Nuevos enfoques para entender la Guerra de Malvinas

Desde hace unos años, como quedó en evidencia en esta Feria del Libro, destacados investigadores argentinos y británicos han publicado importantes análisis sobre el conflicto, que abordan con nuevas fuentes temas olvidados o aún considerados tabú.

Avanzado junio del 82, un almirante le reclama a Londres que apure la toma de Puerto Argentino. Razón: de las dos docenas de buques de combate que trajo al Atlántico Sur solo le quedan tres en pleno rendimiento. “En términos generales la victoria británica deberá ser considerada como algo muy cercano a la derrota”, reflexiona el libro de Woodward Seductor. Estimulante estiba de ironías, humor, irritaciones, sufrimientos. Y fundamentalmente, decisiones.

En el mismo rango se ubica “No Picnic”, del general Julian Thompson. Transformado hoy en riguroso historiador militar, fue comandante de la Tercera Brigada de Infantería de Marina, más de 3.500 hombres que tuvieron a su cargo el desembarco británico en las islas a finales de mayo del 82. “No Pinic” refleja con rigor un convencimiento de Thompson tras semanas de combate: Malvinas no fue un día en familia con té y escones. Fuente imprescindible para todo investigador de aquella guerra, con los años y a la luz de nuevas fuentes y reflexión, Thompson parece reformular en parte su visión de aquella contienda, fundamentalmente sobre el Ejército argentino. Esto se desprende de su reciente prólogo para el libro “Nueve batallas en Malvinas”, de Nick Van Der Bijl. Allí dice:

A) “Luego de la guerra, alguien en mi brigada describió al Ejército argentino como “pigmeos militares”. Probablemente resulte justo: estuvieron a la par del ejército italiano en su mejor momento en la II Guerra Mundial. Esto no fue, por supuesto, culpa de los soldados ni nada que ver con ser argentinos enfrentando a los británicos. Esto fue porque no estaban preparados ni motivados adecuadamente. La culpa por esas deficiencias deben colocarse en los oficiales superiores, todo el camino hacia arriba en su ejército”.

B) “Los argentinos también resultaron militarmente inocentes, nuevamente todo hacia arriba. Sus oficiales y tropas escribían y cantaban canciones militares y nacionalistas y expresaban sentimientos que podrían haber sido recibidos con burla por cualquier soldado o marine británico digno. Esto tampoco era culpa de los argentinos. El reproche nuevamente se dirige a los oficiales superiores, como el que alardeó de que estaría orgulloso si su hijo moría combatiendo. Fracasaron en preparar a sus tropas, tal vez porque no tenían la memoria nacional de la guerra y lo que ella implica, y ciertamente sin experiencia práctica. Se enfrentaban a soldados y marines cuyos padres, abuelos y bisabuelos habían combatido en dos guerras mundiales y cuyo ejército había estado combatiendo sin parar desde 1945.

• Por el lado argentino, sigue siendo “No vencidos” el trabajo de mayor trascendencia dada la calidad de reflexión y el rigor de autocrítica. Esto último parece haber gravitado para que la Armada Argentina evitara hasta hoy nuevas ediciones del trabajo. Escrito por dos oficiales retirados -almirante Mayorga y capitán de navío Errecarreborde-, el libro expresa duros cuestionamientos a la relación interfuerzas durante la lucha. Una cuestión que, como afectó la coordinación de las operaciones en común, da mucho para explorar.

• Y hace 4 años se publicó “1982. Los documentos secretos de la Guerra de Malvinas-Falklands y el derrumbe del proceso”. Escrito por el talentoso periodista Juan Bautista Yofre, con estilo abierto y fundado en una agenda de fuentes y contactos muy generosos para con el autor, el trabajo es un pívot fundamental para desmalezar las tramas político-militares que llevaron a la guerra del Atlántico Sur. Con pluma ágil, Yofre desnuda -entre otros aspectos- comportamientos que hasta aquellos días parecieron imposibles de asumir por hombres -por caso- de la política.

• Aunque en Gran Bretaña y Argentina abundan libros con rigor sobre Malvinas, es cierto que la producción nacional suele estar lastimada por el sesgo que a reflexiones y juicios le imponen cierto nacionalismo insustancial. Posturas épicas, conclusiones ligeras que magnifican conductas y que lastiman la verdad de lo sucedido.

Pero si todo esto pertenece a lo más veterano de lo publicado sobre la Guerra del Atlántico Sur, ¿qué es lo nuevo en esta materia?

La liberación de documentos de Gran Bretaña y la necesidad de hablar de los protagonistas argentinos alimentan la investigación.

Es mucho e interesante.

La liberación de documentos de Gran Bretaña y la necesidad de hablar de muchos protagonistas argentinos involucrados en aquel complejo acontecimiento alimentan la investigación de la historia de ambos países.

Uno de esos trabajos es “Nueve batallas en Malvinas”, de Nick Van Der Bijl, británico. Se centra en las operaciones terrestres. Minucioso, detallista en seguir los trámites de los enfrentamientos, el libro es definidamente sustancioso al desmenuzar la natural diferencia entre la formación de las fuerzas argentina y británica. Aborda incluso temas referentes a la “brecha militar, de clase, cultural y filosófica existente -al menos al momento de Malvinas-, entre los oficiales argentinos” y el resto de los rangos. El de Van Der Bijl es un libro que -al menos en parte- ataca consideraciones que hacen a la sociología militar y lo estrictamente operativo.

En abril del 82, Southby-Tailyour dedicaba la mayor partes de sus días a navegar a vela por las muy recortadas costas del archipiélago británico. Pero recibió un llamado del alto mando naval inglés. Requerían sus servicios, aún retirado, con el grado de mayor del ejército de su país. Había pasado dos años en Malvinas, tiempo en que fue y volvió y escudriñó mares y costas de las islas. Ahora, ante la recuperación argentina del archipiélago, el mando inglés requería de sus conocimientos.

El oficial se cuadró, pero reclamó una compensación: “Quiero estar en la flota que va al Atlántico Sur”. Estuvo y peleó. Ahora acaba de publicar un libro muy sólido: “Objetivo Exocet. Operaciones secretas británicas en el continente durante la Guerra de Malvinas”. La investigación se centra en la desesperación británica para sacar de juego a los Super Etendart que, basados en la Patagonia y operando misiles Exocet, hundieron a la fragata “Sheffield” y al transporte “Conveyor”. Aún cuando Londres sabía que Argentina ya había consumido dos de los seis misiles franceses que tenía, pensó en liquidar, incluso mediante ataques comando a las bases argentinas, esos aviones y pilotos. Un tema en que, señala el libro, colaboraron con informaciones las fuerzas armadas chilenas.

Finalmente, cabe mencionar “Lo que no se sabe de Malvinas” del coronel argentino Esteban Alberto Solís, veterano de guerra y un hombre de carácter duro. Es el testimonio de un protagonismo directo de los hechos. Alguien a quien la derrota no sorprendió. (Ver recuadro)

Y está, tardíamente publicado en Argentina, “La gesta Argentina por las Malvinas”, del inglés Martín Middlebrook, que gozó de la generosidad de fuentes militares argentinas. Quizá el paso del tiempo entre su publicación en Inglaterra y en Argentina afecte algunos tramos de la investigación, a la luz de las nuevas fuentes. Pero el de Middlebrook es, aún así, un buen encuadre sobre la naturaleza de los ejércitos enfrascados en la lucha terrestre en el archipiélago.

Parafraseando a Jorge Luis Borges, una islas caras a los cartógrafos…


Seineldín y el rosario

Se fomentaba (NdR: en la formación de las Fuerzas Armadas Argentinas) la fe en un país rico en catolicismo romano y a cada soldado se le entregaba un pequeño paquete, que incluía un rosario y una oración atribuida a San Francisco de Asís. Mientras que el padre del “II de Paracaidistas” (batallón británico), David Cooper, se hizo un nombre como padre combatiente y tirador, los sermones del padre Piccinalli dedicados a las fuerzas argentinas en Malvinas, a la Virgen de Rosario y la Virgen de Luján ayudaban a persuadir al soldado argentino de la justificación religiosa e histórica de la guerra. Y en las horas finales antes de la rendición, el padre Fernández ayudó a a convencer a los soldados derrotados del Regimiento de Infantería 7, para contraatacar. Algunos veteranos creen que la Base Militar Malvinas se mantuvo abierta a lo largo de la campaña, no en razón de la incapacidad británica de cerrarla, sino porque Mohamed Alí Seineldín (*) había enterrado su rosario al costado de la pista. Durante la fase de repatriación, un grupo de conscriptos pidió llevar de regreso a Argentina una figura de la Virgen María de tres pies de altura. Tras un rápido registro en busca de contrabando, se otorgó el permiso”.

(Nick Van Der Bijl en “Nueve batallas en Malvinas”, editado por Alejandro José Amendolara Bourdette, Bs. As., página 67)

La unidad quedó a cargo de la defensa del aeropuerto de Puerto Argentino. En soledad, soportó los bombardeos nocturnos de la flota británica, que semanas tras semanas lo único que lograban era destartalar los nervios de las fuerzas argentinas. Solo una sección del 25, a cargo del teniente Esteban, entró en combate directo con fueras británicas.

Fue durante la mañana que los ingleses desembarcaron en San Carlos. La profesionalidad de Esteban y sus hombres es elogiada por el grueso de la bibliografía inglesa referida a Malvinas.

Esteban logró derribar tres helicópteros enemigos y replegó pie a lo largo demás de 40 km a toda su sección rumbo a Prado del Ganso, donde volvería a combatir en la batalla terrestre más dura de esa contienda y que lleva ese nombre.

En cuanto a Seineldín, puede acotarse que lideró las últimas dos chirinadas protagonizadas por los denominados Carapintadas. El 1 diciembre del 90, estando detenido en San Martín de los Andes, comandó el último de esos episodios.

Tuvo como epicentro unidades del ejército con asiento en Capital Federal y provincia de Buenos Aires.

El entonces presidente Carlos Menem ordenó el aplastamiento del movimiento, cosa de la que se encargó el general Martín Balza. Al atardecer de aquel caluroso día, 26 muertos era el resultado de la locura carapintada. Entre ellos, más de una docena de civiles que viajando en un colectivo de la línea 60 fueron atropellados por un tanque insurrecto en la panamericana.

Al mando de esos blindados se encontraba el coronel Romero Mundani, que ante el cariz que tomaban los hechos se suicidó.

El día 2, irritado por lo sucedido, el teniente coronel Aldo Rico, que no había participado de la chirinada, reaccionaba con irritación en una entrevista realizada por Bernado Neustadt.

“¡Que Seineldín ni Seineldín… a Seineldín lo invitamos nosotros en Malvinas… Y ahora, nos tira encima a nosotros (los carapintadas) más de 500 familias de los familiares que él comandó ahora!

(*) Coronel jefe del 25 regimiento de infantería. Nacionalista extremo dotado de fuertes dosis de misticismo en materia religiosa. Muy a pesar de una leyenda muy extendida y nada fundamentada, su unidad no combatió en Malvinas, a la que había llegado en la primera semana de abril de 1982.


La mirada del “Chino” Solís, un mando con mucho poder

• Maquiavelo aconsejaba a los príncipes a recurrir a la guerra para desviar la atención del pueblo. Deseo pensar que la Junta Militar (NdeR: la que, liderada por Fortunato Galtieri, decidió recuperar Malvinas) no tuvo ese propósito político.

• Se confundió un objetivo circunstancial de política interna (la necesidad de revitalizar el Proceso de Reorganización Nacional con un gesto de “legítima reivindicación histórica”. La guerra de Malvinas no fue debidamente preparada, no hubo previsiones adecuadas, lo que trajo aparejada la improvisación, debido a una decisión basada en supuestos erróneos y, lo que es peor, no enmendadas”.

• “Es un desatino de la conducción política y militar argentina acusar al enemigo por la magnitud de fuerzas enviadas al Atlántico Sur. ¿Desconocíamos que las fuerzas se organizan en función de los objetivos, los teatros de operaciones y las fuerzas a derrotar? No se puede marginar del planeamiento para darle mayor importancia al secreto de la operación, al ministro de Defensa, al secretario de Inteligencia del Estado (NdR: la SIDE de entonces), al secretario de Información Pública y al ministro de Economía (en 1982, Roberto Alemann). Es un procedimiento incalificable”.

• Los falsos supuestos, primero, y luego no cambiar las estrategias al definirse, a fines de abril, la magnitud real del enemigo. Estos son los verdaderos motivos del desastre ocurrido. La guerra es un hecho político que no admite análisis subjetivos ni cargas emocionales, sobre todo en planos superiores de la conducción”.

• “Cuando las situaciones militares mudan radicalmente y objetivamente, hay que adoptar las resoluciones más adecuadas a las nuevas circunstancias. En este sentido, los sucesos vividos en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS) no son cargos que el país debe reclamar a sus Fuerzas Armadas. Sí a sus conductores del más alto nivel político-militar porque ellos son los responsables”.

• “El 10 de abril desde el balcón de la Casa Rosada, el general Galtieri, presionado por el pueblo eufórico, exclamó: ‘Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla. Y vamos a estar dispuestos a escarmentar a quien se atreva tocar un metro cuadrado del territorio argentino’. Estas palabras son el principio del fin. Aquí se desmorona el Plan del Comité Militar de ‘ir, tocar y volver’. Cambia de signo la historia del conflicto. Cuando las previsiones eran la intervención de los Cascos Azules para que ocuparan las islas y no restituirlas a los británicos, obliga a hacer una remodelación total que no se tuvo el plan original. Ahora había que planear en serio y con las improvisaciones del caso, con el potencial humano existente en las FF. AA., las armas y la logística, después haber sufrido un embargo por el gobierno de EE. UU.”.

Estas son algunas del las conclusiones del coronel veterano de la Guerra de Malvinas, Esteban Alberto Solís, en su libro “Lo que no se sabe de Malvinas” editado por Alejandro Nicolás Urricarriet (Bs. As., 2018, pág. 146).

Solís, hoy retirado y apodado “El Chino”, fue un mando con mucho poder en la Guerra de Malvinas. Estuvo a cargo del manejo de las relaciones entre el poder militar y la civilidad tanto en la Patagonia como en el archipiélago. En el libro “Nueve batallas en Malvinas”, de Nick Van Der Bijl, se señala que uno de los bandos emitidos por Solís el 2 de abril para conocimiento de los ciudadanos de Malvinas lo confinaba “a sus casas hasta nuevo aviso, con la amenaza de arresto si eran apresados fuera. Se ordenaba cerrar las escuelas, bancos, pubs y clubs; nuevas instrucciones serían emitidas por radio. Cualquiera que tuviera un problema debía colgar un trapo blanco en la ventana, algo que la población encontró aberrante dado que implicaba rendición”.


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