La vocación por el desastre

PANORAMA POLÍTICO NACIONAL

Alberto Fernández se ha mostrado en estos dos años de gobierno como un presidente dubitativo, muy poco propenso a tomar el toro por las astas y siempre listo para dilatar todo o para buscar acomodarse a la sombra de su interna primero y de la ciudadanía después. Él mismo suele decir que es víctima de una cadena de infortunios que lo persigue y pone como ejemplos a la pandemia y a la deuda como los dos factores externos más graves que han jaqueado su gestión.


Sin embargo, el Presidente no ignora que existen un par de elementos que lo han condicionado siempre desde el interior del Frente de Todos: la personalidad arrolladora de Cristina Fernández y la parcelación de su gobierno en áreas.

Quizás su deseo de ir por la reelección y el pedido de internas le han servido en estos días para sacar algo la cabeza del agua, pero aún su capacidad para tomar la iniciativa está en una zona muy gris. Lo cierto es que las encuestas de imagen lo tienen ubicado en el umbral más bajo y son los mercados quienes señalan el deterioro (dólar a $220, brecha de 110% y riesgo-país en 1915 puntos básicos).


Los últimos días han puesto en evidencia una vez más esos dos clavos que lo dejan casi siempre al borde del desastre, ya sea desde una marcha contra la Corte Suprema o la burla que promueve que el Presidente no pueda echar a una funcionaria de La Cámpora. Más decisiva aún es la negociación con el FMI, estrategia que Cristina condicionó en una carta mientras se realizaban gestiones en el exterior, todo un minué de idas y vueltas asociado a un eventual acuerdo que lo tiene a Fernández caminando por la cuerda floja internacional. En cada uno de esos tropiezos presidenciales han estado por detrás la vice y hasta la vuelta parcial del Fútbol para Todos se comandó desde el Instituto Patria.


El Presidente no ignora que un par de elementos lo condicionan desde el interior del FdT: la personalidad arrolladora de Cristina y la parcelación de su gobierno en áreas.



Un elemento que es ya marca registrada del actual gobierno es la pasión por prolongar todo y en ese aspecto la negociación que se estira con el FMI le mete demasiado ruido al momento y prolonga la agonía de quienes desean que la crisis termine de una vez. La emergencia de la deuda griega, que duró casi 10 años, bien podría ser un ejemplo al respecto si se miran sus actuales números. Grecia sufrió pero comenzó a crecer, hasta que hoy se ha reinsertado en Europa con cifras muy promisorias y sin inflación.


En relación al Fondo, cada día aparece un nuevo argumento para frenar la cosa. Suele decirse por ejemplo que no hay plan económico para presentarle al organismo, pero en realidad Martín Guzmán sí lo tiene y todo el mundo sabe que técnicamente sus premisas no se ajustan a la consistencia que pide el organismo. Si bien las proyecciones de Economía presentan un sendero de lenta convergencia fiscal, lo que el Fondo pide es que la Argentina cambie sus fundamentos, ya que son las mismas técnicas que trajo al país hasta acá: emisión permanente, consumo exacerbado, tipo de cambio y tarifas atrasadas (germen de los cortes de luz), presión impositiva desmedida, inflación desbordada, preeminencia del Estado sobre el sector privado, etc. Salvo en el caso de la inflación, que está haciendo su malvado trabajo de licuar salarios y jubilaciones, para el Gobierno sacrificar todo lo demás sería encarar el “ajuste” tan temido.


La pasión por prolongar todo es marca registrada de este gobierno. La negociación que se estira con el FMI le mete demasiado ruido al momento.



En este continuo juego de disimulo y aplazamientos, Cristina no se responsabiliza de sus déficits cuando fue Presidenta, suma al endeudamiento sólo la “pandemia macrista” y mete sus consabidas púas para dejar la puerta abierta a un “no me miren a mí” si las cosas resultan mal con el FMI. Los sentimientos sobre el parecer de la gran decisora del FdeT son también los que se reflejan en el precio de los bonos y en el empinamiento del dólar.


Por eso, si el Presidente se preguntara por qué su imagen es tan negativa para la opinión pública no debería creer en la mala suerte que esgrime, sino que tendrá que suponer que es porque la ciudadanía no sólo no lo considera capaz de timonear el barco, sino porque no convalida más las promesas incumplidas, sus dilaciones y las sucesivas vueltas atrás. Lisa y llanamente, no le cree.


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