Masacre indígena de Napalpí: la memoria está escrita en el viento

Graciela Elizabeth Bergallo *


“Un pueblo transforma la historia en memoria cuando se hace cargo de su destino”


Napa’alpi es el “lugar donde habitan las almas de los muertos”, afirmaba Orlando Sánchez, historiador y lingüista qom. Masacre de Napalpí se refiere a lo sucedido el 19 de julio de 1924 en el Lote 38 de la reducción. Por orden de Centeno, más de cien integrantes de las fuerzas oficiales asesinaron, mutilaron y enterraron en fosas comunes a más de doscientos indígenas, en su mayoría moqoit y qom, si bien había también miembros de otros pueblos. La cifra no es precisa, pero el Censo de 1923 que consta en el libro de notas sitúan en la reducción un promedio de mil indígenas. A dos sobrevivientes: Rosa Chará y Melitona Enrique, realicé entrevistas el 2 y 3 de enero del 2005, filmadas por Tania Pantaleff. La situación traumática tuvo sus efectos: el silencio, el temor a morir, la represión de la lengua y los ritos, los sueños.

En la reducción, creada en 1911, confluyeron los intereses de empresas y Estado. La reducción proveía mano de obra en tiempo de cosecha, tala o zafra. Los “métodos de reducción” eran: educación formal, el trabajo en la madera, en agricultura, la propiedad. Lynch Arribalzaga fue el ideólogo de ese proyecto civilizatorio que fue Napalpí.

En 1924 se produjo un movimiento socio-chamánico en El Aguará. Indígenas de Resistencia, Colonia Benítez, Las Palmas, Pampa del Indio, respondieron al llamado de los qom Machado y Gómez, de los moqoit Durán y Maidana, y de otros pi’oxonac (chamanes) (Miller 1967). Machado y Gómez eran ‘oiquiaxaic. Los desencadenantes: condiciones de vida, carga del 15% al algodón; el asesinato del pi’oxonac Sorai, la prohibición de salir del Chaco.

Desde fines del siglo XIX los ingenios surgieron como hongos, cuarenta o más en el noroeste argentino. El ingenio Las Palmas obtuvo 100.000 hectáreas de tierra fiscal en la que trabajaban cinco mil indígenas. Proveían “brazos” para la tala, zafra o cosecha las reducciones de Napalpí y Fray Bartolomé de las Casas. Otros colonos se fueron asentando. El azúcar siguió a la tala y sus obrajes, luego el algodón y demás monocultivos. La reducción económica de la naturaleza significó la alteración del ciclo vital, del conocimiento, de los espacios y tiempos mítico-rituales. Mariscar era imposible para quienes quedaban encerrados en el ciclo productivo.

Miles de muertes en los obrajes y cañaverales por las condiciones de vida, desapariciones y asesinatos de rebeldes, enfermedades, extensión de epidemias: viruela, disentería, paludismo, tuberculosis. Se pagaba con vestidos blancos al final de la zafra, se unificaba el símbolo vinculado al trabajo y al disciplinamiento. En Napalpí brazaletes blancos.

Chaco fue uno de los últimos espacios americanos en iniciar el proceso de destrucción de lo diferente, no sólo en relación a lo étnico. A comienzos del XX el Chaco había perdido el 80% de sus bosques. La explotación del tanino extinguiría los centenarios bosques de quebracho. La expansión del monocultivo: azúcar, algodón, más tarde la soja, y otros emprendimientos extractivos, paralelamente a la concentración de la tierra, apresuró el despojo ecológico y cultural, siendo las principales víctimas la población indígena y campesina.

Racismo

La naturaleza considerada como recurso ilimitado es profundamente racista. Uno de los mecanismos mediante los cuales se sostiene un universo simbólico es la aniquilación, no sólo física, basta explicar cualquier fenómeno desde el orden cognoscitivo y normativo dominante. La barbarie esa la maraña, lo étnico. Las teorías positivistas, racistas, que negaban lo diferente y subalterno fueron predominantemente desde entonces el lenguaje científico que sostuvieron las políticas públicas. El poder se construye y justifica con el racismo, el prejuicio.

Los movimientos de resistencia por las condiciones de vida fueron varios desde fines del XIX, qom en 1873-1884, moqoit en 1905, Napalpí en 1924, en 1933 San Martín y Pampa del Indio, Rincón Bomba en Formosa. La circulación de indígenas de diversos pueblos indígenas y criollos era intensa. En informes policiales constan “concentraciones y alzamientos” en el Ingenio Las Palmas. En todos los movimientos los rituales, el canto, las danzas, estaban presentes.

Napalpí, como caso paradigmático, expresa la imposición de un modelo socioeconómico y cultural sobre otro y sus conflictos. Hacer memoria es hacer justicia, es el gran valor del Juicio por la Verdad. El develamiento de núcleos críticos (Romero F.) de nuestra historia. El reconocimiento de la verdad, el reconocimiento oficial, el protagonismo de los derechos indígenas.

La memoria es un campo de disputas por los sentidos del pasado. Para la cultura hegemónica, acostumbrada a la textualización, es difícil imaginar que la memoria también pueda ser escrita en mapas, códigos o imágenes complejas, memoria viva en ceremonias, en el cuerpo y en el viento, otros modos de conocimiento, en silencios y luchas.

Referentes indígenas, actores e investigadores desde diferentes perspectivas aproximándose al contexto y la voz del Otro, contribuyeron a la memoria, verdad, justicia. “La Voz de la Sangre” de Juan Chico y Mario Fernández, “Historia de los aborígenes qom del Gran Chaco contada por sus ancianos” de Orlando Sánchez, entre otros actores y autores indígenas son de un valor inmensurable. Los referentes que protagonizaron la resistencia indígena hasta el presente en distintos momentos de la historia, la épica movilización indígena del 2006, dejaron su legado, entonces flameaba la pancarta Napalpí. Uno de sus referentes, Egidio García, escribió entonces esa frase que da el título a esta nota.

* Magister en Antropología Social (UNAM), escritora.


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