«La mitad fantasma», la nueva novela de Alan Pauls

El escritor argentino radicado en Berlín vuelve sobre un tópico recurrente de su literatura: la cuestión de la experiencia amorosa problematizada por la distancia y las tecnologías.

«Cuando alguien se enamora, lo primero que hace es fabricar un fantasma del otro y, en verdad, se enamora más de eso que de la persona», reflexiona el escritor Alan Pauls para dar cuenta de los días de enamoramiento y cierta fertilidad mental que marcan el pulso de «La mitad fantasma», su última novela, en la que aborda sin subrayados ni dogmas el encuentro de Savoy, un cincuentón que se alimenta de vidas ajenas y se burla de la tecnología, con Carla, una treintañera etérea y viajera.

Instalado en Berlín desde 2019 por una beca del Servicio Alemán de Intercambio Académico, el escritor, periodista, guionista y crítico de cine cuenta que la pandemia le recuerda a aquellos días de presente vivido durante la crisis de 2001 en Buenos Aires y, aún lejos del pesimismo, cree que algunas cuestiones llegaron para quedarse: «La lógica de lo viral impuso un tipo de experiencia en relación con la incertidumbre y la dificultad para planear que es muy pesada».

Casi cuarenta años después de la publicación del «El pudor del pornógrafo», su primer libro, Pauls reconoce que en alguna medida reescribe sobre las mismas obsesiones: un linaje de personajes que se las tiene que ver con la desproporción entre su capacidad de abstracción y su imposibilidad para actuar y el amor, sus formas e intermediaciones.

P: Tu primera novela, «El pudor del pornógrafo», es de 1984 y permite trazar continuidades con la última, «La mitad fantasma» (Literatura Random House); pareciera que aquellas cartas dejaron lugar a la intermediación de internet. ¿Qué pasa con el amor cuando entran en juego estas tecnologías y mediaciones?

Alan Pauls: Cuando trabajaba en «La mitad fantasma» sentía que estaba escribiendo la actualización de «El pudor del pornógrafo», cuarenta años después. Las novelas tienen bastante en común. No solo la cuestión de la experiencia amorosa problematizada por la distancia y las tecnologías, esas prótesis que los amantes eligen para sortear la distancia. Creo que también las dos dan cuenta de cierta inadecuación con el presente. La cuestión de las cartas en «El pudor del pornógrafo» era anacrónica ya en ese momento, no eran habituales, nadie escribía cartas, era una experiencia completamente lujosa.

Quise trabajar la idea del perfil como un género retórico que impone internet, una pequeña autobiografía. Implica producción y puesta en escena, no es que sea mentirosa, pero es interesante el ejercicio: hay que pasar por eso para aparecer».

Alan Pauls.

P: Savoy es atribulado, la cabeza le va a mil por hora, es sedentario. Carla, en cambio, sale a correr, viaja, es inquieta. ¿Por qué trazaste esa conexión entre la actividad mental y cierta pesadez para la acción?

A.P.: Savoy es un nuevo integrante de una familia de personajes varones que por alguna razón tienen cierta dificultad para actuar e ir hacia las cosas y tienen una hiper capacidad para pensar y analizar, leer aquello hacia lo que no pueden ir o que les plantea dificultades prácticas. Hay cierta composición en esos personajes: invalidez, por un lado, e hiperpotencia, por otro. Mi personaje ideal de ficción es el fotógrafo de «La ventana indiscreta» de Hitchcock. Es un fotógrafo de acción que acaba de romperse una pierna cubriendo una competencia de automovilismo y queda postrado, y desde esa invalidez, con su cámara y la ayuda de su prometida que lo quiere casar a toda costa, descifra un asesinato en el departamento de enfrente. Siempre me gustó esa fórmula de personaje. Tanto Rímini en «El pasado» como el personaje de «El pornógrafo» pertenecen a ese linaje. Hay mucha riqueza en esa desproporción y en el tipo de fenómenos que se dan cuando alguien está muy limitado por un lado y muy potenciado en otro.

P: ¿Cómo pensaste el título de la novela? Anticipa la historia de una pareja en la que no participa el concepto de medias naranjas y la idea de fantasma da cuenta de algo ausente.

A.P.: El título condensa muchas cosas que están sueltas en el texto. Por un lado, esa idea supersticiosa pero muy vigente de que todos somos una mitad y que tenemos en alguna parte del mundo otra mitad que nos va a completar y hacer felices. Y además, que esa relación es de mitades, proporcional. La novela no cree en eso: en el amor, las partes no son proporcionales, son siempre desiguales y esa desproporción hace que las cosas funcionen de determinada forma. También me interesó plantear la idea de esa mitad prometida por el consumo: la novela trabaja mucho alrededor de la hipótesis que sostiene que internet hace realidad nuestra fantasía en el plano de la satisfacción material, sexual y de servicios; no hay nada que internet no pueda satisfacer, basta con buscar bien. Después está la noción de lo fantasma, esa existencia de pura insistencia: cuando alguien se enamora, lo primero que hace es fabricar un fantasma del otro y en verdad se enamora más de eso que de la persona. Y el título también refiere a aquellos que pierden un miembro y lo siguen sintiendo; en relación con el amor llama a pensar qué pasa cuando que el otro no está ¿Qué construye uno cuando el otro desaparece? Muchas veces aparece un miembro fantasma que uno siente extrañamente parecido.

El enamoramiento es la parte más fértil de la experiencia amorosa. En esas primeras semanas uno tiene conjeturas, sospechas, interpretaciones, preguntas y pequeños cabos sueltos».

Alan Pauls.

P: En la novela desistís de las complicaciones que traen las redes sociales en los vínculos pero sí trabajás con la idea de perfil, esa autobiografía algo mentirosa que creamos para participar de las plataformas. ¿Por qué?

A.P.: Savoy, que no tiene ningún acceso al mundo donde impera el perfil en la vida digital, buscando un poco de información cae en uno de esos sitios que agrupan a cuidadores de casas y encuentra qué es lo que Carla cuenta que le importa de su vida. Se encuentra de pronto con información que desconocía. Me interesaba mucho esa situación: que en una plataforma en internet pudiera haber ese tipo de información que sorprende. Quise trabajar la idea del perfil como un género retórico que impone internet, una pequeña autobiografía. Implica producción y puesta en escena, no es que sea mentirosa, pero es interesante el ejercicio: hay que pasar por eso para aparecer. Y Savoy y Carla también discuten sobre lo único del mundo digital sobre lo que Savoy siente que puede discutir, la aplicación Chatroulette. Su teoría es que fracasó porque no le exigía a sus usuarios que realizaran algún perfil y cree que las plataformas de encuentros sobrevivieron porque generaron este sistema de autobiografías. Savoy, que es muy inepto en cuestiones digitales, se sentía atraído porque era el anonimato total. No sé si alguien todavía pasea por ahí, pero era realmente anónimo y eso es algo que a Savoy lo estimula. Como si él, en realidad, fuera más radical que internet.

P: El pasado era un gran tratado sobre el amor. ¿»La mitad fantasma» órbita el enamoramiento?

A.P.: Me interesaba el enamoramiento, ese momento en el que la máquina mental funciona a pleno. Nunca sabemos muy bien qué pasa con Carla y hay muchas señales para pensar que ella no subscribiría al enamoramiento. El trance de Savoy, después de esas cinco semanas de idilio, es muy mental; diría que fabrica una criatura nueva en el enamoramiento. El enamoramiento es la parte más fértil de la experiencia amorosa. En esas primeras semanas uno tiene conjeturas, sospechas, interpretaciones, preguntas y pequeños cabos sueltos para tira; de eso está hecho el combustible que hace arder la imaginación de Savoy.

Agencia Télam


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