selecto, históricamente conservador y ligado al más tradicional modelo de exportación agrícola argentino, no entiende de prioridades sociales, y pone el foco únicamente en la rentabilidad.

Sería demasiado inocente creer que la suspensión total de las exportaciones durante un mes, podría cambiar la tendencia que describen los datos, incrementar la oferta a nivel interno, y lograr que bajen los precios de la carne.

El gobierno elije entonces una señal. Una medida transitoria, por solo 30 días, que lejos está de ser una política a largo plazo, pero que tiene la intención principal de marcar la cancha.

Una señal que no deja de ser polémica, pero que además contradice la propia construcción discursiva oficial. La semana pasada acaba de autorizarse un nuevo aumento del 6% en los combustibles, que ya acumulan una suba del 34% en lo que va del año. Siendo los combustibles un insumo esencial en la logística de distribución de los alimentos en todo el país, la suba de precios se trasladará linealmente y más temprano que tarde a las góndolas. Si el objetivo es cuidar el bolsillo de los argentinos en pandemia, se parece mucho a una contradicción. Una más.

Datos

81,5%
La suba del precio del asado de tira en los últimos doce meses hasta abril. El promedio de la carne subió 65%.
70,8%
La proporción de la faena total que se destina hoy a consumo interno. Históricamente la cuota para el mercado local supera el 90%.

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