“Me enseñaron mal”
Cuando era un pequeño niño recibí un mensaje equivocado, aunque no tengo claro cómo o quién me lo transmitió. Este aprendizaje consistía en sentir un gran rechazo a los gatos, lo que provocó de mi parte a futuro una acción agresiva hacia estos inofensivos animalitos. No era sólo yo quien tenía esta actitud, sino también pude comprobar que mucha gente era igual. Actuábamos de un modo depredador, que me llevó a hacerles cosas crueles y sin sentido a estos seres inofensivos y todo por recibir un concepto totalmente equivocado. Creo que los hombres reciben mensajes, se los transmiten a sus hijos a través de generaciones y muchas veces los padres, equivocados, al no haber tenido en su vida contacto, por ejemplo, con los gatos muy probablemente lo que aprendieron mal no lo corrijan y sus hijos continuarán con el error. Pero quienes lo pasan mal son estos pobres seres que en su inocencia no esperan un ataque, y digo inocencia porque cualquier animal no tiene la más mínima defensa ante la inteligencia de un hombre. Lo que muchos padres no les enseñan a sus hijos es que la presencia de los gatos resulta de gran beneficio en nuestro mundo civilizado, porque con su acción cazadora hacia las ratas y lauchas nos evitan muchos dolores de cabeza; incluso, a veces hasta pueden salvarnos las vida, y no exagero porque los roedores tienen un tremendo poder de adaptación en nuestra vida y actividades. Por ejemplo, en los bosques de la cordillera viven muchos ratones, algunos portadores de hantavirus, y si en las viviendas hay algún gato, éste los espanta ya que por el olor no se acercan. De ese modo es menor el riesgo de contraer esa enfermedad. En el Antiguo Egipto eran adorados ya que los utilizaban para proteger los granos almacenados de la invasión de roedores. Este aprendizaje tan erróneo también lo recibí para cazar animales, por suerte me di cuenta de mi error. Lo digo porque hoy disfruto mucho más viendo vivir a cualquier animal que matándolo. Como hace poco, cerca del Neuquén Rugby Club, vi una liebre comiendo pasto y cuando notó mi presencia paró sus orejas y me miró de un modo inocente, regalándome una linda escena. En otra época de mi vida este animalito lo hubiera pasado mal. Quienes cazan debieran pensar en que lo único que quieren los pobres animales, cuando corren desesperadamente, es salvar sus vidas. Y me gustaría preguntarles cómo se sentirían si debieran empezar a correr para salvar su vida mientras les tiran a matar por diversión. Esta reflexión va para los que van de cacería, porque considero que están equivocados como lo estuve yo. Por suerte con el tiempo pude darme cuenta de este pésimo accionar. Horacio C. E. Marcote DNI 11.233.956 – Neuquén
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