Memoria colectiva de las mujeres

Por Mabel Bellucci

La noción de memoria incita una intensa polémica en torno de su sentido. En efecto, la memoria es objeto de controvertidos debates, generándose así una variedad de definiciones sobre ella. Cabría decir entonces que no existen conclusiones únicas y últimas. No obstante, lo significativo es invitar a pensar el problema entre la memoria y la política, o mejor, la política en toda memoria, en todo proceso de construcción de una memoria colectiva. En esta dirección, en el «18 Brumario» Carlos Marx postula a la memoria como un campo de conflicto en estrecha vinculación con la política.

No obstante, se podría abordar una de ellas. Blas De Santos, en su artículo «La técnica: una memoria sin tiempo», entiende a la memoria «como el registro y conservación de la experiencia y también como el recurso en el que las subjetividades colectivas disponen del pasado».

El punto de inflexión en la pugna por los sentidos es en cuanto a que la memoria no es tanto el recuerdo en sí mismo, sino la particular forma del recuerdo.

Antonio Gramsci señala que la memoria es fragmentaria y, por lo tanto, es preciso reconstruirla a partir de un seguimiento cuidadoso que, las más de las veces, ha sido sesgada.

Para el controvertido filósofo Paolo Virno, en su libro «El recuerdo del presente» considera que en estos momentos «la memoria se manifiesta explícitamente con un desocultamiento radical, cada momento tiene algo percibido y algo recordado. La memoria pública del modernariato es como una experiencia donde prevalece la impresión de que el presente carece de dirección y que el futuro está cerrado. La experiencia es la de una detención de la historia, porque el presente toma la forma del recuerdo, la sensación de haberlo vivido».

Frente a la aparición de nuevos sujetos políticos, interesaría pensar la relación entre el pasado de éstos mismos y la producción de prácticas y retóricas emancipadoras. Entre ellos, las mujeres.

La «Historia de Mujeres», impulsada inicialmente por la «Segunda Ola del Feminismo» -o el Women»s Lib- de los años sesenta, abre el camino para la nueva historiografía no sólo por reivindicar la experiencia histórica como objeto de investigación, sino que construye marcos conceptuales diferentes, metodologías renovadoras, búsqueda de nuevas fuentes y también elaboración de instrumentos metodológicos apropiados para el estudio. En efecto, hasta el desarrollo de la nueva historia de las mujeres- en las tres últimas décadas- se disponía escaso conocimiento de la experiencia histórica de estos colectivos genéricos, puesto que los estudios existentes apenas reflejaban su presencia en el acontecer histórico, evidenciando su omisión en dicho proceso. Las historiadoras inglesas, tal como Gerda Lerner, fueron las que levantaron las voces más significativas para replantear las bases conceptuales de la historiografía tradicional. Esta misma fue duramente revocada por las inglesas y, más tarde, por las feministas francesas. Ellas fueron las primeras en introducir el concepto de la diferencia. Esta categoría no sólo permitió repensar la identidad, sino también la alteridad, a los otros. Y como señala Joan Scott, la historia permitió explicar no sólo la variedad de posiciones existentes en torno de las mujeres como, a su vez, las diferentes maneras de concebir la identidad social e individual de las mismas.

Para ampliar el análisis y la comprensión de esta corriente, se formula una nueva categoría: el androcentrismo. Amparo Moreno define a este concepto totalmente renovador, como la adopción de un punto de vista central que se afirma en la dominación, relegando a las márgenes de lo no-significativo o insignificante de lo negado cuanto se considera impertinente para valorar como superior la perspectiva obtenida. Esta forma de sexismo no sería propia de cualquier hombre, sino de aquellos varones que se sitúan en el escenario hegemónico de la vida social y para perpetuar su dominio se imponen sobre otras y otros mediante la coerción, la persuasión y la disuasión. De este modo, se crea un sistema de valores dominantes mediante la imposición de un arquetipo sexista, adulto, racista, heterosexual y clasista y que excluye o incluye a mujeres y varones de acuerdo con ser parte o no del centro hegemónico del poder.

Procesar sus activismos como sus discursos es volverlos capaces de hablar, de transformarlos en relato visible.

Son contados los textos que abordan y dimensionan el protagonismo inflexivo que llevaron a cabo colectivos diversos de mujeres mediante su intervención pública en el proceso de transformación y construcción social y cultural; registrando escasamente las multifacéticas experiencias participativas de estas mujeres mediante sus contiendas por la conquista de derechos de clase, género, étnico, orientación sexual, religioso, entre otros.

Pese a ello, investigadores e investigadoras son receptivos y sensibles en visibilizar a estos conjuntos con una impronta movimientista en su trayectoria y dinámica específica. No obstante, se ha avanzado con lentitud debido al disponer de una ausencia autorrepresentativa por parte de las mujeres en un contexto histórico determinado, pero, especialmente, lo que ocupa un lugar más que destacado es la escasez de fuentes. En consecuencia, el trabajo de la memoria no se agota en la enumeración de los recuerdos y exige una interpretación política y cultural de la historia y, en este caso, de la historia de los diferentes colectivos de mujeres desde una visión no androcéntrica.


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