Leyenda: la tropilla invisible del señor de las aguas

El calehuche, que se lleva las almas de los muertos al inframundo; el camahueto, el “cuero del agua” o “cuero uñudo”, todas presencias temibles junto a los cursos de agua que alimentan mitos y leyendas.

Meseta de Somuncurá, secretos misteriosos, páramo perdido, escala primordial, azulada latitud, viejos mitos, antiguas leyendas. Un llamado de claves olvidadas al acecho de los tiempos.


El calehuche, que se lleva las almas de los muertos al inframundo; el camahueto, que tiene su origen en las aguas y es el custodio de todas las vertientes y que conforme al estado de su carácter puede atrapar al incauto para llevarlo a las profundidades.

Dueños generalmente vestidos todo de negro y montando un caballo enchapado también de color negro, que a veces irrumpen imprevistamente en los lagos o lagunas que custodian; y que algunos dicen que suelen aparecer en las nacientes del arroyo Valcheta, en el paraje Chipauquil.

En las regiones lacustres el temido “cuero del agua” o “cuero uñudo” que suele estar desplegado en las costas de los lagos y ríos semejando un tronco o un cuero, mimetizados con el paisaje, esperando que algún desprevenido pase sobre él para envolverlo y llevarlo al fondo del cauce para no dejarlo volver nunca jamás.

Las tradiciones orales de nuestra región aseguran que esta rara entidad maléfica suele aparecer en la laguna Curí Co, donde desagua el cristalino y mesetario arroyo Valcheta, en el paraje precisamente conocido como Punta de Agua.

Arroyo Valcheta, otro lugar lleno de leyendas.


Y en plena meseta de Somuncurá está vivo el misterio insondable de las lagunas: la Azul, la Paraguay, la Verde y otras que son como enormes ojos de agua para abrevar en ellas la sed de relatos y aventuras, donde la fantasía se mezcla con la realidad.

Según se cuenta, todas estas lagunas tienen un dueño, un guardián temible que también luce todo vestido de negro y llega acompañado de su tropilla, pero que adquiere una particularidad propia del lugar: jinete y tropilla son invisibles.

Los informantes suelen contar que si el forastero pasa de noche por la cercanía de la laguna Azul, se escucha el ruido propio de muchos caballos que vienen, relinchos, y el sonido de los hocicos sedientos al abrevar en el agua, la voz de mando, la inquietud de los animales; pero todo es vano: no hay nadie, solamente el alboroto de la presencia invisible de la tropilla del Señor de las Aguas.


Por eso hay que propiciarlo y darle la ofrenda apetecida: cigarrillos, bebidas y otros vicios menores para que el “Señor de las Aguas” permita el paso después de esta particular “peaje” para poder continuar el camino.

Ya se sabe, las aguas tienen su dueño y no queda otra alternativa que pedirle permiso para pasar, como también debe hacerse con los cerros y las montañas, por ejemplo el cerro Corona –la máxima altura de Somuncurá-. De esto sabe mucho. Ya también hay que tener mucho coraje como solía decir Bernabé Lucero, el salamanquero del bajo Gualicho.

Los pobladores de nuestra meseta, esos esforzados vecinos de nuestra provincia, saben muchas de estas cosas. Lo han sabido desde siempre por la transmisión oral de su cultura ancestral, visceral, la argamasa de su propia identidad.


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