No sólo dinero

Cuando la corrupción es "normal", ninguna institución ni persona está a salvo de sus efectos deletéreos.

Por ser el Congreso la institución política por antonomasia, es lógico que muchos hayan descontado que los tres ladrones que vaciaron la Tesorería para salir sin problemas llevándose aproximadamente un millón de pesos en efectivo estaban pensando en algo más que el botín, si bien éste fue cuantioso. Por eso, era de prever que muy pronto se difundiera la versión de que los responsables habrían sido empleados de la SIDE que acabaron de encontrar sus nombres en la larga lista de víctimas de la purga ordenada por el titular del organismo, Fernando de Santibañes, hipótesis que el secretario de Seguridad Interior, Enrique Mathov, descartó con cierta indignación pero sin mucha convicción. Pero aunque no se tratara de personajes relacionados con «los servicios», no cabe duda de que los ladrones fueron ayudados por individuos que estaban en condiciones de saber cuánto dinero habría en la Tesorería del Congreso y la mejor forma de eludir los dispositivos de seguridad existentes.

Dicho de otra manera, sería realmente asombroso que todos los culpables de este robo digno de una película imaginativa resultaran ser personas ajenas ya al Congreso, ya a los organismos que están encargados de luchar contra el crimen, pero mientras que en algunas sociedades la presencia de delincuentes en entidades que presuntamente simbolizan la honestidad ocasionaría extrañeza y sería atribuida a causas muy especiales, en la nuestra éste dista de ser el caso. Por el contrario, estamos tan acostumbrados a que policías suplementen sus ingresos cometiendo crímenes o participando de negocios propios de los bajos fondos o a que militantes políticos e incluso jueces actúen de la misma forma, que el problema principal frente a los investigadores consiste en que son demasiados los sospechosos en potencia. Por equivocada que resultara la teoría de que el robo fue obra de espías despechados, nadie podría afirmar que sea totalmente descabellada. Tampoco lo es la tesis de quienes están pesando en la posibilidad de que los delincuentes perpetraran el robo con la intención no sólo de alzarse con mucho dinero sino también de encubrir una irregularidad contable originada en una necesidad «política»: después de todo, ni el Congreso ni los partidos son célebres por su apego a la transparencia financiera.

Dadas las circunstancias, esta situación signada por la sospecha generalizada es natural en un país que según todos los expertos en la materia está entre los más corruptos en el mundo. Cuando la corrupción es «normal», ninguna institución ni persona está a salvo de sus efectos deletéreos. Entre los más afectados está la Policía: de darse motivos para sospechar que un delito podría involucrar a personajes poderosos, los responsables de investigarlo suelen hacer gala de un grado de torpeza tan exagerado que parecen estar más interesados en eliminar las eventuales pistas que en aprovecharlas. Tal reacción es instintiva. Por ejemplo, luego de producirse el asesinato del periodista José Luis Cabezas, la policía de General Madariaga se las arregló para pisotear el escenario del crimen, borrando evidencias que pudieron haber facilitado la tarea de los investigadores. No fue acusada de hacerlo adrede: si un asunto le parece «pesado», siempre trabaja de tal manera.

Así, pues, la ciudadanía seguirá la investigación del robo en el Congreso prestando atención no sólo al rumbo que tome sino también al desempeño de los investigadores mismos. Si éstos brindan la impresión de estar cometiendo muchos errores, la gente concluirá, con razón o sin ella, que se deberá a que han preferido trabajar con muchísima cautela por miedo a lo que podrían descubrir. Que la mayoría sienta tanta desconfianza es lamentable, huelga decirlo, pero no puede decirse que sea irracional. Tanto más grave sea el crimen, menor es la esperanza de que las autoridades logren detener a los responsables, y si bien el asalto al Congreso no puede incluirse en la nómina de los delitos más espectaculares de los tiempos últimos, por lo que representa la institución una pesquisa exitosa tendría repercusiones políticas que para algunos serían dolorosas.


Por ser el Congreso la institución política por antonomasia, es lógico que muchos hayan descontado que los tres ladrones que vaciaron la Tesorería para salir sin problemas llevándose aproximadamente un millón de pesos en efectivo estaban pensando en algo más que el botín, si bien éste fue cuantioso. Por eso, era de prever que muy pronto se difundiera la versión de que los responsables habrían sido empleados de la SIDE que acabaron de encontrar sus nombres en la larga lista de víctimas de la purga ordenada por el titular del organismo, Fernando de Santibañes, hipótesis que el secretario de Seguridad Interior, Enrique Mathov, descartó con cierta indignación pero sin mucha convicción. Pero aunque no se tratara de personajes relacionados con "los servicios", no cabe duda de que los ladrones fueron ayudados por individuos que estaban en condiciones de saber cuánto dinero habría en la Tesorería del Congreso y la mejor forma de eludir los dispositivos de seguridad existentes.

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