La segunda muerte de William Shakespeare


Al difundirse la convicción de que lo único que importa es el presente, hay cada vez más hombres y mujeres que saben muy poco del acervo cultural de su propio país o del mundo.


Hay que sentir simpatía por la presentadora de Canal 26 que, conmovida por la primicia que sus colegas acababan de entregarle, informó al público de la muerte de William Shakespeare, un hombre que a su juicio había sido “uno de los más importantes escritores, para mí el referente de la lengua inglesa”. Demás está decir que no se trataba de la muerte del autor de Hamlet, Romeo y Julieta, Otelo, Macbeth, La tempestad y muchos otras piezas teatrales renombradas, además de Los sonetos, sino de la de un homónimo que había sido el primer varón en ser vacunado contra el Covid-19. El Shakespeare al que aludía la presentadora televisiva era un hombre muy respetable pero, que se sepa, en el transcurso de su vida no aportó nada a la cultura universal.

Desgraciadamente para la joven, el programa que le daría un momento de fama internacional salía directamente al aire, de suerte que no pudo hacer nada para borrarlo a tiempo para impedir que le cayera encima un alud de chistes poco amistosos.

Aun cuando le aguarde una carrera brillante en el mundillo mediático, nunca le será dado dejar atrás lo que para millones fue una metida de pata antológica que motivó risas en buena parte del planeta.

Siempre será la mujer que, como algunos dicen con malicia jocosa, “mató a William Shakespeare.”

Ahora bien, aunque han pasado más de cuatro siglos desde que abandonó este despojo mortal el gran dramaturgo y poeta que según un admirador, el crítico estadounidense Harold Bloom, “inventó lo humano”, es comprensible que la presentadora lo haya tomado por un contemporáneo.

Después de todo, se habrá acostumbrado desde la más tierna niñez a ver su nombre impreso en docenas de carteleras teatrales, apareciendo brevemente en la pantalla de su televisión y en las tapas de muchos libros. Estaba -está- en todas partes. Tal vez ha asistido a reuniones de actores y productores en que se hablaba de la “actualidad” de Shakespeare, un tema recurrente. Es que, como otros que tienen asegurado un lugar en la imaginación de una proporción sustancial de quienes conforman el género humano, Shakespeare es para muchos una persona más viva de lo que son millones de seres de carne y hueso que disfrutan de muy buena salud sin por eso llamar la atención ajena.

Creer que hay muertos que, sin ser fantasmas, no nos han dejado por completo puede ser una ilusión, pero es una que todos comparten, en especial aquellos que creen que las obras literarias consisten en algo más que una serie interminable de letras.

Con la eventual excepción de algunos que nunca recibieron una educación formal pero que así y todo se pusieron a devorar libros, quienes leen a poetas que murieron hace siglos o milenios saben perfectamente bien que se han ido para siempre.

Sin embargo, aunque entienden que las conversaciones que celebran en su cabeza con ellos son meramente virtuales, pequeñas obras de ficción de su propia cosecha, les es difícil resistirse a la tentación de intentar comunicarse con ellos. Es que los autores que les importan parecen más reales que la mayoría abrumadora de las personas que no conocen.

La relación del hombre moderno con sus antepasados propende a ser distante, cuando no es francamente despectiva, como es en el caso de aquellos “progresistas” que, para subrayar su propia superioridad moral, les imputan un sinnúmero de pecados imperdonables.

Al difundirse la convicción de que lo único que importa es el presente, se rompió el pacto tradicional entre las generaciones conforme al cual era deber de los mayores inculcar sus valores en quienes los sucederían y de éstos de prepararse para continuar la obra común.

Un resultado es que hay cada vez más hombres y mujeres que saben muy poco del acervo cultural de su propio país o del mundo del cual es parte. Todo les parece confuso. Entienden que Shakespeare era un gran escritor, lo que es algo, pero no tienen la menor idea acerca de los tiempos en que vivía o, es más que probable, de lo que sucedió en la edad de oro española o el renacimiento italiano.

Aunque es notorio el deterioro del sistema educativo argentino, no es el único cuyas deficiencias preocupan a quienes temen por el futuro de la civilización occidental. En Estados Unidos, un porcentaje muy alto de jóvenes ignora datos fundamentales de la historia de su país; cree que Beethoven era un perro de película y es incapaz de ubicar países como Francia, Alemania y el Reino Unido en un mapa.

Por cierto, no extrañaría que la presentadora de Canal 26 encontrara émulos en el resto del mundo que, como ella, darían por descontado que el Shakespeare de que tantos hablaban era un jubilado vacunado que murió hace poco en la Inglaterra de Boris Johnson.


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