Lugares del arte en la formación docente

Compartimos la necesidad de recuperar el tiempo del arte. Ese tiempo que no compite desenfrenadamente por la aceleración, sino que busca la contemplación.

Situarnos en el campo de lo estético-expresivo requiere, de manera obligada, una inmersión en el mundo de lo sensible, de la emoción; un movimiento permanente entre percepción y pensamiento. Conceptos tan nobles como belleza, arte, cultura, juego, estética o gusto conforman gran parte de un escenario que a veces resulta resbaladizo y que en la vida escolar aún no logra consolidarse.

En un breve recorrido histórico por los enfoques que desde el siglo pasado han sostenido la inclusión del arte en el currículo escolar encontramos inicialmente miradas que enfatizan la enseñanza de técnicas, procedimientos y destrezas propias de las disciplinas artísticas tradicionales. Más adelante, aparece la necesidad de otorgar un lugar de preferencia a la expresión, se abandonan por un instante los modelos clásicos para alentar la espontaneidad en la creación individual. Luego, emerge con fuerza el componente lúdico, fundado en el reconocido parentesco entre el arte y el juego. Siguiendo el recorrido, las posturas que destacan la función social del arte y su anclaje en la cultura toman la delantera y se comienza a pensar en un «alfabetismo estético», en el arte como lenguaje o sistema de códigos que crea formas complejas de comunicación. Un poco más acá, en las últimas décadas del siglo XX, los aportes de la Gestalt y la psicología cognitiva contribuyen a conformar una sólida estructura, que integra los elementos más valiosos heredados de estas perspectivas.

Al finalizar este camino, quedan ubicados en un lugar de privilegio referentes teóricos que, sin duda, realizaron aportes sustanciales a la comprensión del arte como experiencia educativa. Desde allí, John Dewey plantea que el arte no es sólo producción, sino una forma de conocimiento que surge de la interacción entre el individuo y su entorno. Viktor Lowenfeld destaca la importancia de la expresión libre en el desarrollo infantil. Por su parte, Elliot Eisner sostiene que el arte desarrolla formas de pensamiento únicas y necesarias para la formación integral del individuo. Desde una perspectiva más contemporánea, Howard Gardner con su teoría de las inteligencias múltiples, suma otra perspectiva a un análisis que, en este siglo, se nutre con renovados marcos conceptuales.

Situarnos en el campo de lo estético-expresivo dentro de los institutos de formación docente de la provincia de Río Negro requiere hoy una revisión de lo que consideramos prioritario en términos de saberes o contenidos, de cara a la actualización de los diseños curriculares prevista para este año. En ese sentido, la Ley de Educación Nacional de 2006 y el Anexo de la Resolución 111/10 del Consejo Federal de Educación se configuran como un punto de partida válido y vigente. Este último documento plantea con claridad los desafíos de la educación artística en el contexto contemporáneo, resaltando los aspectos sociales, éticos, políticos y económicos presentes en las producciones estéticas.

Compartimos con nuestros estudiantes del nivel superior –y con gran parte de la sociedad– la realidad de un ecosistema altamente estetizado, donde la necesidad de estandarización del mercado impone sus límites al mundo, recorta y formatea las experiencias, al tiempo que esparce modas y estereotipos por cada rincón, donde la atención pueda ser capturada. Sabemos también que las batallas por los sentidos se libran en territorios multimodales. Allí, las nuevas textualidades apenas dejan traslucir algunos elementos de los lenguajes artísticos tradicionales. En este contexto, colmado de asimetrías y desigualdades, el ejercicio del pensamiento crítico en todos los campos del conocimiento, dentro y fuera de las aulas, se torna una tarea necesaria e ineludible.

Situarnos hoy aquí requiere animarse a un acto de resistencia colectiva. Al menos, quienes compartimos la necesidad de recuperar el tiempo del arte. Ese tiempo que no compite desenfrenadamente por la aceleración, sino que busca la contemplación, alejada de toda experiencia multitasking. Requiere animarse a disminuir la intensidad de luces que encandilan e impiden distinguir los infinitos matices del entorno, para redescubrir la belleza en la diversidad. Tal vez, también, animarnos al silencio para escuchar las voces de nuestros referentes del arte y la cultura; esos “especialistas sin academia” que, en el territorio, comparten su experiencia y desvelos, al tiempo que custodian la memoria que sostiene a la comunidad.

Recuperar el espíritu vanguardista que, a comienzos del siglo XX, mostró la potencia de un arte que se revela, incomoda, interpela y construye nuevos sentidos tal vez sea una alternativa válida, una clave para reabrir las puertas a un debate que nos permita una vez más, definir las prioridades y lugares del arte en la formación docente.

* Docente del área estético expresiva del IFDC Fiske Menuko


Situarnos en el campo de lo estético-expresivo requiere, de manera obligada, una inmersión en el mundo de lo sensible, de la emoción; un movimiento permanente entre percepción y pensamiento. Conceptos tan nobles como belleza, arte, cultura, juego, estética o gusto conforman gran parte de un escenario que a veces resulta resbaladizo y que en la vida escolar aún no logra consolidarse.

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