Lecturas: ”El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes”

Este libro es una joya llegada desde Moldavia. Y aunque el tema es duro y está lleno de pasajes de dolor, y resentimiento, esta es la historia de los meses en los que madre e hijo lograron bajar las armas, reconciliarse y perdonarse.

Lo mejor de las redes de lectores, de las relaciones cara con el librero, es la posibilidad de llegar adonde jamás imaginamos que podríamos haber llegado. Tatiana Tîbuleac es el nombre de ese destino al que difícilmente hubiéramos arribado si no fuera por el boca en boca. Y después de eso, es un nombre para recordar, aunque no sepamos bien cómo se pronuncia su apellido moldavo.
El libro se llama “El verano que mi madre tuvo los ojos verdes” y arranca así: “Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. (…) La habría matado con medio pensamiento».
La novela narra la historia de Aleksy, desde su voz, ahora un famoso y desequilibrado artista plástico a quien su psiquiatra le recomienda escribir sobre el último verano que pasó con su madre antes de que ella muriera de cáncer, para solucionar un persistente bloqueo creativo.


Arrastrado por los recuerdos, Aleksy relata una niñez francamente tristísima marcada por la muerte de su hermana; el abandono del padre, que es alcohólico; el desinterés completo de la madre, que se hunde en la depresión y deja de atenderlo; una abuela ciega que intenta hacerse cargo de todo y su internación en un centro psiquiátrico.
Pero un verano, la madre lo va a buscar a ese lugar y le pide que pase con ella las vacaciones. Ese es el verano en que la madre -baja gorda, tonta y fea- tuvo los ojos verdes.
¿Por qué leerla cuando el terma parece tan triste? Porque más allá de ese odio inicial, declarado sin matices por Aleksy, esta es una novela que trata de desandar ese rencor inaugural y reconstruir, aunque sea con algunos parches, la reconciliación, el perdón y el amor.
“Rebobinar ese verano como una cinta y volver al día en que vino -gordita y bajita- a recogerme a la escuela por su cumpleaños. Desodiarla y decirle que tenía unos ojos preciosos antes de que ella me lo preguntara”, escribe el personaje de Aleksy cuando empieza la reconversión.
Y también es recomendable porque de una manera realmente formidable, la escritura se pasea por temas ríspidos sin dejar nunca de tomar prestadas las herramientas del humor, y así, aunque parezca extraño, hace digerible la rabia, la desesperación, el dolor que caracteriza la atormentada existencia de los personajes de la novela.
Tîbuleac nunca cae en sentimentalismos, no mete el dedo en la llaga. La autora logra la extraña amalgama de la acidez y la sensibilidad; crudeza y emotividad; dolor y risa.
Cuando la madre busca a su hijo en el psiquiátrico, entonces, le propone unas vacaciones en un pueblito rural francés. Y allí van esos dos seres, unidos nada más que por lazos sanguíneos a pasar un último verano juntos.
Contada por Alesky, en un lenguaje crudo y poético, la novela avanza sobre la transformación de ese vínculo mientras narra el pasaje de la vida a la muerte: la madre, le confiesa en las primeras páginas, está muriendo de cáncer. “Mi madre parecía una planta de interior sacada al balcón. Yo parecía un criminal lobotomizado. Éramos, al fin, una familia”, escribe él.
Pero a la vez que avanza, el texto también retrocede para comprender ese pasado tortuoso que les cambió vida a ambos, con la muerte de la hermanita de Aleksy, y el abandono del padre.
Como un eslabón entre capítulo y capítulo Tîbuleac suma descripciones casi poéticas de esos ojos que le dan título al libro. Los ojos de mi madre eran un despropósito”, o “Los ojos de mi madre eran mis historias no contadas”, o “los ojos de mi madre eran cicatrices en el rostro del verano”.
El humor, que lo hay, hace que el texto nunca parezca un melodrama (aunque tiene todo para serlo). Incluso cuando la madre, el hijo y todos nosotros sabemos que el final está llegando, hay escenas logradísimas que aunque narran hechos pequeños y de apariencia sencilla, esconden la profundidad de un lazo que ambos han sabido revertir para transformar en perdón y amor.
Hay algo, en el tono, mezcla de acidez con melancolía, que recuerda a otra maravillosa novela de formación, “El guardián en el centeno”, de Salinger. Pero Tîbuleac tiene voz propia, y una voz que recordaremos mucho después de leer este libro.


Datos sobre la autora

Tatiana Tibuleac nació en 1978 en Chisináu, la capital de Moldavia, que se independizó de la Unión Soviética en 1991. Publicó la columna “Historias verdaderas” en Flux, uno de los diarios más importantes en lengua rumana, y trabajó en televisión como una de las periodistas principales del noticiero de la cadena Pro TV. Para escribir necesitó alejarse de su país y se instaló en París, donde vive desde 2008.


El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (2016), recibió varios premios. Este año publicó “ “El jardín de vidrio”, una novela sobre el trauma y la búsqueda de la identidad, que cuestiona la maternidad, el amor y los vínculos


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