Las evaluadoras de riesgos
TOMÁS BUCH (*)
En estos tiempos de crisis se escucha frecuentemente que, por ejemplo, Standard & Poor’s bajó la calificación de un país o de un sector de su economía. Estas mediciones generan reacciones en los mercados, ya que una baja calificación de riesgo disminuye la confianza y agrava la situación, generando una realimentación positiva. Pero, ¿de qué se trata? En principio, una evaluadora o calificadora de riesgo es una empresa independiente, formada por especialistas en analizar las probabilidades de repago o solidez de una inversión o de un emprendimiento, o de la economía de todo un país. Hay numerosas empresas de este tipo, pero en realidad casi todo el mercado está tomado por tres radicadas en Nueva York: Standard and Poor’s, Moody’s Inversor Service y Fitch Ratings, Inc. Esto constituye un oligopolio que tampoco está libre de críticas, aparte del hecho de que las evaluadoras carecen de toda responsabilidad legal sobre las consecuencias de sus desaciertos. El interesado contrata los servicios de una de estas evaluadoras para conocer los pronósticos de las inversiones que está considerando realizar. La compañía tiene una serie de categorías, que reúnen información sobre tasas de ganancias versus la seguridad de la inversión y probabilidad de repago. Cuando la inversión en cuestión es de bonos de cierto país, la evaluación constituye, en efecto, una opinión sobre la solidez de la economía de ese Estado. La misma se expresa mediante códigos y la mejor nota es AAA. La más baja, la D, significa bonos basura o empresas al borde de la quiebra. Que a su vez se pueden comprar por centavos, que pueden ser su valor real, o no. Véase el tema de los buitres, que comen carroña, calificada como tal por las evaluadoras de riesgo. Éstas son empresas especializadas y, en teoría, totalmente independientes y desinteresadas. En la realidad, pensar que lo son es sumamente ingenuo, dada la omnipotencia y oscura interconexión de todos los sistemas financieros. Pocas veces se las acusa de estar interesadas directamente o indirectamente en sus propios diagnósticos, pero llama mucho la atención que, por ejemplo, en los últimos años hayan concentrado la atención sobre varias predicciones escandalosamente erradas; particularmente, ninguna de ellas previó la crisis financiera de Estados Unidos del 2007, que se agravó en el 2008, se trasladó luego a Europa y acaba de conducir a una virtual cesación de pagos de los mismos Estados Unidos. Unos pocos días antes de la quiebra de la gigantesca petrolera Enron, en EE. UU. nadie dio signos de alerta; a pesar de que las evaluadoras no pueden haber sido ajenas a la situación de la empresa, le dieron la calificación de máxima confiabilidad. Si lo estaban, se trata de un fraude. Si no, anuncian su ineptitud. Son los inventores del famoso “riesgo país” que nos tuvo sobre ascuas en los días previos al derrumbe del 2001, aunque aquella vez tuvieron razón pero jamás se sabrá en qué medida sus opiniones contribuyeron a la debacle. También ha habido denuncias de que alguna de las evaluadoras ha chantajeado directamente a clientes reales o posibles con la amenaza de bajar su calificación. Y lo han hecho: una empresa no quiso contratar los servicios de una de las “grandes” y ésta empezó a emitir, de todos modos, evaluaciones cada vez menos favorables, hasta que la firma estuvo a punto de quebrar y perdió cientos de millones de dólares. No es de extrañar, entonces, que el gobierno argentino, hace un par de meses, haya emitido un decreto prohibiendo a las aseguradoras de riesgos operar sobre las políticas soberanas y admitiendo para esa tarea a las universidades nacionales que lo deseen, bajo el control de la CNV. No está claro, sin embargo, que las evaluadoras (cuyo prestigio está en duda, pero cuyas opiniones son miradas y tenidas en cuenta) no sigan emitiendo opiniones, afectando directamente y en forma fraudulenta las finanzas del país, y manipulando los intereses a pagar, sin que se pueda estar seguro de que la evaluadora no comparta directores con los acreedores financieros e intereses con éstos. La desconfianza creciente en las evaluadoras –todas estadounidenses, por lo menos, las tres “que cuentan”– se manifiesta en el deseo de los alemanes de crear una evaluadora europea, ya que las tres grandes están interesadas en pronosticar éxitos anglosajones y mostrar las inversiones en Europa bajo una luz menos favorable. Esto demuestra la falta de confianza de los europeos y la sospecha acerca de la verdadera imparcialidad de las evaluadoras, cuyo prestigio, casi inatacable hasta las recientes crisis económicas, está cada vez más fuertemente cuestionado aunque su capacidad de dañar a sus investigados no ha disminuido, porque mucha gente aún les cree. El mismo FMI ha acusado a las evaluadoras de contribuir a la inestabilidad reinante en la actualidad en todos los mercados financieros. En la práctica, se trata de algo que se parece bastante a ser los últimos jueces de la vida y la muerte de miles de empresas, docenas de países y millones de seres humanos. Si el dinero es Dios, las evaluadoras de riesgo son su ángel de la muerte. (*) Físico y químico
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